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Leo una de las cartas que me envió mi mamá; mi hermana firmó también... ¡probablemente se han estado viendo! Como ya están juntas en Sina, sus visitas deben ser casi diarias.

Suspiro.

No es que no me agrade la idea, estoy feliz por ellas. Pero... bueno, me dejaron aquí sola en Rose.

No, no. Ellas me están esperando, solo debo completar mi entrenamiento y así estaremos juntas otra vez.

Junto con la carta, también enviaron un paquete. Quito el papel de envoltura con cuidado, y corto los cordones que lo sujetan. Me quedo maravillada con el contenido, era una caja de chocolates, solíamos comerlos muy seguido.

Hmm... esta vez no puedo compartir con nadie.

Hay un par de chicas en los dormitorios, pero ninguna parece prestarme atención. Doy la espalda hacia las demás, mientras busco un lugar donde guardar mis cosas sin que Sasha se entere.

— ¿Saben dónde está TN? — escucho una voz masculina. Levanto mi cabeza, es Eren.

— Aquí — digo. Se sobresalta un poco, las chicas siguen con su plática — ¿Qué necesitas?

— Bueno... — vuelve a rascar su mejilla —. Podemos... ¿practicar?

— Ah, claro.

— ¿Qué es eso? — apunta al empaque.

— Son... ¡Tengo una idea!

Bajo de mi litera y le indico que me siga al patio. Casi no hay personas, pues es sábado en la mañana, y varios soldados van a sus casas de visita.
Me sorprende que Mikasa no esté aquí con nosotros, pero prefiero dejar el tema de lado, no quisiera invocarla.

— Bueno, por cada vez que te acerques al objetivo te daré uno. Ten — le extiendo la caja de dulces, quitando la tapa —, pruébalo.

Tengo suficiente certeza de que no le dirá a nadie.

Toma una bolita dudoso, primero la ve extraño, como si fuese un objeto peligroso. Lo lleva a su boca, y mastica con cuidado mientras analiza el sabor.

— ¿¡Qué es esto, TN!? — exclama al escupir el dulce a su mano

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— ¿¡Qué es esto, TN!? — exclama al escupir el dulce a su mano.

— ¡No sabes apreciar la comida! — pego la caja a mi pecho — Estos son mis favoritos...

— ¿Qué tienen? — pasa su mano por su boca. Noto que hace su mayor esfuerzo para no hacer cara de asco.

— Un poco de esto, un poco de aquello — hago un ademán —, y un poquito de alcohol — murmuro, mirando a otro lado.

— ¿¡Qué!?

— ¿Qué? Sabe bien, mi mamá me dejaba comerlos — suspiro —. Pensé que serían buen incentivo, pero ni siquiera te gustaron.

No te enamores (EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora