Unas pequeñas manos tomaban un barato muñeco de plástico y otro un viejo carrito. Gritos, maldiciones y golpes se escuchaban del otro que la puerta protegía. La habitación, de paredes grises y viejas cosas, protegía a un castañito de 8 años. Con movimientos flojos movía los objetos, pero su mirada pesaba hacia cada fuerte sonido de la puerta. Era una habitación que se sentía pequeña, pues de cada lado de las paredes, había dos camas individuales, y a sus lados, sus respectivos cajones de ropa de plástico. Aunque la ventana espaciosa en la pared sobrante, decoraba bien, y abierta, hacia las mover cortinas sucias.
La crujiente puerta se abrió con violencia, haciendo que Rubén se arrastrará hacia atrás. Un chico pelinegro, pero con los ojos como el niño, entró muy molesto a la habitación. Con una sudadera vieja, cubrió parte de su cara.
— ¡Ya! ¡Cállate de una puta vez! —cerró la puerta a su espalda, con la misma fuerza. Las quejas en alto de una mujer, permanecieron detrás de la estructura de madera.
El chico mayor se sentó en su cama, aun cubriendo la mitad de su rostro. Trataba de ahogar sus quejas de dolor. El pequeño, aún sentado en el suelo, dejó los juguetes y su atención se fijó en el mayor. El pelinegro hizo contacto con el castaño, y molesto, le lanzó suave una almohada.
— ¿Qué me ves? —soltó molesto, y se recostó.
— ¿Qué te hizo ahora? —preguntó el menor en un tono bajito.
— Lo suficiente para aumentar mis ganas de largarme.
El castaño caminó con las rodillas hasta el extremo del otro. Y se recargó en la cama. Lleva su manita hacia el brazo del pelinegro, y recarga su rostro en la orilla de la cama. El pelinegro lo ve con el ojo bueno y suelta un pesado suspiro, alzando su mano para dejar al descubierto el otro lado del rostro. Rasguños que colorearon de rojo el rostro, y muy finos hilos de sangre cerca del ojo, el cual mantenía cerrado.
— ¿Contento?
— ¿Te duele?
— No seas idiota, Rubén —el pelinegro se giró boca arriba, estirándose.
— Te puedo curar —se subió a la cama con ánimo.
— ¿Eres doctor o enfermero?
— Soy doctor —con su camisa, tocó delicadamente las zonas ya inflamadas del pelinegro. Provocando que arrugara su cara con dolor, moviéndose y que sonoramente se quejara—. ¡No te muevas, Bruno! —regañó el infante.
— Señor doctor, me duele —Bruno se movía –ahora apropósito- con una risa—. Yo creo que debería cambiar de profesión —pico en las costillas a Rubén, haciendo que se quitara y se riera.
— ¡Oye! —el castaño reía mientras huía de la cama, brincando hacia la suya.
— Rubén, dejaste tus patas sucias en mi cama —el pelinegro se sienta y pega en la cama quitando el polvo.
El castaño no paraba de reír en su cama. El pelinegro sonrió entre labios y lanzó su última almohada a la cara del castaño. Y el niño le siguió, lanzando todas las almohadas a su alcance.
— ¡Ya, ya ganaste! —exigió en risas el mayor. El menor obedeció y se lanzó encima del pelinegro.
— Yo siempre te gano, hermano —presumió el castaño.
Un fuerte aire hizo mover la cortina, llamando la atención de los hermanos. El pelinegro hizo por moverse, y Rubén se movió. Ambos caminaron a la ventana, claro, Rubén apoyándose de su banquita, y se recargaron del astillado marco. El paisaje no era lindo, había más casas poco decoradas y descuidadas, una malla vieja separaba unas vías del tren, aunque la malla estaba ya vieja, rota y en partes oxidadas. La noche ya había caído.
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Delirio [Rubegetta]
Fiksi PenggemarRubén Doblas, tiene problemas de drogadicción. En una noche frustrante, entre drogas y alucinaciones, ve a Samuel. Este lo trata como nadie, por lo que se enamora de esa alucinación, pero ¿eso fue real? Mangel y Alexby, sus mejores amigos...