Me desperté como todas las mañanas, tratando de no tirarme por la ventana para dormir eternamente.
Odiaba madrugar.
Sigues odiando madrugar.
Vale, sigo odiando madrugar.
Para rematar, era mi primer día de universidad, y todo sabemos que los primeros días no son como en las películas.
Bajé a desayunar - beberme un vaso de zumo y comerme una tostada a toda prisa, más bien. - Y casi muero por las escaleras porque tenía el zapato desatado. Asquerosos cordones.
- Cleo.- Y esa es mamá.- ¿Podrías intentar salir de casa con la camisa bien puesta? La llevas del revés.
Efectivamente, la llevaba del revés.
Me la quité y me la volví a poner, mientras engullía la tostada.
- Te va a sentar mal el desayuno.- habló, mientras recogía no sé qué del suelo.- ¿Esto no es tu carné de conducir?
Era.
- Sí, mamá.- dije, cogiéndoselo de la mano y saliendo hasta mi coche.
Pero no estaba. No había coche.
- Oh... Se me había olvidado avisarte. Tu padre se lo ha llevado, tenía que llevar a Van no sé a dónde.- dijo, sonriendo un poco.
Hasta mi madre se reía de mis desgracias, eso ya era otro nivel.
- ¿Y cómo se supone que tengo que llegar?
Ella miró a mi izquierda, donde estaba la bici de cuando tenía 10 años.
- No, ni muerta, antes ando.- me negué.
Suspiró y volvió a meterse en casa.
Quedaba muy poco tiempo, y tenía muy claro que no iba a llegar andando, mi única opción era esa bici con estampado de unicornio.
Subí. Mis piernas iban flexionadas al tope, mis brazos tenían que estar muy estirados para poder conducirla bien y la gente me miraba extraño.
¿Desde cuándo nos importa la opinión de la gente? Exacto, desde nunca.
Llegué a la universidad, donde Kirsten -Mi mejor amiga.- me esperaba con las manos en la cintura, impaciente.
Corrí hacía ella, dejando la bicicleta en medio de la calle.
- ¡Ya era hora, Cleo!- exclamó, elevando las manos para darle más dramatismo.
Le regalé una sonrisa de disculpa.
- Y... ¿eso?- señaló a mi transporte.
- Mi padre.- suspiré, sin necesidad de decir algo más.
Ella rió, enganchando su brazo alrededor de mi cuello para llevarme dentro.
Básicamente pasamos toda la mañana haciendo presentaciones, había aburrido ya a mis compañeros y ni siquiera había interactuado con ellos.
Había uno en especial que lo tenía atravesado, Theo creo que se llamaba, me caía fatal. Se había pasado la clase intentando que pensaremos que la culpa de que él le pusiera los cuernos a su novia era de ella, por dejarle de lado. Me dieron ganas de sacarle punta a él.
Sí, un gran futuro psicólogo.
Hora de comer, mi momento favorito de cualquier día.
- ¿Dónde comemos?- preguntó Kir, dejando mi bicicleta unicornia en su maletero.
- En cualquier lado donde haya comida, no me importa.
- Típico.- rodó los ojos.
Condució hasta su restaurante favorito, bueno, el camarero era su favorito.
Una vez fue allí por accidente, buscando otro bar, y tuvo un flechazo con ese chico.
Pedimos nuestra comida, nos sentamos en la mesa y esperamos pacientemente -porque era una de mis mayores cualidades, obviamente.-
- Oye, Cle, ¿has pensando que harás a parte de las clases?- preguntó, justo cuando el camarero se iba.
- ¿Hay que hacer algo a parte de clases?- pregunté.
- No necesariamente, pero hay muchos talleres que molan.
- ¿Hay alguno que se base en comer y dormir?- bromeé, dándole el quinto mordisco a mi hamburguesa.
Ella rió y negó con la cabeza.
- Mañana me informaré mejor, me interesan.
Seguro que se apunta a la que menos trabajo tenga.
Pasamos el resto del día caminando por central park, hablando sobre los chicos que le gustan a Kir y comiendo más.
Ella tenía prisa, por lo que tuvo que irse más rapido, y me dejó en casa para que no tuviera que volver en bicicleta.
- Te llamaré más tarde, Cle.- se despidió.
- Nos vemos.- contesté, yendo hacia mi casa.
Entré, me subí a mi habitación y dejé que mi imaginación volara sobre el papel, que el bolígrafo hiciera las curvas necesarias para formar las letras.
Esa vez eran un conjunto de sentimientos que yo misma imaginaba que tenía, no quería decir que los tuviera, yo nunca me había enamorado hasta ese momento. Sin embargo, me encantaba escribir sobre aquello, no de un forma romántica y bonita precisamente.
Esperaba que eso nunca lo vieran mis padres, era bastante probable que se preocuparan por mi salud mental y movieran cielo y tierra para llevarme a un psicólogo.
Siempre hacía cosas diferentes. Algunas veces escribía sobre como me sentía, otras describía muy detalladamente a algún famoso y había una que no solía hacer, pero que me encantaba: Escribir una novela.
Las novelas eran la forma que tenía de crear una dimensión en la que yo llevara por completo las riendas. En mis mundos las injusticias se pagaban caras, las mentiras traían consecuencias y los romances portaban realidad.
Solo había acabado una que ni siquiera tenía un título definitivo.
Llevaba alrededor de una hora escribiendo, y no me habría dando cuenta de eso si no fuera porque mi madre llamó a mi habitación para que bajara a alimentarme, era la función vital más importante en mi vida.
Mi padre llevaba todo el día sin aparecer, algo muy típico en él debido a su trabajo. Lo raro era que mi madre estuviera tanto tiempo en casa, siempre iba de un lado a otro bailando. Y yo, cuando era más pequeña, me quedaba en casa de Van - un gran amigo de mis padres.- o Arden - mi tía.-
- ¿Qué tal el primer día?- preguntó mi madre, sentándose a cenar a mi lado.
- Igual de aburrido que todos.- respondí.
- Si, claro, porque mostrar un poco de emoción por algo no es saludable para ti, ¿verdad?
- Si lo hago, me salen ronchas verdes por la piel.- seguí su broma.
Luego de cenar, volví a mi refugio a descansar, me esperaba un gran día.
Notas:
Holiiii, ¿Qué tal?
No sé que decir, que espero que os haya gustado.
Mi Twitter: @idoyamoreno_
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El libro de mi vida
Любовные романыCleo Anderson, 19 años, ama escribir. Lo ama tanto que su vida se basa en eso, en encerrarse en su cuarto por horas e imaginar historias para plasmarlas en un papel. Un día, su mejor amiga, le sugiere apuntarse a un club de lectura y escritura. Pued...