La lluvia golpeaba la ventana de la habitación ligeramente. Detestaba las lluvias intermitentes en mitad de la noche. Se despertaba cada dos por tres y no conseguía conciliar el sueño. Aunque siendo honesta, la principal razón para no poder pegar ojo aquella noche eran los nervios por regresar a Hogwarts.
Se había pasado el verano entero en casa de sus tíos. Había sido tremendamente aburrido. Por no hablar de que no había podido desahogarse con nadie de la ansiedad que la consumía aquella última semana. Las últimas noticias del Mundo Mágico la tenían bastante alterada y no era algo que quería hablar por carta.
Estaba acostumbrada a hacer una pequeña escapada, si es que se le podía llamar así, durante el mes de agosto a la Madriguera.
La Madriguera era la casa de la familia Weasley y el nombre le venía al pelo. El señor y la señora Weasley eran unas personas encantadoras, que a cualquiera le hubiese gustado tenerlos como padres y parecía que, a pesar de tener ya siete hijos, no les importaba adoptar a los amigos de estos.
Aquel verano habían ganado un premio, por lo que aprovecharon para realizar un viaje a Egipto.
Mía resopló y se cubrió más con la sábana. Echaba muchísimo de menos a Fred y George.
Se conocieron el primer año de Hogwarts, hacía casi cinco años, en el andén 9 y ¾. Sus tíos y su prima la habían acompañado hasta Kings Cross para coger su primer Expreso al colegio. Hubo muchos llantos, pero no por su parte la verdad. La cosa fue que se estampó contra algo robusto cuando intentó subir al vagón. Poco después descubrió que ese "algo robusto" se trataba de un tal Charlie Weasley. Al ver aquellos enormes ojos grises que le miraban como un cachorro abandonado, el pelirrojo la acogió y la llevó a uno de los compartimentos donde encontró a cinco copias de distintas edades de aquel joven.
Así fue como conoció a los pelirrojos: Bill, el mayor, le pareció el chico más guapo que había visto nunca; Charlie tenía pinta de bonachón y no le hizo falta estudiar Adivinación para darse cuenta de que le pirraban los animales fantásticos (se pasaba el día hablando de dragones). Percy, en cambio, parecía diferente al resto. Además de por las gafas, parecía preocuparse mucho por el cumplimiento de las normas y esas cosas. A Mía le pareció una persona muy aburrida. Luego estaban los gemelos: Fred y George. Aunque al principio del trayecto se encontraban algo cohibidos, cosa que a sus hermanos les pareció tremendamente raro, cambiaron su comportamiento en un abrir y cerrar de ojos. Para cuando llegaron a Hogwarts los tres eran ya proclamados mejores amigos y realizaban oraciones e invocaciones a entes inexistentes para estar juntos en la misma casa. La conexión que había sentido con aquella familia la fascinaba.
En la parada de Hogsmade les esperaba un señor tan alto que, si intentaba verlo al completo, debería inclinarse tanto hacia atrás que se caería. El bosque ante ellos era espeso y todo parecía desprender una gran esencia mágica. Vivir en el Londres muggle no le había permitido estar en contacto con la magia tanto como habría querido.
Mía se subió a los botes impaciente por llegar ya al castillo y, cuando por fin lo divisaron, sus ojos no podían estar más abiertos. Era el edificio más grande que había visto nunca. No esperaba que fuese literalmente un castillo. Era imponente, pero pronto aprendió a llamarlo hogar.
En la ceremonia de selección, los nervios fueron palpables. Mientras que Fred y George fueron directos a Gryffindor (tradición familiar o algo así), Mer se debatió con el sombrero seleccionador.
— Eunomia McKinnon — anunció la profesora McConnagall. Odiaba su nombre con toda su alma.
Casi temblando, se sentó en la gran silla y esperó a que la mujer de ojos severos le colocase el sombrero sobre su cabeza.
— Uhmmmm pareces diferente a los tuyos...— susurró el sombrero en su oido. Lamentablemente, Mía sabía a qué se refería. —podrías hacer grandes cosas en Hufflepuff... sí... sería una buena casa para ti... — espera ¿qué? — No obstante, veo valía en tu interior... lo tengo... ¡GRYFFINDOR! — No pudo ver su reacción a lo que el sombrero gritó ante todo el comedor, pero estaba segura de que fue un desconcierto total. No fue un veredicto esperado. Notó que algún antepasado se retorcía en su tumba en aquellos momentos.
