4: Conexión.

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En una fría y nublada tarde, se escuchaba el ligero soplar del viento, como aullaba al chocar con las casas o al colarse entre pequeños espacios disponibles.

Un silencioso lamento que arrastraba palabras y suspiros. Un momento que le daba a la ciudad un aspecto ermitaño, opaco, carente de vida y color.
Ni un alma transitaba por esos rumbos, las avenidas estaban vacías a excepción de los autos que estaban estacionados en la orilla de la acera; todos tan abandonados y olvidados. Nunca vió que alguien reclamara como su dueño alguno de esos automóviles, por lo que la mayoría de estos presentaban las llantas desinfladas, los cristales rotos o incluso una parte del mecanismo faltante.

Tan solitario y tenebroso que era ese espacio. Nada seguro para niños pequeños, ni para mujeres deambulando a su suerte por las manzanas. Así era la vida en uno de los barrios pobres de Japón, un sitio en donde el color gris parecía ser eterno y donde el Sol no se presentaba.
Un lugar que lloraba todos los días y que, extrañamente, en esas horas las nubes no daban indicios de comenzar a derramar sus frías y pesadas gotas.

Konan recorría aquel lugar con terror a paso rápido, intentando no caer en algún callejón cerrado. A veces, debido al nerviosismo, olvidaba el camino a su casa y no ayudaba en nada el hecho de que esa calle se asemejaba a un laberinto.

Las altas construcciones de apartamentos, estaban de colores opacos, la lluvia desgastaba la pintura que se aplicaba a los locales y casas. Además de que los habitantes de ahí, aceptaban que ese lugar, era un asco en toda su palabra.

Adentrándose más a las calles, para llegar a la plaza central, el aspecto parecía tornarse peor. Un olor fétido y penetrante acompañaba a Konan en esa tarde; algunos hombres que tomaban alcohol o fumaban veían a la bella chica que se apresuraba cada vez más a llegar a un paraje sin tanta gente con vicio. Era casi imposible pasar desapercibido, y no mejoraba que una muchachita de aspecto tierno y una cara bella atravesara frente a los peligrosos locales que tenían como adorno a mínimo cinco adultos varones subidos de alcohol y con intenciones asquerosas.

Su pálido rostro se veía tan extravagante con aquellos ojos rasgados de iris amarillento, su cabello morado la hacía aparentar la edad que tenía y el piercing bajo su labio inferior resaltaba lo carnosa que era su boca.

-Ese ángel será mío- soltó un hombre después de que Konan doblara en una esquina y se fuera por otra calle. El adulto era alto, de aspecto amenazante y evidentemente borracho, estaba junto a otros dos que tenían el mismo aspecto.

-Sabes que es menor que tú, y cualquier cosa que hagas te meterá en problemas- contestó el otro individuo después de darle un trago a la botella blanca que sostenía entre sus dedos de la mano derecha, él era uno de los que se encontraban en cuclillas.

El anterior hombre esbozó una sonrisa macabra y pervertida al recordar las veces en las que la chica de cabello morado regresaba por la tarde con ropa que remarcaba bien la figura de su cuerpo.

-Ya veré que hacer.


★•★•★


Se notaba una gran diferencia al cambio de distritos, Suna acostumbraba a estar soleado y cálido, a pesar de las nubes que muchas veces atravesaban los cielos. En cambio, Konoha mantenía el cielo azul y despejado, recibiendo los fuertes rayos de Sol y calentando el pavimento de las calles.

El corazón le latía desbocado, nervioso e inquieto. Sabía que al acercarse en esos rumbos estaba firmando su casi muerte, su hermano seguramente no quisiera verlo por esos años que no fue a visitarlo. Estaba molesto consigo mismo por haberse comportado de esa forma; por negarse a encarar a su familia entera.

Pequeño Hermano (Itasasu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora