Emery
Uno de mis rasgos mas comunes (y de los mas notorios), era mi realismo al pensar en posibilidades. Un ejemplo: Si tienes uno de esos flechazos por una persona en el autobús, te inventas una relación y hasta imaginas un futuro.
Pf... ¿de verdad estás seguro de que volverás a reencontrarte con alguien que conociste en una situación tan remota?
Así como existen posibilidades con escasas esperanzas, existen esperanzas que jamás serían posibilidades. Y valla que jode guardar una ilusión que no se convertiría en algo verdadero.
Quizás mi realismo venía con un poco de negatividad, pero de todas formas yo tenía razón. Y admito que tener la razón me gustaba, porque siempre terminaba siendo la que sonreía al final y se iba con el pecho inflado de orgullo.
¿Acaso esto era de esos momentos en los que mi negatividad se tragaba lo que aseguró antes?
Porque de ninguna manera puedo pensar en esto como algo serio.
En el instante en que entré con mi notoria jugada rugbier, me quedé petrificada allí mismo. Caí en cuenta que no estaba equivocada al repasar las características del hombre frente a mi.
Su cabello cobrizo estaba bien peinado hacía atrás y contrastaba con el pálido cremoso de su piel. Un traje gris perla se moldeaba de infarto a su cuerpo esbelto y quedaba perfecto con su camisa blanca debajo.
Y sus ojos...
El color de sus irises eran de un azul tan profundo que me recordaba al mismísimo océano.
Era él, estaba segura.
El tipo del parque.
El mismo tipo que quería encontrarme otra vez, pero que juraba con certeza que no volvería a ver.
Mis labios se entreabrieron. ¿Qué rayos te pasa, Emery? ¡Habla y discúlpate por entrar como lo haz hecho!
—Yo —empiezo, pero las palabras no fluyen. Mierda, ¿Por qué estoy tan nerviosa derrepente? —... creo que me equivoqué de sala.
Esperé que se molestara, o que se mostrara disgustado por mi intromisión. Pero nada de eso sucedió.
Sus perfectos labios alzarse en una pequeña sonrisa. Su rostro lució algo divertido.
—Si. Creo que se equivocó
—concuerda. Su voz, suave y masculina, fue suficiente para llenar todo el silencio de la oficina. No lo oigo desagrado en su tono, si no buen humor. Cosa que me relaja.—Me dijeron que entrara directamente aquí. Es que yo vengo a traerle algo a Addy... bueno, a la señorita Gibson.
—me explico apenada.Él hundió sus cejas en señal de intriga.
—¿Y usted es...? —No habla con desdén, si no como si me invitara a presentarme.
—Emery —termino de completar —. Soy prima de Addelyn Gibson.
El azul intenso de sus ojos cobra más diversión.
—Ya veo —se limita a responder.
¿Qué se supone que se contesta a eso?
Mi vista se posa en la impresionante ciudad tras la ventana. El grisáceo nublado del cielo le da una luz ni tan cálida ni tan fría a Seattle, se ve como una fotografía tamaño real. Me siento hipnotizada en cuanto lo veo. Después de un segundo, pongo mis ojos nuevamente en el chico trajeado frente a mi.
Error.
Él continúa observándome muy fijo. Sus ojos oceánicos son fríos, carecen de cualquier emoción. Se ve tan imponente y me intimida un poco porque, pese a que lo intente, no podría desifrar qué está pensando.
El estruendo de una puerta queriendo ser abierta me hace girarme de golpe. Un golpe más azota la puerta, la cual apenas se inmuta. Hago una mueca al verlo. Pobre el que esté intentando entrar. De solo recordar que yo lo hice mi brazo duele.
—Las arreglarán hoy —me cuenta él. Vuelvo a mirarlo y me impresiona tenerlo a mi lado.
Mierda. Es incluso mas atractivo de cerca.
«Muuuy atractivo.»
Las dos puertas se abren de par en par y oigo pasos apresurados.
—Ya llegué. Lamento la espera, compañero amigo de mi alma —cantó en tono de disculpa una voz que reconocí aunque apenas conocía a su portador.
Axel, el rubio de hace un rato, detiene su paso en cuanto me ve a mi. Supongo que se refería al hombre a mi lado, y con la confianza con la que le habla supongo también son cercanos.
Caigo en cuenta que Axel no entró solo. Si no que Addy está detrás de él con una carpeta arrugada entre las manos.
—Lamento haber tardado, señor Grey —se disculpa mi prima, sus ojos fijos en...
«¿¡Señor Grey!?»
Giro un poco la cabeza y lo compruebo. Addy acaba de referirse a él.
—No hay problema, señorita Gibson. No tiene que disculparse de nada —le contesta quien está a mi lado.
En ese instante, me percato de que, de todos los empleados aquí, él es el único que no lleva credencial en su ropa. Addy le habla con tanto respeto que sería imposible no darse cuenta. El hecho de que su oficina esté en el último piso cobra sentido.
Él es un Grey.
Es el dueño de esta empresa.
Y yo fijé mis ojos en él.
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After of the shades © (+18)
RomanceElla era Emery Scott, hija de Tessa Young, la fantástica organizadora de bodas y Hardin Scott el escritor del momento. Él era Theodore Grey, hijo de Anastasia Steele y el empresario multimillonario, Christian Grey. [HISTORIA CREADA A PARTIR DE LOS...