C E R O

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Cada pisada era más torpe que la otra. Tambaleándose, avanzaba con dificultad. Tropezaba, pero no caía.

¿Destino? Probablemente él no lo sabía, pero sus pies sí. Estaba inundado en su mundo, un mundo feliz. La droga, es su mejor amigo.

Rubén es su nombre, y con 28 años andaba sin rumbo en las calles frescas y oscuras solo pintadas por la luna, pero revueltas entre el polvo y basura que era arrastrada por la fuerza del aire.

Su cuerpo pidió un descanso y entre su caminata llegó a una tienda de 24 horas abiertas. Iluminaba un poco el estacionamiento y con una que otra luz led que llamaba la atención. El chico detuvo su viaje bruscamente en la esquina del estacionamiento, frotándose sus ojos enrojecidos y absorbiendo su nariz algo húmeda.

Con la poca luz se notaban más sus rasgos entre sombras delineadoras, siendo un joven alto, demasiado delgado, con pronunciadas ojeras y el cabello desordenado, demasiado demacrado.

El joven se recargó pesadamente de la pared y cerró sus ojos al contacto con la pared rugosa, su aliento era áspero y agitada. Tal vez el ambiente no era tan fresco, pero no tanto para provocar transpiración; el joven estaba sudando como si el sol de las 12 pm estuviera en su resplandor.

— Rubén — se escuchó una voz femenina.

— Hmm...

— ¿Qué haces Rubén? —volvió hablar aquella voz—. ¡Levántate de una puta vez!

El chico solo apretó su rostro y cubrió sus oídos para evitar escuchar.

— Mamá... —dijo molesto, pero bajo.

Sintió vibrar su bolsillo del pantalón mientras sonaba una melodía predeterminada del celular. Con una mano se fue a su bolsillo, sacando el aparato. Abrió un ojo, pero bajo el efecto, veía borroso y los colores del móvil se distorsionaban.

Como pudo contestó.

— Aló... —contestó débilmente.

— Tío, ¿dónde coño te has metido? —dijo una voz enojada y ruidosa.

— Alex, no grites tanto que —no terminó su frase para perderse viendo en otra dirección donde aparentemente no había nada.

— Argh—suspiró raspando la garganta—, tío. Dime dónde estás, iremos por ti Mangel y yo —dijo más calmado, pero sin poder ocultar bien su enojo.

— No sé —contestó—, hay un poste de luz —sorbió su nariz.

— ¡Mándame la ubicación por WhatsApp! —nuevamente el pequeño explotó y colgó.

Después de muchos intentos, Rubén logró mandar la dichosa ubicación. Luego de eso, se le cayó el celular, dañando la esquina izquierda, logrando así tener las dos esquinas abolladas y con un poco del cristal de la pantalla quebrada. Ese celular había resistido lo más.


Decidió acostarse en la cera fuera del local, por un momento creyó que estaba en su casa y juraba que el duro pavimento eran unas suaves sabanas.
Se relajó hasta que sintió agua fría caer sobre él alertándolo y levantándose al instante. Tosió y se alejó.


— ¡Señor, no puede dormir aquí! ¡Ni venir a emborracharse! —dijo una señora con su mandil de la tienda. Poseía la cubeta con la que mojó al muchacho.

Rubén despertó, despertó de su trance o relajación. El mundo no se movía ni brindaba colores extra, estaba en el real.


— Necesito que se retire de esta propiedad, o de lo contrario llamaré a las autoridades —advirtió la señora entrando al local.

Relajó su respiración y talló los ojos, quitó el agua de su rostro. Se levantó, apoyando sus brazos en la cera, se impulsó. Se puso de pie tambaleante, y avanzó un poco. Mirando a sus alrededores vio la avenida vacía, oscura y con la mayoría de negocios ya cerrados.

Mira al cielo mostrando un rostro preocupado y triste. Buscó entre sus bolsillos del pantalón y solo sacó bolsitas pequeñas de plástico. Saco un encendedor que por poco se cae, pero entre maniobras torpes logro atraparlo en el aire.

— Mierda —quejó.

Comenzó a caminar molesto hacia adelante, ya acelerado. Pero un pitido de auto detrás de él lo hizo parar de golpe a la par que volteaba atrás.

— ¡Métete de una puta vez! —reclamó Alexby con su cara fuera en la ventana.

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Ya de camino de regreso, un Alexby manejaba enojado, eso se sentía por la fuerza en el agarre del volante y las miradas enojadas que lanzaba constante al castaño.

— ¿Y Mangel? —Rubius rompió el silencio.

— Se quedó, tenía un trabajo que no había finalizado —lanzó una mirada molesta, junto con el tono. Regresó su mirada al frente—, quería venir a buscarte, pero le dije que no. Él tiene pendientes -al igual que yo- no siempre vamos a poder venir a cuidarte...

Rubén dirigió su mirada a su ventana viendo como los objetos pasaban. Suspiró. —Lo siento... A veces no me mido —decía cada vez más bajo.

— Ese es el problema, ya lo hemos repetido cientos y cientos de veces —movía una mano explicando molesto— ya no sé cómo nos ves, si como amigos o niñeras. Tú sabes que te rescataremos de tu hoyito de basura que te metes con esa porquería que consumes. ¡Mírate, estas mojado porque ya llegamos al punto que te corren de los lugares así!

Rubén no respondió y prefirió mirar el paisaje pasajero. Alexby se relajó haciendo una mueca. No tardaron en llegar a un fraccionamiento, donde vivían los 3, aunque la casa era de los padres de Mangel, los 3 amigos había decido a vivir juntos al menos una temporada.

La casa de dos pisos. Alex y metió el auto a la cochera y ambos entraron. Rubén no había puesto atención a la hora, ahora más consciente miró: 2:48 am. Entendió por qué Alex estaba más molesto de lo normal.

Al incorporarse más a la casa, Rubén subió al segundo piso y en la sala de arriba encontró a un Mangel dormido sobre su laptop. Sonrió enternecido, y se acercó.

— Mangel, hey —susurró mientras lo movía.

Alex subió y se encontró a sus dos amigos. Rubén logró sacar un quejido a Miguel, hasta que este abrió los ojos.

— Hmm... ¿Rubius?

— El original —río—, hey, vamos a dormir.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó Miguel ronco y enredado. Mientras se paraba y arrastraba sus pies.

— Sí, sí, anda, al cuarto.

— Hasta mañana —dijo Miguel más dormido que despierto.

— Hasta mañana, chicos —soltó en un bostezo Alexby, yéndose igual a su habitación.

— Hasta mañana... —finalizó Rubén yéndose a su habitación después de que todos se fueron, llevándose una mano a su codo jugándolo.

Entró a su habitación desordenada. Como pudo, encontró una camisa y un short aparentemente limpios, que cambio por la ropa húmeda. Se sentó en el bordo. Entre la oscuridad encontró el encendedor de la lámpara de la mesita de alado.
Había un desastre sobre esa mesita, entre polvos, pastillas de diferentes colores, uno que otro frasco. Los observó un momento, sin pensar mucho.

Un suspiro y la mirada se desvía de ahí.

—No... Ellos... Ellos me necesitan bien —se recostó al decir eso.

No sentía ni una pizca de sueño, pero sí su compañera, aquella tristeza. Cubrió sus ojos con sus manos.

No pudo más; una pastilla para dormir no era tan mala.

† ᴅᴄʟ †

:D espero que les guste. Es una historia que a mi me emociona escribir.

Byee <3

Delirio [Rubegetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora