Eskol había explotado a tal punto de echar a todos de la casa. Bueno... casi a todos. Los únicos que se quedaron, además de Hipo, Astrid y Estoico; fueron Patán, Patapez, Brutacio, Brutilda y Bocón, todos escuchando el drama familiar que se había armado, mientras comían de los pochoclos del gemelo.
Estoico se mantenía alejado de la situación, con su nieta en brazos, por precaución de cualquier cosa. No solo sabía del duro carácter de su padre, sino también del fuerte temperamento de Astrid que parecía temblar de rabia y miraba al hombre como si fuera una depredadora mirando a su presa y saltara a comérselo en cualquier momento.
-¡¿Cómo que hija Hipo?! ¡Explica que sucede aquí!
-Ya lo explique- Hablo firmemente, aun tomado de la mano de Astrid –Ellas son Astrid; mi esposa, y Asdis; mi hija.
-¡¿Hija Hipo?! ¡¿Hija?! ¿Qué estupideces dices?
-Ninguna estupidez abuelo.
-¿Me dices que esta... esta...- Eskol señalo a Astrid despectivamente –Mujerzuela, se atrevió a darte una niña?
Astrid exploto tras las palabras del viejo. Antes de conocerlo ya le caía mal y sentía ganas de matarlo, ahora lo mataría. Suerte que traía su hacha con ella siempre.
-¿A quién le dice mujerzuela? – Se zafo del agarre de su marido y se le acerco amenazante. –Escúcheme bien viejo, no sé quién se cree que es para hablarme así. Pero no permitiré
-Tu escúchame a mi niña malcriada. Los Haddock hemos sido un linaje de descendencia masculina por 400 años, y eso no cambiará ahora por tu culpa.
-Lo mismo dije- Hablo Patapez siendo callado con un "Shshhh" de parte del resto de espectadores.
-¿Por mi culpa?
-Por tu culpa y de esa bastarda que estoy seguro ni siquiera es hija de mi nieto.
Todos quedaron en silencio tras esas palabras. Inclusive los padres de la niña se congelaron en su lugar, con los ojos como platos y procesando las palabras. Mientras Astrid discutía con el hombre, Hipo se había quedado alerta por si algo pasaba, sabía que ella necesitaba y debía dejarle a su abuelo las cosas claras, pero que el hombre dijera eso, nunca se lo imagino, a pesar de que sabía que era capaz de todo.
Astrid logró reaccionar antes que nadie y su mirada cambio a una de ira pura. Ahora sí, Eskol era hombre muerto.
La rubia se abalanzo contra el hombre pero fue detenida por el brazo de su esposo, que la sostuvo de la cintura.
-¡Suéltame Hipo!-Demando intentando zafarse del agarre.
-Debería darles vergüenza- La chica se detuvo, controlando la ira que la comía por dentro, y miro a Eskol, escuchando lo diría. –Hipo no puedes ser tan idiota. No puedes creer que esa niña sea en verdad hija tuya. No solo no puedes controlar a tu mujer sino que eres lo suficientemente ingenuo como para haberte dejado engatusar por esta cualquiera.
En un descuido Astrid se soltó del agarre de Hipo y se acerco al hombre.
-Oiga bien,- Dijo mientras le golpeaba el pecho con el dedo, desconcertando aún más al Eskol -Que yo no he engatusado a nadie. No soy una cualquiera y usted no es nadie para insultarnos ni a mí, ni a mi hija.
Sin previo aviso, el hombre levanto su mano y le dio una fuerte cachetada al la rubia, haciendo que esta se tambaleará hacia atrás por la fuerza del golpe, habría caído al suelo de no ser porque Hipo la sostuvo y la mantuvo de pie.
Todos estaban en silencio, literalmente con la boca abierta, Brutacio incluso se había quedado con la boca llena de palomitas a medio masticar.
Al principio Astrid no lograba entender las cosas, estaba con la respiración errática, la mirada perdida en el suelo y los brazos de Hipo sosteniéndola. Cuando su mente reacciono en lo que había sucedido, no podía creerlo, nunca nadie le había pegado, ella era Astrid Hofferson, la chica más ruda y valiente de Berk. Al poco tiempo la indignación se fue para abrirle paso al odio, odio puro y sed de venganza.
Intento abalanzarse contra Eskol y matarlo, pero de nueva cuenta su marido la detuvo, sosteniéndola con un brazo por la cintura, la alejo del hombre y contra toda expectativa le propino un puñetazo a su abuelo. Que se tambaleo hacia atrás y choco con la pared.
De nuevo todos quedaron en silencio, con el hombre tocándose incrédulo la zona afectada, bajo su ojo.
-Ya te lo he dicho- Hablo el castaño apretando los dientes y haciendo aún más fuerte el abrazo hacia Astrid, como si intentara darle más valor a sus palabras con ese simple gesto, demostrando que no la dejaría por nada –Astrid es mi esposa y Asdis mi hija, no importa cómo se hayan dado las cosas. Así es, y no puedes hacer nada para cambiarlo, acéptalo.
-No Hipo, el que no entiende eres tú. No puedes tener una niña, ¡no sirve!
-¿No sirve? ¡¿No sirve para qué?!
-¡Para gobernar Berk!
-¿Por qué no?
-¡Simplemente porque no y punto!
La niña comenzó a llorar en brazos de su abuelo quien en vano intentaba calmarla. Astrid se acerco y la alzo arrullándola para que callara mientras Hipo y Eskol seguían discutiendo. Sin embargo Asdis parecía no querer guardar silencio, como si supiera que la mala vibra del lugar era por la intolerancia que su bisabuelo tenia hacia a ella, aunque la hubiera conocido recientemente.
-¡Calla a esa niña de una vez!- Grito Eskol.
-¡Eso intento, pero está nerviosa!- Grito la efusiva madre. Efectivamente, la niña estaba nerviosa, con el aire tenso que se había adueñado del lugar y los gritos de los vikingos allí presentes, además de que el nerviosismo de su madre y latir rápido de su corazón no ayudaban a que pudiera calmarse.
-¡Ya basta!- Grito Hipo a su abuelo –Si no puedes aceptar la realidad es tu problema- Fue al lado de Astrid y la tomo de la mano, dirigiéndose a la puerta. –Yo estoy feliz con mi familia, todos estábamos bien hasta que llegaste. El problema aquí eres tú, si las cosas no te gustan lárgate.
Al abrir la puerta, un par de vikingos chismosos cayeron al suelo, afuera de la casa estaba lleno de gente que quería escuchar el drama.
Sin importarle mucho, el castaño se abrió paso entre la multitud y la pareja se fue de ahí.