Un par de años pasaron, y ambos nos convertimos en los compañeros de juegos de la princesa Zelda, aunque cada día que pasaba, Link siempre estaba triste, siempre miraba a la ventana del templo del tiempo, tal vez preguntándose qué habría pasado con aquella hada que al principio consideré molesta y que al final nos había salvado el pellejo... Una noche que estábamos en el campo de Hyrule, observando juntos las hermosas estrellas, me propuso una idea. -¿Qué tal si vamos a buscarla?- preguntó de golpe y le miré atónita. Esto era el comienzo de la travesía más oscura y triste de nuestras vidas, pero yo prometí a las Diosas seguirlo y ayudarle en todo lo que él hiciese, por lo que me levanté y ofrecí mi mano. -A donde vayas, iré contigo- finalicé. Asintió y nos fuimos a la primera hora del día, no sin antes despedirnos de la princesa.