Los meses pasaron y, evidentemente, no se separó de Fred y George. De hecho, habían ampliado el grupo de liantes sumando a Lee Jordan. Apuntaban a lo alto.
Solo estaban en primer año, pero el conserje ya les había hecho cruz y raya. Daba igual ya si habían sido ellos o no porque, a última instancia, serían ellos. La verdad es que le habían hecho un poco la vida imposible. Y, claro, Peeves no hacía más que empeorar la situación.
Sin embargo, tuvieron un golpe de suerte.
En una de aquellas, castigados en el despacho de Filch, Mía apreció un cajón en el que se leía "objetos confiscados y altamente peligrosos". Oh, aquello fue más que una tentación. George se encargó de distraer a Filch con unas bombas fétidas y ella y Fred aprovecharon para investigar. Unas Grageas Bertie Bott de todos los sabores en estado cuestionable, las bombas fétidas que le requisó a George el lunes pasado, una varita falsa, una pluma que parecía ser derrama-tinta... y un pergamino... bueno: EL pergamino.
—¿Sabéis todo lo que podemos hacer con esto? — susurró emocionada cuando se pudo reunir con los gemelos apartados de Filch. Se encontraban escondidos en un pequeño cuarto del tercer piso, intentando evitar de nuevo al conserje. Sin embargo, los hermanos la miraban esperando que les revelara algo que pudiera aportarles un pergamino en blanco. Ante su respuesta, sonrió, sacó su varita y, posándola sobre el pergamino, suavemente recitó:
"Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas"
Con aquello, no había quien les parase. Pero no solo destacaban haciendo la vida escolar más entretenida. Mientras que Fred y George se convirtieron en golpeadores del equipo de Quidditch de Gryffindor, Mía los animaba desde las gradas junto a Lee Jordan, que se había proclamado comentarista oficial en los partidos. Estaban en segundo, pero todo el mundo los conocía ya. Fue en tercero cuando su fama se vio mermada por un tal Harry Potter.
Los años escolares pasaban y, a pesar de regresar a casa de sus tíos (algo que no le desagradaba en absoluto) no se podía comparar con las dos ultimas semanas de verano en la madriguera o aquellas vacaciones en Yorkshire hacía un par de años. Aunque las últimas no fueron especialmente tranquilas...
Charlie y Bill eran ya oficialmente sus hermanos mayores, que no dudarían en machacar a quien quiera que la molestara. Lamentó tener que pasar tan poco tiempo con ellos, pues trabajaban en el extranjero... se carteaban a menudo. Disfrutaba mucho leyendo las aventuras del mayor en Egipto y los datos curiosos sobre dragones por parte del menor no se quedaban atrás.
Con el tiempo, conoció a Harry Potter y Hermione Granger, amigos de Ron. Ambos eran muy majos, aunque, por obvias razones, centraba más su atención en Potter.
A pesar de los intentos del señor ese que no se debe nombrar de intentar regresar al poder, Potter conseguía vencerle. Aquel renacuajo se las apañaba bien. Debía admitir que eso de celebrar anualmente fiestas en la sala común por los logros del moreno le sentaba de maravilla. Sabiendo lo que sabía sobre sus padres, tenía la certeza de que estarían orgullosos de él.
Se despertó de nuevo, esta vez por el aleteo histérico de Kibibi, su lechuza. Había caído un rayo cerca de allí y el sonido del trueno la sobresaltó.
Su mirada se centró entonces en el ejemplar del Profeta que había terminado en el suelo. Su mandíbula se tensó y apretó con fuerza los dientes mientras buscaba excusas para no fugarse en aquel momento.
Suspiró cansada y fijó la vista en la ventana. La luna llena resplandecía, pero apenas se veían las estrellas a causa de las nubes. Mía se entristeció.
El suave ulular de Kibibi le recordó que debía intentar dormir, aunque solo fuera un poco...
Aquel curso escolar se presentaba difícil y no sabía si saldría bien parada ante todo lo que le esperaba.
En primer lugar, aquel año afrontaría los T.I.M.O.S. y necesitaba al menos calificaciones por encima de Supera las expectativas para acceder a las clases nivel E.X.T.A.S.I.S.
Y, por si no fuera ya eso suficiente, Remus Lupin sería el profesor de defensa contra las artes oscuras aquel año.
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Fortuna Maior
FanfictionQuinto año era duro por lo general, pero Mía descubrirá que ser prefecta de Gryffindor será el menor de sus problemas.