Mundo de colores

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— La presentación final será en dos semanas— Anunció Seonghwa, caminando con tranquilidad entre los pupitres de su salón— Es la oportunidad perfecta para demostrar todo lo aprendido a lo largo de estos cinco años. No quiero asustarlos, pero de todos los grupos de último año solamente eligen a uno para el evento final de cada ciclo, así que es el momento oportuno para ustedes. Yo sé que brillarán, como siempre lo han hecho. Pero ahora tienen que hacerlo el doble, ¿Estamos?

El profesor Park sonrió en cuanto vio a toda su clase asentir con entusiasmo. Él no lo admitiría en voz alta, pero la emoción circulaba por todo su ser, estando incluso más ansioso que sus propios alumnos.

— Eso es todo chicos. A partir de ahora sólo nos veremos unas horas para practicar, pueden retirarse. Mañana lleguen puntuales y con el mismo ánimo de siempre, es todo.

Uno a uno, cada alumno fue saliendo del enorme salón donde ahora Park Seonghwa era profesor de música.
A lo largo de tres años largos, habían cambiado muchísimas cosas.

Las clases para niños habían sido transformadas en clases en uno de los conservatorios de música más reconocidos en Corea. El prestigio que gozaba como docente y pianista había crecido enormemente de un tiempo a la actualidad, aquello dándole la oportunidad de ejercer el cargo que tenía en ese momento.
Además, era la primer generación que veía partir, y eso hacia de ese fin de ciclo algo mucho más especial.

El departamento donde vivía fue reemplazado por una casa mucho más grande, el teclado con el que inició de pequeño ahora era un hermoso piano de cola que lucía en la sala principal. Pero así como habían cambiado muchos aspectos en la vida de Seonghwa, existían otros que seguían el mismo curso de siempre, aquellas pequeñas cosas que no quería cambiar por nada del mundo, como los pequeños besos de buenas noches que Yeosang le daba antes de dormir. Ahí también entraban todas las tardes donde ambos tomaban lecciones de piano, buscando más colores que definir, e incluso nuevos conceptos que agregar a cada tonalidad. El azul oscuro podía ser un día tormentoso, pero un azul claro podía significar paz absoluta. Incluso existían momentos donde el mundo se pintaba miles de colores.

Eso fue aprendido a lo largo del tiempo. Tres años parecían poco, pero al lado de la persona correcta, en definitiva no lo era. Él jamás había visualizado un futuro al lado de alguien, pero justamente en esa parte de su vida apareció un pequeño rubio, alterando por completo las definiciones de muchas cosas que conocía.
Le gustaba recordar el día que se conocieron, porque las emociones que salían a flote eran con la misma intensidad que la primera vez.

Cuando sus ojos visualizaron su hogar a lo lejos, sonrió anticipando la alegría de observar el rostro de Yeosang. Aquel inmueble lo había adquirido hace casi un año, pero solamente hace un par de meses se atrevió llamarle hogar, justamente cuando el rubio aceptó irse a vivir con él.

Por las luces encendidas, se dio cuenta que él ya estaba en la casa, así que apresuró a bajarse del automóvil. Dando pasos apresurados, tecleó el código para desbloquear la puerta para finalmente entrar.

Dejando colgado su abrigo y saco junto con sus zapatos en la entrada, buscó con la mirada el paradero del menor, encontrándolo bajando las escaleras unos segundos después.

— ¿Seong?

— Buenas noches, bebé.

— Hola, mi amor.

Yeosang se acercó despacito, dejándose envolver en ese par de brazos que siempre lo llenaban de calidez. Sintió el mismo cosquilleo de siempre cuando los labios contrarios presionaron los suyos con delicadeza, tomándose el tiempo exacto para disfrutarse mutuamente. Eran esas pequeñas cosas que jamás cambiarían con el tiempo.

Synesthesia | seongsangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora