Capítulo 9

13 4 0
                                    

Me dio tanto asco que un par de lágrimas se escaparon de las esquinas de mis ojos. Quería gritar, pero entonces mi boca se abriría y él tomaría ventaja de ese movimiento. En medio de mi pánico, recordé aquellas clases a las que había ido cuando estaba en secundaria: el maestro solía decir que mantuviéramos la cabeza fría para encontrar el punto débil de nuestro oponente. En ese instante no me importó la calma.

Levanté mi rodilla y acerté en el lugar exacto, lo supe porque él me soltó como si quemara y se dobló por el dolor, lanzando algún gemido y gruñido hacia mí. No obstante, lo que vi después volvió a dejarme helada: ahí en mi césped se encontraba Gee. Estaba tan rojo que pensé que estallaría en cualquier momento.

Iba a explicarle qué hacía Robin y que yo no lo había besado por voluntad propia; les rogaba a las fuerzas celestiales que él hubiera visto toda la escena. No me dejó siquiera pronunciar una sílaba porque tomó al rubio de la camisa y lo jaló hasta que quedaron sus rostros casi unidos. Sus narices chocaban, uno bufaba y el otro simplemente lo miraba con un reto secreto en la mirada. 

—¡No te le acerques, imbécil! ¡Aly está conmigo ahora! ¡No voy a permitir que hagas esto! —exclamó, en un rugido. Parecía que iba a asesinarlo si el otro se atrevía a refutar. Nunca lo había visto tan amenazador. ¿Cómo había controlado ese carácter cuando Robin y yo éramos novios?

—Eso puede cambiar fácilmente. —Se atrevió a sentenciar el rubio con la barbilla alzada, al tiempo que clavaba sus dedos en los antebrazos de Gee. Su respuesta me descolocó, solo lo estaba provocando y, según lo que me había dicho en mi sala minutos atrás, ambas versiones no concordaban, así que supuse que algo malo estaba sucediendo, porque él solo quería enfadar a Gerard, y lo estaba logrando.

Los dos se encontraban perdidos en las amenazas que se dirigían con la mirada y con la expresión corporal. Vi la decisión en sus ojos verdes antes de que ocurriera todo: siempre que estaba rabioso y quería acabar con el contrincante arrugaba el gesto de una forma que hasta el más valiente luchador se asustaría. Cuando estaba en la adolescencia solía pensar que era una de sus expresiones más atractivas, pero en ese momento tuve miedo de lo que pudiera hacer. Sabía lo que haría, así que intenté detenerlo, pero fue más rápido.

Elevó su puño y lo llevó directo al pómulo de Robin, quien no se esperó la agresión, pues no hizo el amago de protegerse. Un gemido de dolor se escapó de su garganta. Gee comenzó a lanzarle golpes al azar, las aletillas de su nariz se abrían y se cerraban, mientras el otro intentaba defenderse y lloriqueaba pidiéndome que lo parara. 

No podía ver el rostro de Robin, pero por la fuerza con la que Gee lo golpeaba supuse que ya estaba bastante mal. Fue la primera vez que no supe cómo actuar para calmar a mi amigo, jamás lo había visto en aquel estado, así que simplemente alcé la voz, con la esperanza de que escucharía. 

—¡¡Gerard, para!! —grité desesperada cuando las gotas de sangre comenzaron a manchar el suelo. Él se detuvo al escucharme, cuando iba a golpearlo una vez más, y tragó saliva admirando cómo Robin se retorcía para salir de su agarre, con la mitad del rostro hinchado y la otra sangrante, tambaleándose como si fuera imposible mantenerse de pie. 

El joven agredido no volteó ni una sola vez en nuestra dirección, simplemente se dirigió a su coche y se montó en él para perderse en la calle. Le dirigí una mirada de soslayo. Gerard miraba sus manos con fijeza y sin expresiones en su rostro. No sabía qué estaba pasando por su cabeza y eso me aterraba. Tenía miedo de que no me creyera y que haber visto ese beso fuera demasiado.

—¿Gee? —lo llamé en un susurro. Me miró y eso bastó para sacar todo el aire de mis pulmones. Estaba herido, intenté acercarme a él porque deseaba abrazarlo, pero me detuvo antes de que pudiera hacerlo.

—Dame unos minutos, Allison —pronunció seco. ¿De verdad creía que entre Robin y yo había algo? Me apresuré a sacarle esa idea de la cabeza, no podía ser eso, ¿Cierto? 

—Gee, te juro que yo no lo besé, fue... —Mi garganta comenzaba a cerrarse, mi cabeza era un tumulto de ideas juntas y quería vomitar mi desayuno ¡Dios! Todo era un malentendido—. Tienes que creerme, yo te amo a ti. 

Bajé mi cabeza avergonzada por todo aquello y porque él no musitaba palabra. Mi vista se nubló, pues realmente creía que me dejaría. Me sentía triste, no tenía manera de comprobar mi inocencia si decidía no creerme. ¿En qué planeta yo cambiaría a Gerard por Robin? Pude vislumbrar sus zapatos frente a los míos, su dedo índice levantó mi barbilla. Me sonreía con ternura, achiqué los ojos midiendo su mirada. Me arrastró a sus brazos y me enfundó en un abrazo. 

—Jamás dudo de ti, cariño —murmuró—. Es solo que... Nunca me había sentido así de enojado. Si tú no hubieras hablado para detenerme, no sé qué habría hecho con él... Quería ahorcarlo, quería que no se atreviera a acercarse a ti de nuevo.

Lo estrujé con más fuerza por lo profundo que me sonaron sus palabras y hundí mi cabeza en su pecho para empaparme de su olor. Olía a limpio, era su aroma característico, tan varonil y natural.

—Lo besé muchas veces antes —solté, porque de algún modo necesitaba que lo supiera. Lo sentí tensarse—, pero ninguna de ellas me hizo olvidar que era a ti al que quería, y mi corazón tampoco lo olvidó. No necesitaba besos para que palpitara cuando se trataba de ti. 

—No me digas esas cosas, luciérnaga —murmuró en mi oído. Su tono juguetón me indicó que el problema anterior había quedado en el pasado

Sonreí, pero luego mi seriedad volvió y el coraje blandió una vez más por mis venas. Solo pensaba en una sola persona: mi madre. Tal parecía que intentaba que Gerard terminara conmigo. Que hubiera regresado a casa no significaba que seguía siendo la misma niña de siempre y que podía gobernarme como hacía. Su tono seguía repiqueteando en mi cabeza. 

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora