CAPITULO IV

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A medida que se acercaba a ella podía sentir y escuchar su pulso aumentar con cada centímetro.
Sus mejillas estaban coloradas aunque podría jurar que estaban a unos cuantos grados bajo cero.
Sabia que en el momento en que ella supiera la verdad, jamás tendría su perdón.
Pero antes de decírselo necesitaba algo. Por muchos años, escondido bajo los insultos y los malos tratos, estuvo la curiosidad. Ella era una excelente bruja y siempre lo supo, maldita sea. Había que ser hijo de Crabbe y Goyle juntos para no verlo. Siempre se sintió atraído por su carácter fuerte, por su inteligencia, por su astucia.
Ella pudo haber sido una excelente Slytherin, pero también una brillante Ravenclaw, así como también una honesta y leal Hufflepuff, pero tuvo que ser Gryffindor el que se llevara el premio mayor. Ella era el maldito premio que siempre quiso y la impotencia de saberse muy por debajo de sus expectativas lo llevo a tomar el camino contrario. Alejándose de la humillación de saberse no correspondido.
Él pudo haber aceptado la maldita oferta del viejo loco.
¡El iba a aceptar su puta oferta! Pero el saber que la vería de nuevo y que sus ojos, jamás lo mirarían con otra cosa que no fuera desprecio o lastima, le impulsó a lanzar un mediocre Expelliarmus.
Por eso hoy, cuando ella se sentó ahí frente a él, con esa mirada donde no había ni desprecio ni lastima, sino curiosidad, curiosidad por Él; intentando entenderlo, supo la verdadera razón de que se mantuviera alejado tantos años.
Él quería ser aceptado por ella.
Él quería su cercanía.
Él quería...
Él quería tenerla.
Pero ella era de Weasley y él... ni siquiera pertenecía a ese tiempo.
Esa noche había bajado decidido a dar un paseo por la orilla del Mar para luego perderse en sus profundidades. No le quedaba nada. Su madre, la del futuro (que ya no existe) lo apoyó en esta travesía. Pero su madre del presente, probablemente lo odiaba y repudiaba.
Porque ella solo cambio de opinión al ver morir a su esposo y a su hijo bajo una imperdonable por dos años. Y eso claramente no había pasado aún, ni pasaría.
No le quedaba nada.
Más que las miradas de desconfianza de todos.
Ella parecía hipnotizada con su mirada. Como si pudiera leer todos y cada uno de los miedos que acababan de pasar por su mente.
Pareció entender con su silencio, que había sido algo muy grave. Sintió cómo se empezaba a alejar de él, cuando sin siquiera pensarlo, tomó una de sus tibias manos.
El toque la sorprendió. Claro está. Jamás se habían tocado, a excepción del puño que le dio en tercer año.
Pero nada tenía que ver con este toque.
El pulgar de él hacia círculos en su muñeca, intentando distraerla mientras encontraba las palabras para hablar.
¿Pero que es lo que quería decirle?
¿Estaba realmente considerando decirle la verdad?
-Tú y Luna... - dijo ella de repente.
Frunció el ceño, confundido ¿a que se refería?
-¿Que pasa? - dijo él. Su voz estaba más grave de lo normal, pero no dejó de sonar suave a sus oídos.
-¿Estaban... juntos? - balbuceó con timidez. Si sus mejillas se coloraban más iba a llevarla a San Mungo.
Espera... ¿Que estaba preguntándole?
-¿Que te hace pensar eso Granger? - ¿en que momento se había acercado tanto a ella?
Sus ojos miraban a cualquier parte excepto a los de él. Estaba avergonzada de haber hecho esa suposición y más aún de haberlo dicho en voz alta.
-No lo se, Draco. Vi lo mucho que te afectó volver a verla... así que, solo lo asumí. No tienes que contestarme, no es asunto mío de igual forma. - dijo otra vez divagando.
Otra vez lo llamó Draco.
-Vi cómo murió. La mataron en frente de mi ¿no te afectaría ver a una persona conocida morir?
