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Llegaron a casa del ruso y encendieron la chimenea. Había chocolate caliente y galletas... porque a Canadá le gustaban las cosas dulces y Rusia solo quería verla feliz.

—Me divertí mucho, Russie. Hace mucho que no jugaba con alguien en la nieve.

—Me alegro —se sentó junto a ella en el suelo, frente a la chimenea.

—Me gustó patinar. Me gustó ver la nieve caer. Me gusta el chocolate caliente y me gusta salir contigo —rio bajito—. Siempre es divertido.

Rusia respiró profundo y acercó su mano hacia la de Canadá. Empezó a avergonzarse cuando esa mirada azul captó la suya, pero no retrocedió.

—A mí... —carraspeó—. A mí me gustas tú.

Había practicado su confesión desde hace tanto, y aun así salió temblorosa.

Pero lo hizo bien, porque el rostro de Canadá tomó un color carmín.

—Salgamos más seguido... Juntos... Tú y yo —Rusia se acercó a aquel rostro.

—Russie... claro que sí.

El eslavo se acercó más y Canadá no se alejó. Pero sintió pánico y no hizo algo más.

No quería asustarla.

—Russie —pero fue Canadá quien le tomó de las mejillas y se acercó lo que faltaba—. Me gustas mucho —susurró antes de unir sus labios en un beso amable.

Rusia quedó en shock, y Canadá entró en pánico

—¡Lo siento!... Lo hice sin preguntar o... ¡Yo...!

Pero le devolvieron el beso, de forma delicada y cariñosa, la envolvieron en un abrazo... y sonrieron sobre sus labios.

Porque al fin confesaron sus sentimientos y disfrutaron del sabor entremezclado del chocolate y la cereza que era el labial de la canadiense.

Indispensable [Canadá x Rusia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora