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La vida de Astrid nunca había sido fácil, pero lo que marcaba la diferencia entre sus primeros años y los posteriores era la presencia de sus padres en su vida. Ella siempre había podido disfrutar de ellos y presumirlos con orgullo, y, aunque a veces las cosas se pusieran difíciles para la familia, Astrid podía sonreír y ser feliz porque nada le faltaba. Tenía todo lo que necesitaba y sobre todo, el amor de sus queridos padres.

- Suerte en la escuela —dijo su madre con ternura y una calida sonrisa...

Y fue lo último que escuchó de ella ese día.

- No hay nada que podamos hacer —dijo el hombre uniformado. — La niña deberá irse a orfanato.

Aquellas palabras que cambiaron su vida.

- Lo lamento —se disculpó la joven una vez que ella y el presidente estuvieron dentro de la mansión. — No sé por qué reaccioné así, yo-

- No te preocupes —interrumpió esbozando una sonrisa. — Ehmm, haremos como que esto no pasó.

Por ahora, Hiccup no quería indagar sobre la vida de Astrid, pero no dudaba que ella había tenido una vida difícil y por alguna razón, algo muy dentro de él le decía que debía ayudarla. Nada malo pasaría con hacerlo, ¿verdad?

Astrid asintió levemente. - Gracias.

Hiccup no dijo nada y con un leve gesto de cabeza indicó que se retiraría, por lo que dejó sola a la joven.

La rubia miró la bolsa de compras y sonrió ampliamente por el regalo del mayor, pero luego llevó su mano a su frente para golpearse la frente por lo que había hecho. ¿Llorar frente a Hiccup? ¡Eso había sido patético! Rió avergonzada y con las mejillas sonrojadas. Soltó un suspiro y miró el pasillo que daba a su habitación, pero únicamente dio un paso y Rapunzel apareció mágicamente frente a ella con una mirada llena de desdén. Su sonrisa despareció.

- Oh... me sorprendió —dijo después de unos segundos.

Y Rapunzel no contestó, sólo la miró de pies a cabeza con curiosidad buscando cualquier cosa, un pequeño detalle o error para decirle algo al respecto y humillarla. Sus grandes ojos verdes se enfocaron en la bolsa blanca y una letra grande de color negro que indicaba de donde provenía, lo cual enseguida le notificó que era un artículo de lujo.  Entrecerró sus ojos y levantó la mirada para observar el rostro de Astrid con suspicacia.

- ¿Qué es eso? —señaló la envoltura.

- Esto... esto es...

Y la rubia mayor no esperó a que completara la oración porque al instante arrebató la bolsa con ímpetu indagando dentro de ella. Sacó el elegante bolso negro y rió sarcásticamente no pudiendo creer lo que estaba viendo.

- ¿Lo robaste? —preguntó con una sonrisa.

- No... Hiccup —tragó saliva cuando vio que la muchacha alzó una ceja—, el señor presidente —corrigió— me lo dio como un regalo.

- ¿Un regalo? —negó con la cabeza, llevando sus dedos al puente de su nariz. — ¿Estás seduciéndolo, perra?

- ¿Qué?

- Hice una pregunta clara, no te hagas la tonta.

- Yo no estoy seduciendo a nadie, él-

Las palabras de Astrid fueron cortadas cuando sintió la palma de Rapunzel chocar contra su mejilla, haciéndola girar ligeramente su rostro por la fuerza empleada por la joven y finalmente haciéndola caerse al suelo. La de ojos verdes no tuvo ni una pizca de arrepentimiento por sus acciones cuando vio los mares profundos de la cuidadora enrojecerses.

- Deberías saber cual es tu lugar en esta casa, Astrid Hofferson —dijo poniéndose frente a ella haciéndose ver superior. — No eres más que una simple empleada y no creas que vas a engañarme como lo hiciste con Elsa o Hiccup —mencionó finalmente cruzando su mirada filosa contra la de cuidadora. — Sigue disfrutando de nuestra mansión mientras puedas porque dentro de poco te desenmascararé y te echaré a patadas de aquí.

Lanzó el bolso al suelo con desprecio y pasó a su lado mirándola despectiva, para luego mirar al frente y desaparecer por el pasillo, dejando a Astrid en el suelo totalmente atónita y enmudecida. Con todas sus fuerzas trataba de aguantar la situación, pero esa perra se lo ponía difícil y no sabía por cuánto tiempo podría mantener esa farsa sin antes llegar a su límite y proporcionarle una golpiza.

Llevó su mano a su mejilla, pero la separó al instante. La zona se sentía caliente y conforme pasaban los segundos, un ardor punzante aparecía. Estaba por quejarse en voz alta y maldecir a la chica, pero en ese instante un cuerpo se posó frente a ella haciéndola levantar la mirada. Lo primero que llamó su atención fue una cabellera rizada, alborotada y rojiza. La jovencita pelirroja extendió su mano con una sonrisa y la rubia la tomó.

- Gracias —dijo cuando se levantó con la ayuda de la chica de ojos azul turquesas.

- No es nada —acomodó su cabello a un lado. — Ehmm —se acercó levemente a ella—, sólo deberías ignorarla.

- ¿Oh? —la rubia se hizo la desentendida.

- Rapunzel.

- Oh... yo...

- No hace falta negarlo, vi como se portó contigo —volteó a ambos lados verificando que nadie estuviera cerca y se acercó más a Astrid. — Es una perra estúpida.

Y la rubia de ojos azules profundos como el mar sonrió ampliamente.

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¿Qué estará pensando Astrid?

noir; hiccstrid modernDonde viven las historias. Descúbrelo ahora