Capítulo 3

260 67 179
                                    

ALIANZA

Dieron las tres de la mañana cuando llamé a Alex, era hora de irnos. Teníamos qué. Me costó convencerlo, él insistía en que le creía a... Athena, y que era mejor quedarnos hasta que amaneciera. Pero yo estaba seguro de que había visto un portón que probablemente daba al bosque. 

Juro que él dió pelea, discutimos casi por media hora. Él temía que los... lobos estuvieran allá afuera todavía. Por alguna razón que desconocía, su mayor miedo no parecía ser la mujer que le había mordido el puto cuello. ¿En qué estaba pensando?

Y lo admito, la calidez de la chimenea y la sensación de protección del lugar eran tentadoras. Pero no podíamos ceder.

Cansado de insistir, Alex accedió a escapar antes de que la mujer despertara.

En un abrir y cerrar de ojos, ya nos encontrábamos de nuevo en el bosque. Habíamos saltado el portón y logrado salir de la propiedad. Aquella podía ser nuestra única oportunidad de salir vivos de allí. Pero lo que pasó después, me causó un terrible arrepentimiento. Y yo no era de los que se arrepentían de sus acciones. 

—Quédate quieto —dije en voz baja.

—¿Por...? —Tapé su boca con mi mano y Alex comenzó a oír también.

Pisadas.

Sin pensarlo dos veces, empezamos a correr con fuerza. Los aullidos ensordecedores y pisadas comenzaron a oírse una vez más, llenando el ambiente nocturno.

—Oigan, creo que es de muy —hizo énfasis—, mala educación irse sin despedirse —esta era una Athena ofendida, la que hablaba; casi nos caemos al encontrárnosla enfrente de nosostros; estaba de espalda, como si hubiese estado allí esperándonos. Los lobos llegaron justo detrás y ambos nos separamos rápidamente, abriendo paso.

Athena traía un nuevo atuendo y una lanza en las manos con la que, sin esfuerzo, atravesó al primer lobo levantándolo en el aire como si no fuera nada. Con mis propios ojos alcancé a ver como el cuerpo, del triple de su tamaño, se puso flácido; los gigantescos brazos y garras colgando a sus costados; sus globos oculares adquirieron un color pálido, mortecino.

Sus pelajes variaban entres tonos grises y marrones, solo uno de ellos era negro. Medían aproximadamente dos metros, quizás más.

Un segundo lobo, furioso, intentó atacar. La vampiresa soltó el cuerpo en un movimiento rápido y saltó. Pateó la bestia con una fuerza sobrehumana contra uno de los árboles, se escuchó el crujido de sus huesos quebrarse. Éste huyó, llevando a rastras el cadáver junto a los otros tres; su actitud parecida a la de una persona, sosteniéndose el costado lastimado.

Los chillidos los proyectaron como bestias débiles y temerosas... ante la reina de los monstruos. 

—En fin, como les decía... —Ella se giró hacia nosotros—. Fue muy grosero y desconsiderado de su parte marcharse así nada más. —Se cruzó de brazos—. Pero supongo que ya pueden irse, esos lobos no volverán por aquí en un tiempo. —Sonrió aparentemente complacida.

—Gracias. —Asintió Alex recuperando el aliento, con las manos apoyadas en las rodillas. Tenía que hacer más cardio. Yo no me sentía para nada cansado, a diferencia de la primera vez que nos habían perseguido.

ATHENA © | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora