Ese año iba a ser mi año. Ya lo tenía todo planeado. Terminaría mis prácticas en el hospital de la universidad, juntaría el dinero suficiente para conseguir un lugar propio donde vivir y regresaría finalmente a mi pueblo natal para trabajar allí como siempre quise. Para intentar conseguir un puesto en el hospital donde siempre soñé trabajar.
Tan solo me quedaba un año más de estudiar duro, rendir los últimos exámenes, y por supuesto mi tesis y por fin obtendría mi título de médico.
Nada podía desviarme de mi camino y de mis planes, excepto claro, la vida misma. La vida y sus malditos aumentos de precios todos los malditos años.
Hacía casi un mes que había colocado este anuncio por todos lados y ese día, luego de una ardua jornada de trabajo por fin había obtenido una respuesta. Un anuncio en búsqueda de un compañero de piso que me vi obligado a poner porque para mi desgracia ya no podía seguir costeando yo solo el alquiler de mi departamento.
Era normal para los estudiantes que veníamos de otros pueblos y ciudades compartir vivienda, sobre todo cerca de donde estaba la universidad. De hecho en aquel edificio vivíamos básicamente puros estudiantes. Muchos compartían y algunos pocos no. En mi caso era de los que preferían vivir solo. Ya hacía varios años que lo hacía y la verdad no tenía el más mínimo interés en perder mi amada soledad y espacio propio pero no me quedaba de otra. Estúpida economía.
"No importa", me dije a mí mismo. Tenía 26 años, pronto me graduaría y me iría de aquí. No era así cómo me imaginaba terminando la universidad pero podría hacer el esfuerzo y soportar a algún otro estudiante por algún tiempo más. Además estaría tan ocupado que seguramente casi ni estaría en casa.
Sin embargo, lo que no me imaginé era que la persona que vendría a vivir conmigo y colaborar con los gastos iba a poner mi mundo completamente de cabeza.
La primera vez que lo vi fue esa noche cuando vino a conocer el departamento. El chico, un tal Tomás, había respondido a mi anuncio y habíamos arreglado por mensajes que pasaría a echar un vistazo.
Me gusta mucho el orden y la limpieza así que no tuve que arreglar mucho en el departamento para dejarlo presentable porque ya lo estaba. Solo me di una ducha relajante y a las horas ya había alguien en mi casa tocando el timbre.
Sinceramente esperaba encontrarme a alguien de mi edad más o menos, o al menos algún estudiante avanzado en la carrera pero no. Cuando bajé a abrir la puerta principal del edificio me encontré con la imagen de este chico, jovencito, con demasiada pero demasiada cara de niño, cabello castaño claro corto con algunos mechones más largos cubriendo su frente y ojos color miel. No fue el color sin embargo lo que más me llamó la atención de ellos, sino más bien las largas pestañas que los rodeaban. Y más abajo en su rostro, había también una enorme e inexplicable sonrisa formada por unos delicados labios rosas que invitaba a cualquiera a sonreírle de regreso, excepto a mí claro.
No entendía nada.
Era delgadito y quizás unos diez centímetros más bajo que yo. Traía un suéter negro, jeans rasgados y zapatillas blancas. No pude evitar hacer un paneo fugaz y poco disimulado por todo su cuerpo.
Maldita sea. Era bonito y era mi tipo.
Mi homosexualidad enseguida quería salir a flote, pero más me interesaba entender qué era lo qué estaba pasando. ¿Por qué este niño estaba en mi puerta?— ¿Tú eres Tomás? — pregunté confundido.
— ¡Sí! — exclamó alegre. — Ignacio ¿Verdad?
Asentí aún confundido. El castañito extendió la mano, la estreché y así finalmente terminamos de presentarnos.
— ¿En qué año de la carrera cursas? — fue lo primero que pregunté.
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El chico que amo
RomanceIgnacio es un chico tranquilo, algo callado y solitario que está terminando la universidad y solo piensa en la futura vida profesional que siempre soñó. Pero en su último año de estudiante se ve obligado a buscar un compañero de piso y compartir el...