Si de algo podría estar orgulloso Leviatán, era del magnífico trabajo que había realizado instruyendo al segundo hijo de Lucifer, el portador de la Envidia. Elijah estaba convencido de que él debería ser el segundo heredero al trono y disfrutar de todas las riquezas y beneficios que eso conllevaba y no el bastardo y mal agradecido de Kenzo. Elijah era manipulador y astuto y sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer para que su nuevo capricho se cumpliera. Él debería ser el rey, el único y futuro rey y no le importaría deshacerse de cualquiera que osara interponerse entre él y su nuevo antojo, ni si quiera si de sus hermanos se trataba. Esta vez, él sería el ganador.