-Por supuesto que si... es solo que no me lo esperaba...
-¿De mi? - terminó él. Más que una pregunta era una afirmación. Delante de él estaba la confirmación de que sus pecados jamás serían perdonados. De que había llegado demasiado tarde.
Una mano tibia y delicada sobre su mejilla lo hizo frenar en seco sus deprimentes pensamientos.
-Perdóname... Tal vez no te conozco en realidad.
-Granger, no... me... toques - susurró él. Más que una orden parecía una súplica. Rezó porque ella pensara lo primero.
-¿Y tú si puedes tocarme? - dijo mirando su mano enlazada a la suya aún dibujando círculos.
Algo se encendió en él con esa pregunta. No entendía como habían llegado a ese punto pero no pensaba desaprovechar esa oportunidad.
Se acercó a ella decidido como si fuera a besarla, pero justo cuando sus labios iban a rozarse, desvió su boca a ese punto en el que se unen su cuello y oreja. Ella no retrocedió en ningún momento.
-Solo si me dejas. - susurro sobre la piel de su cuello.
——————
-¿Y tú si puedes tocarme?- casi se arrepintió de hacerle esa pregunta. Casi. Podría jurar que un brillo perverso se asomó en los ojos de él. Sabía que había sonado bastante indecente pero ¿Que esperaba? Tenía más de diez minutos devorándola con esos ojos preciosos, haciéndola preguntarse en qué pensaba cuando la mirada de esa manera. Además no pudo evitar preguntarle cómo una novia celosa por Luna ¿Estaba loca o que?
Supo que no se arrepentía de su pregunta cuando vio esos finos labios acercarse hambrientos a los de ella.
Pero fue cuando él se desvió del objetivo, que entendió lo que había estado a punto de pasar. Entonces sin darle tiempo a pensar en una salida, sintió su aliento frío sobre en su oreja. Cuatro palabras. Para nada obscenas, carentes de efectos al ser pronunciadas por otra persona. Pero viniendo justamente de él, significaban mucho.
Solo si me dejas.
Como si estuviera bajo un hechizo, inclinó el cuello hacia el lado contrario respondiendo en silencio a su pregunta. Sentía su piel arder en llamas y suplicaba internamente que Draco acortara la distancia. La guerra estaba a la vuelta de la esquina, iba a morir, vivían en la zozobra y el miedo a perder todo lo que amaban.
Tenía a un hombre realmente apuesto frente a ella, acechándola y deseándola con la mirada. Necesitaba esto. Y sabía que él también.
————
Él estaba embelesado admirando la piel de su cuello desnudo erizarse. Su pecho subía y bajaba de forma bastante irregular. Estaba deseando que la tocara. Que se fundiera en ella, pero no lo haría. No hasta que ella se lo suplicara. Él era la peor escoria. Era su maldito verdugo y el destino, tan caprichoso cómo nunca, decidió entregársela en bandeja de plata.
Pero él era un hombre, uno con un deseo reprimido por muchos años, uno que ansiaba el toque de una mujer por elección. Estuvo dos años cogiendo cual puta el señor oscuro consideraba "aceptable" para un mago de su alta alcurnia. Le concedía algunas noches libres para desatar toda su tensión, mandándolo a "coger" quitándole el libre albedrío de decidir, cuando, como, con quien. Tenía tiempo sin saber lo que era desear a una mujer y tenerla en frente deseosa de él también.
-Draco...- su gemido logró encenderlo más aún si eso era posible.
-¿Estas segura? - preguntó en un susurro a sólo un centímetro de su cremosa piel.
Era un caballero ante todo.
Sintió su mano enredarse en su cabello y elevarlo a la altura de sus ojos. Nunca una mujer había sido tan atrevida para hacerle algo así. En el juego previo, él era el que mandaba, en el sexo también, por eso se abalanzó contra su boca como un desesperado, ansiando probarla, ansiando beber de ella.
Pero ella lo detuvo estando justo sobre sus labios, mirándolo a los ojos, buscando la respuesta a la pregunta que había venido a hacerle esa noche.
-¿Por qué lo preguntas? - susurró sobre sus labios.
Él desvió su mirada culpable. No podía verla a los ojos.
-Tu serás mi perdición ¿cierto? - dijo ella con un hilo de voz deduciéndolo casi todo. Siempre tan brillante. Una solitaria lágrima cayó de sus ojos, Draco la miro hipnotizado hasta que se posó sobre su labio.
-No si tú eres la mía primero. - afirmó. Tal vez entendería la indirecta, tal vez no. Pero ella era inteligente. La segunda lagrima que descendió por su perfilado rostro, no le dejó dudas. Ella lo sabía.
————————
Sus respiraciones entrecortadas se mezclaban entre sí.
Ella no podía creerlo.
Él iba a asesinarla, él sería su verdugo.
Pero lo había deducido demasiado tarde. Sus labios ya estaban sobre ella y le gustaba el mar de sensaciones que le provocaba. Se dio cuenta de que aun sabiéndolo, quería ser suya, aún si tenía que morir a manos de él y si eso estaba escrito en su destino haría un pequeño cambio en las cartas.
Uno pequeño que no se imaginaba, la gran avalancha que estaba a punto de crear.
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Cerró el espacio entre ellos dos y su boca deseosa y experta tomó el control de la situación.
No quería preocuparla, no quería que sufriera. Quería hacerla experimentar el mejor placer de su vida. Quería que no lamentara jamás haberse cruzado con él.
Sus manos aún enlazadas se soltaron para poder tomarse con posesión.
Él subió la mano desde sus caderas, metiéndola bajo su bata, la paso por su cintura desnuda hasta llegar a sus pechos, cubiertos por la fina tela del sostén. Acarició la suave piel de su espalda con una delicadeza infinita. Mientras tanto su otra mano vagaba por su nuca. Posesivo y atrayéndola a él.
Se estaban besando. Draco Malfoy y Hermione Granger estaban besándose y no era cualquier beso inocente. Ninguno de los dos podía creer que la persona enfrente era la que les causaba tales emociones.
Cuando su fría mano soltó su sostén y se coló entre sus pechos, ella soltó un gemido y Draco aprovechó sus labios entre abiertos para beber de sus sonidos e introducir su lengua. Recorrió cada recoveco de su boca con total parsimonia. Como si tuvieran una vida completa para hacerlo.
El beso se volvía cada vez más demandante, se inclinó sobre ella y lo sorprendió recostándose en el sillón, atrayéndolo sobre si misma.
-Draco...- intentó llamar su atención.
Él la escuchaba pero no quería que lo detuviera. Sin embargo sabía que no podía continuar creyendo que la estaba obligando.
Con toda la voluntad que fue capaz de recolectar se detuvo y la miro a lo ojos.
Estaba despeinada y seguramente él también lo estaba. Sus mejillas ardían y sus ojos brillaban. Los labios los tenía rojos e hinchados. Su piel cremosa estaba colorada. Su pecho subía y bajaba. Estaba excitada ¿Por que lo detenía?
-Podemos... - vio cómo se ruborizaba y rehuía su mirada con vergüenza.
-Deberíamos ir arriba... - terminó de decir con una sonrisa tímida.
Draco se dio cuenta que había estado aguantando la respiración.
Soltó una suave risa de alivio de la que Hermione se contagió. Pasó una de sus delicadas manos sobre los labios de él mirándolo con esos ojos miel más brillantes que nunca ¿Como es que habían llegado a ese punto?
Él se levantó y la tomó de la mano con fuerza.
Ahora se daba cuenta de lo salvaje y desesperado que debió parecer. Si alguien hubiera bajado, pensaría que estaba comiéndosela. Aunque literalmente eso hacía.
Una vez en el ático, cerró la habitación y puso un hechizo insonorizador.
Al voltear quiso reír al notar lo arrebolada y cohibida que se sentía.
-No tenías que hacer eso... - dijo ella ruborizada refiriéndose al hechizo.
-¿Segura? Abajo parecía que intentabas invitarlos a todos a participar o a ver... - bromeó acercándose y tomándola posesivamente de la cintura.
-¡Claro que no! - dijo escandalizada dándole un ligero golpe en el pecho.
-Eso espero... no me gusta compartir - afirmó él acercándose a sus labios.
-Creo que no estás en posición de exigirme nada - dijo ella - en vista de que vas asesinarme algún día...
-Ya te dije que eso no pasará si tú lo haces primero, ganas no te faltaban en el colegio. - bromeó él aún sobre sus labios.
-Tienes razón, pero ahora mismo tengo ganas de hacer otras cosas contigo. - murmuró pasando sus manos alrededor de su cuello.
Se acercó a los labios de él impulsada por un ataque de valentía y le robó un profundo beso, dejándolo sin aire y sin palabras.
Sintió el nudo de su bata destensarse y un segundo después deslizarse por su cuerpo.
Él se abrió la camisa y la dejó caer junto a su bata al suelo. Hermione sintió los músculos de él tensarse bajo sus tibios dedos.
-Tú pídeme lo que quieras Granger, pero no me detengas hoy. - suplicó él, besándola y sintiendo cada parte de su cuerpo rozando el suyo.
-No lo haré.
Bajó lentamente su mano, rozando levemente la piel de su abdomen, hasta llegar a su intimidad e introducir dos de sus dedos en ella. Cada gemido que ella emitía, Draco estaba ahí para absorberlo. Se deleitaba con los espasmos que su cuerpo sufría sobre su mano.
Sintió cómo en poco tiempo explotaba sobre él y gemía con fuerza en su boca, sosteniéndose firmemente de su cuello.
Él se deshizo de sus bragas y el sostén. La alzó con facilidad y posó su cuerpo sobre el viejo colchón del ático.
Ahora le tenía cariño a ese viejo colchón de mierda, ya que fue el culpable de que no pudiera dormir esa noche.
Se deshizo de sus pantalones negros y de sus bóxers.
Se acostó sobre ella apoyándose en sus antebrazos para no aplastarla completamente. Pero ella quería sentirlo contra su piel, así que pasó sus delicadas manos por su fuerte espalda y lo presionó contra ella.
Él besó y mordió su mandíbula, después su cuello hasta que llegó a sus pechos.
Besó y succiono cada uno de ellos con una tortuosa lentitud. Tenían todo el tiempo del mundo esa noche. Ella se arqueaba con cada movimiento de su lengua experta, suplicando cuando bajó por su vientre hasta su ombligo, depositando besos húmedos.
Saboreó cada pedacito de piel de su vientre haciéndola pedir más. Necesitaba todo de él. Lo necesitaba a él.
-Se que quieres verme suplicar... pero ya no aguanto más Draco.
Él subió nuevamente besando su ya sensible piel hasta llegar a la altura de sus ojos. Beso sus labios y aspiro el aroma que de ella emanaba.
-Te dije, pídeme lo que quieras.
Y sin más aviso que ese, se adentró en ella.
Sintió cómo gemía de placer mientras besaba su hombro desnudo. Cuando la sintió adaptarse a él, la embistió con suavidad y poco a poco fue aumentando la fuerza de sus encuentros. Se encargó de poseerla como nadie jamas lo haría. Ella era suya esa noche. Absorbió cada gemido que de su boca salía. Sentia sus cortas uñas clavarse en su espalda y su respiración entrecortarse cada vez más. Cuando supo que estaba a punto de llegar dio una ultima embestida hasta el fondo, haciéndola gemir una vez más de puro placer.
Él se dejó ir dentro de ella también a los pocos segundos. Respirando y grabando cada detalle de aquella noche en la que volvió a sentirse libre. En la que Merlín se había apiadado de él.
Y rezó.
Rezó a cualquier deidad que aún lo quisiera escuchar, porque sabía que aquel regalo del cielo, no podría venir sin un alto precio que pagar.
Él no debía estar ahí.
Solo deseaba que ella no fuera ese precio.

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