Capítulo 2

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LA MUJER PERFECTA

Me aferré con fuerza al brazo de Ryan, mientras la tapa del ataúd se abría lentamente. La mujer estaba empujándola; reconocí sus pálidos nudillos y largas uñas. Finalmente, ella se incorporó, quedando sentada. Su cabeza estaba derecha hacia el frente, pero de repente la giró en nuestra dirección. 

Cada una de sus facciones era perfecta, y sus ojos... eran de un azul hielo poco común, parecían... transparentes, cristalinos. A la primera mirada que le echabas, dejaba una sensación perturbadora. Su cuerpo esbelto tenía un aire de fragilidad. Por unos segundos nos observó de arriba a abajo y enarcó la ceja, como si esperase algo de nosotros.

—¿Tristan...? —habló la extraña, entre tanto silencio—. ¿Dónde está Tristan? —su voz sonó suave y calmada, pero demandante e instigadora; escucharla había enviado una corriente eléctrica a través de mi columna—. ¿Dónde están los demás? —Su delgado cuello se marcaba cuando hablaba. 

—No... conocemos a ningún Tristan —negué y compartí una mirada con Ryan, un segundo.

—Dejen de balbucear, esclavos. Acérquense —ordenó ella e intentó ponerse de pié, pero sus piernas parecían estar demasiado débiles y se tambaleó. 

Nos acercamos rápido para ayudarla.

—¿Estás bien? —pregunté, estaba preocupado por ella y ni siquiera sabía quién era, o cómo había llegado a tal situación.

—¿Esclavos? —Ryan hundió las cejas, mientras que ella se enderezó.

—Hombre lobo, ¿a qué alfa sirves? —cuestionó, viéndolo fijamente; no había ni una pizca de diversión en los ojos de la mujer. Luego, frunció el ceño al ver la nieve en el suelo—. ¿Es... invierno? —Su expresión se volvió pensativa—. ¿Por qué me han despertado? —Volvió a levantar la mirada—. ¿Dónde están todos? 

—No sabemos de qué estas hablando —confesé, nervioso. Su presencia me intimidaba de mil maneras. Ante ella, sentía la necesidad de ponerme de rodillas e implorar piedad.

Estaba apoyada de nosotros y aunque no lo parecía, pesaba muchísimo. No entendía como era posible que alguien tan delgada y un centímetro más alta que yo, pesara tanto.

—¿Dónde están los demás? —insistió en saber, alzando la voz. Ahora parecía enojada.

Ryan y yo volvimos a mirarnos.

—¿Fuiste secuestrada? —preguntó él—. ¿Estás herida?

—¿Herida...? —repitió ella, confusa—. ¿Esto es... una broma de Sienna? —cuestionó, pausadamente.

¿Sienna? ¿Quién era esa?

—No, no. —Negué con la cabeza—. Nos perdimos en este bosque —le conté deprisa—. Algo nos persiguió y nos caímos por el acantilado. —Señalé—. Luego una voz nos trajo hasta aquí.

Nada tenía sentido. Estaba explicándole cosas a una mujer que había salido de un ataúd, ¡de un maldito ataúd!

—¿Desde cuando los esclavos tienen permitido mentir? —fue lo único que dijo, ahora derecha. Nos alejamos de ella.

¿Por qué nos llamaba esclavos? «¿Estará loca?», me pregunté. 

—No estoy loca —soltó entre dientes, con cierta molestia. Mi corazón se aceleró, pero deduje que había sido solo una coincidencia.

—N-Nosotros no somos esclavos, y no estamos mintiendo —afirmé.

—Entonces, ¿por qué tu corazón late tan fuerte? —preguntó y dió un paso hacia mí. Sentí que su mirada iba más allá, que penetraba cada partícula de mi ser... que podía ver a través de mí.

ATHENA © | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora