Capítulo 8

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Destellos de luz se filtraban a través de mis cortinas

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Destellos de luz se filtraban a través de mis cortinas. Pestañeé varias veces seguidas mientras intentaba enfocar las manecillas del reloj.

No puede ser, pensé.

Tan solo eran las ocho de la mañana. Me dejé caer nuevamente sobre el colchón y me abracé a la almohada, alargando los minutos antes de levantarme. Me hubiera gustado seguir durmiendo, aunque tenía la certeza de que ya no iba a poder conciliar el sueño, al menos no con el espantoso dolor de cabeza que tenía. De hecho, era precisamente eso lo que me había despertado. Resignada, salté de la cama y me encaminé directamente al cuarto de baño mientras me esforzaba por evitar revivir los recuerdos de la noche anterior.

Llegué a creer que una ducha sería suficiente para aliviar los signos de la mala noche que había pasado, pero me equivoqué. Me sentía demasiado cansada, y el dolor de cabeza que sentía, aunque ahora un poco más leve, persistía.

Después de vestirme con unos pantalones cortos de algodón y una camiseta de mangas cortas negra, bajé a la cocina. Tal vez un café bien cargado sería la solución perfecta para mi malestar.

Al entrar, me sorprendió encontrar a mis padres despiertos, puesto que era domingo y solían dormir hasta un poco más tarde; era su día de descanso. Mi madre estaba preparando lo que supuse que fuera el desayuno mientras que mi padre leía plácidamente su propio periódico. Irónico, ¿no? De la que si no había ni rastro, era de Celeste. Lo más seguro era que siguiera durmiendo o muriendo de la resaca, ¿quién sabe?

—Buenos días —dije sirviéndome mi tan anhelada taza de café. Solo el olor comenzaba a devolverme los sentidos.

—Buenos días, pequeña —me saludó mi padre, al mismo tiempo que dejaba el periódico sobre la isla de mármol. Me senté a su lado y dejé que depositara en mi frente un cálido beso.

—¿Qué tal dormiste? —preguntó mi madre dirigiéndose en dirección a la nevera.

—Bien —respondí con tono cansino.

—¿Qué vas a desayunar?, espero que no sea solamente ese café —inquirió ella y se acercó a darme un beso en la mejilla.

—¿Son tortitas? —Señalé en dirección al plato que reposaba sobre la encimera, del cual no conseguía definir muy bien su contenido.

—Sí, con arándanos, tus favoritos —puntualizó, y mi estómago rugió con fuerza, haciéndome recordar que no había comido nada desde la tarde del día anterior.

—Vale, sí quiero.

Le sonreí cuando dejó frente a mí un plato lleno de tortitas y un vaso de jugo de naranja, al mismo tiempo que me acariciaba el cabello con ternura. Mi madre podía llegar a ser muy cariñosa cuando se lo proponía, claro que, no era la mayor parte del tiempo. No la juzgaba, en realidad, nos parecíamos bastante en ese aspecto, y siendo honesta, agradecía haber heredado su carácter. Si tuviera que describirla en una palabra, sin duda escogería: inquebrantable. Lo era y la admiraba por ello. Sin embargo, hubiera preferido verla derrumbarse junto conmigo a que mantuviera su perfecta fachada cuando la necesité. Desde entonces, tal vez ya no la admiraba tanto. Y supongo que ahora, tanto ella como mi padre, seguían consternados por el secuestro, de ahí su necesidad por consentirme en todo momento. No era necesario que lo dijeran, sabía que, en parte, se culpaban por lo sucedido.

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