Epílogo - Final

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Mi mirada se perdió en algún punto por encima del horizonte, en alguna nube gris que reflejaba mis sentimientos.

Pesado, oscuro, cansado y completamente vacío.

Revoloteaba sobre mis pensamientos sin sentido alguno. Por más que llorara y rogara tu no volverías, no te volvería a ver.

Me quemaba aceptar que tanto tu mente como tu corazón habían dicho basta, que la muerte tocó tu puerta y que tú la invitaste a tomar el té.

Revivía cada momento a tu lado con un enorme vacío apoderándose de mí. Los revivía de una manera tan lenta y tortuosa que habría deseado salir de allí.

El sol sucumbió pasando sobre mis ojos, recordándome lo mucho que te gustaba ese efecto en mí y dejándome en plena oscuridad, tanto física como sentimental.

Ante mi visión apareció la lápida con tu nombre. Aquella que me había destrozado la vida y que lo hacía en cada visita a este lugar. Uno demasiado hermoso para lo que ameritaba.

A ti te hubiera gustado. Yacer repleto de flores de las personas que te recordaban. A mí, me rompía el alma.

Juro haber sentido tus brazos rodearme y tu calor completarme de atrás hacia adelante. La saliva se atascó en mi garganta y mis ojos se llenaron de lágrimas desesperadas.

¡¿Por qué!? ¡¿Por qué diablos te fuiste?!

Me lo preguntaba una, y otra, y otra, y una vez más sin encontrar una respuesta coherente. Lo tenías todo, y el destino te jugó una mala pasada.

Solías decir que éramos demasiado perfectos, y que en algún momento las fuerzas naturales debían separarnos para restablecer el orden del cosmos. Claro, era una broma. Lo que no sabías era que serías tú a quién el cosmos se arrebataría.

Acostado sobre tu tumba, mirando al cielo y a aquellas estrellas que tanto te fascinaban mi cabeza divagaba. Quería decir que entendí de repente mil y una cosas que no tenían sentido, pero la verdad, no fue así y no estuvo cerca de serlo.

Mientras pensaba en nuestras hijas, en sus días sin su padre, en la realidad que les tocaría seguir y lo maldita y perra que llegaba a ser la vida recité todo aquello que me hubiera gustado decirte.

—Scorpius... Angelito que era más travieso que inocente y que fingía no serlo. ¿Sabes? El apodo no era para que te lo tomaras enserio —entre tantas lágrimas, solté una risa—. Ahora sé que desde arriba me cuidas. A mí, a tus padres, a nuestras hijas y a Cash.

Tuve que detenerme de lo mucho que me dolía hablar, de pensar que no volvería a verte reír y que ya no escucharía tu voz. Jamás recibiría otro de tus abrazos, ni me daría cuenta que robaste otro chocolate por saborear tus labios. Te habías ido, y no volverías.

—Eras mi único deseo en el mundo —hablé a un cielo estrellado donde me gustaba pensar que estabas. Y no debajo de mí cubierto de tierra con tu cuerpo en descomposición —. Apuesto a que ahora tienes unas hermosas alas, y una aureola dorada sobre tu cabeza, una que jamás te gustará. Me detestaste cuando te la coloqué para tu disfraz de Halloween...

Los segundos se hicieron interminables, y el tiempo, un peso demasiado difícil de sobrellevar. Ya no te tenía, y no tenía ni idea de cómo vivir con eso. Si pensaba en mi pasado, tú estabas allí, y jamás hubiera pensado en un futuro sin ti.

—Vuela alto angelito. Y recuerda, Scorp, mi amor por ti es... —la oscuridad fue reemplazada por luz, voces lejanas y realidad.

Las caricias en mi mejilla me descolocaron, y allí, al abrir los ojos y verte en frente me di cuenta que había estado soñando.

Maldita sea, se sintió tan real.

—Jamie, tranquilo. No pasa nada, estas bien —susurró limpiando las lágrimas que caían y atrayéndome en un abrazo. —Estabas susurrando cosas incoherentes y no dejabas de llorar —explicó.

—Dios, lo siento —murmuré acurrucándome en su pecho. Noté que estaba a medio vestir y que posiblemente las niñas se estaban levantando.

—No, no lo sientas. Fue una pesadilla, nada más —era tan reconfortante escucharlo, sentirlo y saber que realmente estaba a mi lado.

—Te amo, te amo, te amo taaanto —repetí múltiples veces alargando las vocales.

Lo amaba de una manera inmedible, y si así me sentía luego de una mala pesadilla, no quería saber lo que sería si realmente sucediera.

Sus labios se unieron con los míos suavemente, como si todo se tratara del primer beso dado por aquel niño de cinco años.

Mis lágrimas desaparecieron, reemplazadas por los llamados de Aquila.

— ¡Papá! ¿¡Donde está la remera!? —preguntó gritando.

— ¡No seas estúpida y búscala Aquila! —le respondió su hermana, ya de once años.

— ¡Paris, la boca! —la regañé sin moverme demasiado.

— ¡Dejen de gritar! —nos regañó Scorpius, gritando. Valga la redundancia.

Besó mi frente y se escabulló de entre mis brazos para terminar de vestirse. Media hora después bajaba las escaleras con un desayuno esperando y dos niñas listas para el colegio.

Y por si no fuera suficiente, más de tres décadas después, el que había sido aquel niño de cabello dorado, ojos grisáceos brillantes y facciones angelicales, aquel apegado a un dinosaurio de felpa, ahora era el hombre que me recibía con un beso y con los brazos abiertos.

—Ustedes dos, son em-pa-la-go-sos —habló Paris detenidamente cuando Scorp me dio de su tostada mientras lo rodeaba por detrás.

—Sólo nos queremos demasiado. —le contesté.

—Volamos al sol —contestó el pequeño angelito haciendo la cabeza a un costado y mirándome.

La sonrisa se extendió en mi rostro, mientras que nuestras niñas no lo entendían. Me provocó ternura ver sus ceños fruncidos y miradas confundidas.

—Si vuelas al sol, te derrites —acotó la mayor, completamente fuera de su razonamiento.

—Quizás de eso se trata —contesté dando fin a la conversación y tomando las llaves del auto.

— ¿Quieren derretirse? —preguntó Paris.

Ambos reímos y las mandamos fuera de la casa mientras ellas tomaban sus respectivas mochilas. En el camino a la escuela, pensaba en la pesadilla y en todo lo que conllevaba.

A veces, no nos damos cuenta de lo mucho que valoramos a alguien hasta que lo perdemos. No nos damos cuenta de qué, aunque no dependamos de ellos, su papel en nuestra vida es demasiado importante. No nos damos cuenta lo muchos que los queremos.

—Ey —las llamé antes de que bajaran —, nunca olviden que mi amor por ustedes tres es infinito.

—Que cursi papá —se rió besando mi mejilla. —También te amamos hasta el infinito. Ellas bajaron y la mirada de Scorpius se posó en mí.

Mi amor por ti es más que infinito, James.  —sonreí, era imposible ser más feliz.

Infinity - ScamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora