6: Frenesí.

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Hidan corría a gran velocidad por las calles de un barrio no muy conocido para él. Iba en compañía de dos hombres que tenían vestimenta similar a suya. Entre sus manos abrazaba un bolso aparentemente costoso, y sus colegas sostenían joyas y una maleta poco llamativa, pero que todos sabían cual era su contenido.

El sonido de la patrulla alteraba constantemente al muchacho, entraba en un estado de desesperación y cómo un último recurso dió vuelta en un callejón, donde estaba la estructura algo dañada de edificios viejos. Allí trepó con agilidad la pared y no se detuvo hasta estar en la azotea del lugar.

Suspiró con alivio, cerrando sus ojos y recargando su cabeza en el piso donde había caído. Sonrió leve al ver que la patrulla no había notado su escape, y que ahora estaba a salvo.

Se incorporó lento y viendo el entorno donde estaba. Tenía que llegar a la universidad en menos de una hora, y se hallaba lejos de Suna.
Su deber principal era dejar ese bolso en su casa, cambiarse y llevar los instrumentos que le tocaban.

Consideraba su vida un asco, no experimentaba las cosas que sus amigos hacían y él sólo quería ser un joven adulto feliz. Conocer el amor, trabajar en un sitio digno, construir una casa para él y con quién pasaría su vida (deseaba que fuera Konan) y tener hijos con ella.

Pero sabía que esa realidad estaba muy difícil de alcanzar por los pasos que seguía. No tenía la culpa, era el tipo de obstáculos que presentaba un muchacho al no haber sido adoptado por alguien y ser dejado a su suerte a una edad temprana.

Empezó a andar trotando y saltando con precaución de no lastimarse sobre los tejados que parecían querer colapsar en cualquier fallo.

Definitivamente esa no era la vida que quería.

Alguien debía ayudarlo, él solo, nunca podría.


★•★•★


Para la una menos veinte, Hidan ya estaba en compañía de sus amigos ensayando tres canciones que interpretarían el día siguiente de ese por la noche.
Los jueves le gustaban mucho porque pasaba tiempo de calidad con la bola de muchachos que él consideraba salvajes.

Todos con sus extrañas costumbres; y que a pesar de convivir la mayor parte del día y de la semana, sabían que nadie se conocía en verdad.

Allí estaban, en uno de los foros cerrados de la escuela. Discutiendo acaloradamente, intentando callarse unos a los otros.

Kakuzu con una cámara en mano, Nagato sentado en soledad y tanto Deidara como Sasori poniendo el dedo índice sobre sus labios y mascullando un molesto "shhh" al ver las risas contenidas de los restantes del grupo.

No era algo normal, y estaban seguros de que esas serían las únicas veces en donde verían a Itachi cantar.
Era todo un espectáculo ver al muchacho frente a un micrófono, con la mirada baja, mejillas semi sonrojadas y con la voz temblándole.

—¡Ya cállate!— se escuchó un ruido seco, producto del golpe en la cabeza que Deidara le había propinado a Sasori por discutir con él.

—¡Ay!— respondió con otro puñetazo.

—¡Cálmense todos o ya no canto!— sentenció Itachi infantilmente, ahora con sus cejas casi unidas y haciendo un imperceptible puchero.

Pequeño Hermano (Itasasu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora