Capítulo 2: La llegada de Remus Lupin

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Mía se despertó con los primeros rayos de sol. La verdad es que se sorprendió que pudiese salir el sol tras tremenda tormenta hacía solo unas horas.

Bostezó ampliamente y desvió su mirada a la jaula que se encontraba al lado de la cama.

— Buenos días Kibibi — acercó su dedo al pico de la lechuza y esta lo pellizcó suavemente, como muestra de cariño.

Se levantó de la cama, todavía cansada, cuando se oyó un rugido bastante desagradable. Tanto, que su lechuza ululó buscando respuestas. Había sido su estómago. La noche anterior no se atrevió a probar bocado de los nervios y su estómago reclamaba comida.

Bajó rápidamente las escaleras y se encontró a su prima desayunando en la cocina.

— Buenos días prima— dijo la morena mientras depositaba un beso en la mejilla de la mayor. Esta le devolvió el gesto abriendo los brazos al máximo en busca de un abrazo.

Ambas rieron. Estaban acostumbradas a ello. Era raro que estuviesen más de cinco minutos sin abrazarse. Eran ambas muy cariñosas y, más que primas, se consideraban hermanas.

— Papá y mamá han salido — dijo— me han dejado una nota para que recuerde todo lo que te tengo que decir — rápidamente sacó un papel arrugado del bolsillo de su túnica y entrecerró los ojos para leer lo escrito — oh, vaya. Lo ha escrito papá... no me entero de nada...— Mía soltó una pequeña risa que su prima interrumpió— Vale, emm... sí. Tienes una carta del colegio encima de la cómoda del entrador... al parecer la había enterrado Jack en el jardín... ¡Jack, muy mal!¡Puede ser algo importante! — el perro ladró al escuchar su nombre.

Mía continuó su risa mientras se dirigía a la entrada de la casa. Efectivamente, sobre el mueble se encontraba la carta de la escuela. O al menos eso se suponía que era. Estaba sucia por la tierra y faltaba una esquina, que parecía mordida por el perro. Pesaba más de lo normal.

Con una mueca de asco la cogió y volvió a la cocina.

— Vale, también dice que el señor Lupin vendrá a por ti a las 9:30 para ir a la estación con tiempo y— sus palabras fueron interrumpidas por el timbre de la casa— espera ¡MIERDA MÍA SON LAS 9:30! ¡LLEGO TARDE A CLASE! — en apenas tres segundos tragó lo que le quedaba de desayuno y desapareció por la chimenea con polvos flu, sin darse cuenta de que se había dejado la mochila en el salón.

Todavía conmocionada por lo que acababa de pasar, Mía se dirigió de nuevo a la puerta principal y abrió al joven que la esperaba.

— Buenos días, Remus. Pasa, me he dormido. Lo siento. En seguida bajo, te lo prometo. — el hombre se rio ante la declaración de la morena y se adentró en la casa. Mía se preocupó al verle entrar. Se encontraba pálido, con unas notables ojeras y los ojos rojos. Además, alguna nueva herida se había añadido a las ya permanentes cicatrices de su cara. Recordó la noche anterior.

Manteniendo su cara de preocupación subió rápidamente las escaleras y se vistió con la ropa que había preparado. Evidentemente había supuesto que se levantaría con prisas. Unos vaqueros anchos, un suéter que le tejió la señora Weasley y sus botas favoritas. Se echó agua en la cara, se lavó los dientes y le arregló un poco el pelo con las manos. Lista.

Cuando bajó con el baúl y la jaula con Kibibi, encontró al rubio con cara de asombro leyendo la carta que había sobre la mesa. Mía se sorprendió de aquello, pero antes de que pudiese decir nada, habló:

— No he podido evitarlo, tenía el sello del colegio y no lo habías abierto y me he preocupado porque podía ser algo importante y...— se detuvo a coger aire tras haber batido un récord de velocidad diciendo lo anterior. — bueno supongo que debo darte la enhorabuena, ¿no? Felicidades a la nueva Prefecta de Gryffindor.

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