Capítulo 1

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Han pasado ya varios meses desde que ocurrió aquello, y veo que necesito contar todo lo que pasó. Es por eso por lo que estoy escribiendo este diario. No le pienso poner Kitty de nombre como hizo mi tocaya Ana Frank con el suyo, aunque me encante, sino que me voy a limitar a contar los hechos.
      Antes de nada creo que debería presentarme. Mi nombre es Anna Brook y llevo dieciséis años en éste lugar maravilloso al que llaman la Tierra. El día siete de Marzo —no se me olvidará en la vida— pusimos rumbo a Londres en un viaje del instituto. Íbamos casi toda la clase, con la intención de pasarlo genial allí. Volvíamos el día diecisiete, y veríamos montones de cosas. Lo que más ganas tenía de ver era el Big Ben porque salía en muchísimas fotos. También quería meterme en una de esas cabinas rojas y hacer una llamada a mi casa, en fin, tonterías de una adolescente.
      El despertador sonaba irritantemente aquella madrugada. De hecho, le di un golpe y lo tiré al suelo, se le salieron las pilas y me puse de un humor aún peor porque tuve que levantarme de la cama a montarlo de nuevo. Una vez montado, lo puse en hora mirando el reloj de mi móvil y me di cuenta de que eran las tres de la madrugada. A las cinco teníamos que estar en la puerta del instituto porque salía el autobús hacia el aeropuerto. Así que me repetí a mí misma que iba a ser un día divertido y, ya un poco más relajada, me metí a la ducha. No iba a permitir que un estúpido despertador me arruinara el día.
      Cuando salí, me vestí y bajé a la cocina a tomarme algo. Mi madre me estaba esperando y ya me había hecho un vaso de leche y me había puesto cereales encima de la mesa.
      — ¿Has preparado todo? —dijo mi madre. Al hacerlo, bebió otro sorbo de café.
      —Sí, ya te lo he dicho siete veces.
      —Hija, tampoco es para ponerse así, sólo faltaba que te fueras de viaje y tuvieras que salir sin ropa a la calle. Y encima en Londres, con el frío que hace.
      —Que sí, tranquila. Llevo medio armario en la maleta, esperemos que no tenga que empezar a sacar ropa en el aeropuerto porque pese más de lo permitido. Reza por que el avión no se caiga del peso.
      —Por dios hija, ni se te ocurra decir esas cosas. Sólo faltaba que se estropeara. ¡Ay, calla, ni lo nombres!
      Como habréis podido comprobar, la frase estrella de mi madre era «sólo faltaba». Sólo faltaba por aquí, sólo faltaba por allá. Sigo temiendo el día en el que deje de faltar algo, se volvería loca.
      Oí a mi padre bajar por las escaleras dando trotes. Llevaba unos vaqueros y una camisa. Al entrar en la cocina se me quedó mirando y soltó:
      — ¿Has desayunado? ¡Corre! A ver si se te va el autobús y te quedas aquí.
      —Pues desayunando estoy —Miré al reloj y puse los ojos en blanco. Papá, son todavía las cuatro y cuarto.
      —Bueno, da tiempo suficiente a llegar tarde. Voy a ir sacando el coche del garaje. Sal en cuanto acabes, y baja la maleta.
      Así que una vez hube acabado, subí a mi habitación, metí el pijama a la maleta, porque se me había olvidado (uy, mamá) y la arrastré como pude hacia el recibidor. Casi me caigo con ella por las escaleras, pero al final lo conseguí. Finalmente cogí mi maleta de mano y unos minutos más tarde estaba en la puerta de mi casa dispuesta a irme. Le di un beso a mi madre para despedirme y mientras iba caminando hacia el coche me gritó desde el portal:
      — ¡Hija, ten mucho cuidado! ¡Cuando llegues al aeropuerto me llamas!
      — ¡Lo haré, mamá! ¡Hasta luego!
      Dicho esto, le di la maleta a mi padre para que la subiera al maletero y me monté en el asiento del acompañante.
      Por una vez, me ilusionaba la idea de llegar al instituto.

Tras la cristalera - IncompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora