Un joven chico castaño de 20 años corría en plena noche estrellada, por las calles de Berk, claramente con la respiración acelerada, y muy nervioso.
-¿Cómo no me lo dijiste antes?- Regaño este a su padre, que se encontraba en la misma carrera que la suya.
-No sabía cómo.
-He irónicamente justo al último momento las palabras te llegaron.
El mayor calló, no tenía caso discutir con su hijo, después de todo tenía todo el derecho a estar enojado.
Habían pasado ya tres meses desde el nacimiento de su Pequeña lady. Al día siguiente de su nacimiento, los padres de Astrid, Estoico y sus amigos fueron a conocer al "Heredero", encontrándose con una bella Heredera, la primera que Berk tenía. La impresión del momento los sumió a todos en un incómodo silencio hasta que Brutacio grito "Les dije que era niña" y todos salieron del shock abriéndole paso a la emoción.
Estoico parecía el más emocionado, para alivio de la joven madre. Estaba sumamente feliz con su primera nieta y la primera heredera de Berk.
Pero además de eso, Patán, Patapez, Brutilda, Bocón y el jefe, debieron entregarle al rubio cada uno una bolsa con cinco monedas de oro, al parecer se habían apostado el sexo de bebe, siendo el rubio gemelo el único que aposto por una niña. Patán maldecía su suerte; Brutilda, Bocón y Estoico estaban pasmados por como el chico les ganó; mientras que Patapez estaba como loco revisando sus "cálculos", ya que alego que en una familia en la cual habían tenido descendencia masculina durante 400 años, eso no cambiaría ahora.
Hipo salió de sus pensamientos al ver a su hermosa esposa hablando con una chica pelicastaña.
-¡Astrid!- La nombrada se despidió de la otra chica al escuchar el grito de su esposo. Al darse la vuelta fue sorprendida por Hipo cuando este la tomo de los hombros y le planto un beso en los labios. -¡Dioses My lady! ¿Estás bien?- Pregunto tomando su rostro entre sus manos.
-¿Tendría que estar de otra forma?
La pequeña niña se removió entre los brazos de la rubia, quien la arrulló y le susurró para que se calmara. Con una sonrisa en sus labios, Hipo tomó a la pequeña, y comenzó a lanzarla al aire frente la atenta y preocupada mirada de la joven madre, aunque la pequeña solo riera por los juegos de su padre.
Al final, Hipo la tomo en un fuerte abrazo, y le daba pequeños y preocupados besos en el cuellito y la carita. Para luego volver a abrazarla y no soltarla.
-¿Mi amor, sucede algo?
El castaño salió de su ensoñación, acarició una de las mejillas de su lady con cariño, para luego mirarla con mucha preocupación.
-Necesito que te vayas y te quedes en casa hasta que yo te diga.
-¿Qué?
-No, no, no. Olvídalo, en casa no. Ese será el primer lugar al que ira. Ve a casa de Brutilda y por favor hazme caso cuando te digo que no salgas.
Hipo le volvió a dar a la niña, mientras la rubia solo miraba con confusión.
-¿Qué? ¿Pero... por qué?
-Astrid escucha yo
El cuerno comenzó a sonar interrumpiendo al joven chico, este gruño para sus adentros.
-¿Qué sucede?- Volvió a preguntar la alarmada madre. La gente del pueblo corría hacia el puerto, ya que el sonido del cuerno quería decir que llegaban visitas.
-My lady, confía en mí, ustedes vayan con Brutilda. Las veré allá en una hora.
Tras decir aquellas palabras, el chico salió corriendo rumbo al puerto. Por un momento Astrid consideró seguirlo, pero recordó que no solo estaba ella, sino también la pequeña en sus brazos, la cual había jurado proteger a costa de todo. Si Hipo las quería a salvo era por algo, y confiaba en él más que nada en este mundo. Por lo cual se dirigió a casa de su rubia y loca amiga.
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En el puerto, hombres, mujeres y dragones se habían reunido para atender a los visitantes. La gente no parecía alarmada frente a los extraños allí ya que solo eran tres barcos.
-Hijo... ¿Qué hiciste?- Preguntó un preocupado Estoico.
-Las envié a casa de Brutilda. ¿Papá qué hago? No puedo tenerlas allí por siempre.
El pelirrojo posó una mano en el hombro de su hijo como signo de apoyo.
-Descuida Hipo. Todo estará bien.
Los barcos comenzaron a desembarcar, del más grande de ellos que parecía ser el principal, salió una plancha de madera, para permitirles a sus tripulantes bajar. Muchos hombres bajaron del navío, con diferentes cajas en sus fuertes brazos, por lo que parecía, las visitas tenían planeando quedarse un tiempo. Lo que solo sirvió para preocupar aún más al joven padre.
Del extremo superior de la plancha, se vio la figura de un hombre corpulento y fornido, de pelo blanco, con un corte militar, barbilla cuadrada y ojos azul grisáceos tan fríos que te calaban la piel hasta los huesos.
Hipo trago duró, con el corazón latiéndole a mil por segundo y un nudo en la garganta que no le permitía hablar. Pero contra todo pronóstico, se mantenía firme y derecho, con una expresión dura y los brazos tras su espalda.
El peliblanco descendió por la plancha a paso firme, sin titubeos de ningún tipo. Cuando terminó de bajar y se acercó a padre e hijo que esperaban "pacientes" su llegada, el castaño sintió que su corazón se detenía.
-¿Y la música..., los desfiles, carteles, danzas y todo lo que se requiere para recibir a tu padre, Estoico?- Preguntó sin expresión en el rostro.
-Lo siento padre. No hemos tenido tiempo de organizar mucho, no esperábamos tu llegada, sin embargo hemos preparado un festín en el Gran Salón.
-¿Y tú muchacho? ¿Acaso no estás feliz de volver a ver a tu abuelo?
-Por supuesto abuelo. Aunque me entere hace solo unos minutos que vendrías- Respondió dirigiéndole disimuladamente una mirada de reproche a su padre.
-Bien... - El hombre miro a un lado de Hipo, como buscando algo -¿Dónde están mi nieto y mi nuera?
El chico se sorprendió ante la mención de Astrid y su hija. En aquel momento sintió como las palabras abandonaban su boca de repente, quedándose callado y mirando al hombre, estupefacto.
