Lo mejor que sé hacer

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Me miraste triste, todo en nosotros siempre supo a despedidas.

Pero ahí estabas, mirándome con esos ojos repletos de lágrimas que aunque estuvieras diciendo adiós no quisiste derramar.

A veces me molestaba lo terco y duro que eras contigo mismo pero por alguna extraña razón, aquella tarde de lluvia agradecía tanto que no llorarás.

No sé qué hubiera hecho, si hubieras comenzado a llorar.

Estábamos ahí, de pie mirándonos bajo la estación de autobuses cerca de la casa de tu abuela. Me habías ido a alcanzar, al principio (cómo cada vez que te veía) mi corazón se detuvo un momento y por un instante, uno que me supo amargo y eterno, fantaseé con que no me dejarás ir.

Sin embargo, no fue así.

- ¿Te vas?- me preguntaste con esa mirada de chico bueno que eras, tenía razón tu abuela aunque no lo parecieras, aunque te hicieras el rudo: Eras alguien bueno, de esa clase de gente que ya no existe en este mundo.

Asentí tragando saliva, sintiendo las lágrimas trepando sobre mi garganta y acomulandose detrás de mis ojos. Apreté los labios temblorosa, rogando a un Dios en el cual no creía que me ayudara a soportar esta partida.

La lluvia te había empapado un poco y tu cabello se había oscurecido por la humedad. Te llevaste una mano a frente y miraste cuesta abajo para ver si mi autobús venía.

- ¿Así de repente?- Tenías una manera extraña de acelerar mi corazón con tus palabras confusas. Me lamí los labios y cómo pude formé una sonrisa mientras con una mano me acomodaba mi cabello.

- Bueno- te conteste mirándote a esos ojos que parecían preocupados. - Tenía que hacerlo algún día ¿No crees?

Asentiste con la vista lejana, como si estuvieras absorto en tus pensamientos. No me contestaste enseguida, y termine mirando a otro lado.

- Sí... supongo que sí...

Asentí dándole la razón. Toda esta conversación se sentía absurda, lo sabíamos, sólo estábamos inventado excusas para sentirnos mejor. Apreté mi bolsa con los dedos y volví a buscarte los ojos, me miraste confundido.

- Pero... no entiendo - dijiste despeinando tu cabello, algo que hacías cuando estabas confundido-, pensé que querías quedarte un poco más- Te miré juntar las cejas, con cierto aire de incredulidad.- Pensé que tú y la abuela, se llevaban bien.

- ¡Oh, no es por la abuela!- dije rápidamente, lo último que quería era que pensaras que me marchaba por ella. Después de todo ella era la única amiga que había hecho en esta ciudad ajena. - Ella es genial, enserio... ella es muy buena...

-¿Entonces...- Pero te detuviste a mitad de tu pregunta, lo hiciste porque sabías muy bien la respuesta mucho, muchísimo antes de formularla.

un silencio se formó entre ambos, incluso respirar se sentía pesado.

Detrás de nosotros la lluvia se estampaba furiosa en el asfalto, inundando el ambiente, como si el cielo supiera que en ese preciso momento algo estaba muriendo mucho antes de nacer. Incluso ahora, mucho tiempo después este recuerdo duele tanto que me deja sin aliento, una herida que sangra aun después del tiempo, una cicatriz que no deja de abrirse una y otra vez.

Respire profundo y decidí hacer lo único que sé hacer bien: Ser valiente.

- Espero- dije con la voz ahogada. -... yo, espero que te vaya muy bien.- dije sin apartar la mirada de la tuya, por un momento vi como tu rostro se descomponía de esa máscara de acero que sueles portar. - De verdad espero que seas felíz, sé que puede sonar a mentira pero... - Tu mirada, esa que siempre era distante y fría, pude verla derretirse un poco por mis palabras.- Sé que eres muy duro contigo mismo, pero... te mereces ser feliz.

- Ah, yo no...

- Te mereces serlo.- Repetí interrumpiendote, lo hice porque sabía que eras experto para aterrizar tus palabras hirientes, lo hice porque estaba cansada de que te lastimaras siempre a ti mismo.

Volviste a mirarme con cierta añoranza, lejana, melancólica, como si ya estuvieras viendo un fantasma. Entonces el autobús llegó, se detuvo frente a nosotros. Miraste la puerta abrirse y casi con desesperación me miraste de nuevo.

Sonreí con calma, como queriéndome decir que estaba bien.

Qué estarías bien sin mi...

- Tengo que irme.- dije cómo las personas que no quieren marcharse, pero tu no me detuviste, simplemente asentiste sin decirme ni una palabra, como si tu orgullo te lo impidiera, como si te volvieras a colocar la máscara.

Quizá no era nuestro tiempo ¿No crees?

Esta es la mentira con la que me consuelo todo el tiempo.

- Adiós.- Te dije subiendo al autobús.

Lo sigo recordando así, una despedida que no quería serlo, el miedo en medio de nosotros, esperando a que alguno de los dos decidiera ignorarlo y decirnos lo que en realidad sentíamos. A dejar a un lado el sentimiento de nostalgia y de amores pasados, creer de nuevo en otro día para ambos.

Te sigo recordando de esta manera. Cada vez que la lluvia cae, no importa en qué parte del mundo me encuentre, no importa la distancia o el tiempo entre nosotros porque, cada vez que llueve... cada una de esas gotas llevan tu nombre, tu mirada triste, las palabras que no dijimos, la misma estación que nos vio partir.

De lo que corre por mis venasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora