Capítulo 10

17 4 0
                                    

Me separé de él y corrí a la entrada, la busqué en la cocina, ella solía permanecer horas y horas en el mismo sitio haciendo cosas que solo mi padre comía. Ahí estaba, con un guante acolchonado de un tono amarillento. Dobló su cuerpo y jaló la manija del horno. El olor a pastel de carne llenó mis fosas nasales: el platillo favorito de papá. Sus pupilas me encontraron, colocó el recipiente encima de un mantel que había en la encimera y se sacó los protectores de las manos. Hizo todo eso sin dejar de mirarme, amenazante. No obstante, no detuve lo que deseaba decirle. 

—Que sea la última vez que te metes en mis asuntos, no entiendo por qué motivo dejaste pasar a Robin a la casa sabiendo que era probable que Gee llegara, más aún si sabes que soy su novia. No me interesa... —musité con la mandíbula apretada. Los puños iban a tronarme si no dejaba de cerrar mi palma con dureza. Ella sacudió su cabello pelirojo y ladeó la cabeza, mientras me examinaba como si yo fuera parte de un experimento. Intentó hablar, perola detuve porque aún no había terminado—. No te atrevas a hacer todo lo queme hiciste cuando era una estúpida, ya no soy la misma, no uses ese tono conmigo porque sabes que sé que lo haces para que recuerde lo que hacías ¿Por qué intentas lastimarme más de lo que ya lo hiciste?

Sus tacones traquetearon en el suelo, se plantó frente a mí y alzó la mano dispuesta a darme un golpe en la mejilla. Muchas veces lo había hecho cuando intentaba defenderme, sin embargo, esa vez detuve la cachetada con mis brazos. 

—Deja de hablar como si yo tuviera la culpa, Allison. No tenía idea, tú nunca dijiste que no querías, no pude hacer nada —dijo, como si se tratara del clima. Solté una risa sarcástica, la detestaba con cada poro de mi ser

—¿No pudiste hacer nada o no quisiste? Cualquier madre habría hecho algo, pero entonces tú fuiste la que me llevó a ese lugar sin haber motivo y sin mi consentimiento. Tú fuiste la que lo permitió y te quedaste ahí escuchando cómo lloraba, gritaba y te rogaba que les pidieras que se detuvieran. —Mi labio inferior tembló, sacudí un par de lágrimas que rodaron por mis pómulos; ya no se me antojaba que fuera testigo de todo el daño queme producían los recuerdos, todo lo que ella me había hecho. 

No respondió porque ¿Qué podía decirme si ambas sabíamos que era verdad? Que ella por algún motivo había decidido que merecía ser castigada de ese modo. Cuando cuestionaba el porqué, ella solo decía que tenía que aprender a ser obediente, que de alguna forma debía entender que era una mujer. Tan solo tenía trece años, era una niña que no entendía y creía que su madre tenía razón, que merecía aquello solo por haber manchado la alfombra que había comprado por Amazon.

—No te metas en mi relación con Gerard, ya no te tengo miedo y contigo no me tocaré el corazón, así que deja mi puta vida de una maldita vez —vociferé con cólera. Los recuerdos transitaban como llamas ardientes en mi cabeza y me quemaban, y yo deseaba apagarlos a como diera lugar, sin importar el método.

—Ya te dije que Gerard no te conviene, Allison, te vas a acordar de mí cuando él pase de ti y se busque a alguien con más cualidades y mejor que tú—emitió con soltura y confianza. Ella de verdad creía que él me cambiaría. No me dolía ese pensamiento, porque era imposible, lo que me lastimaba era que mi propia madre me creyera tan poca cosa y le fuera tan fácil decirlo...Aseguraba que yo era una porquería y que no podía ser amada por alguien como Gerard. 

—¿Y según tú quién me conviene? ¿Robin? ¿Ese bastardo que me engañó y me insultó? —pregunté, confundida. Sonrió de lado y apretó mi hombro, pero me deshice de su toque porque no lo toleraba

—Robin al menos es sincero y te dijo lo que realmente necesitabas escuchar, no endulzó tu oído como seguramente Gerard hace. Debes entender que no eres como las otras chicas, Aly. Habiendo tantos espejos, ¿Aún no te has dado cuenta de lo fea, gorda y sin chiste que eres? —Ya no eran dagas porque ya era una costumbre para mí escucharla hablar de esa manera. 

—No puedo creer que seas mi madre —murmuré más para mí que para ella, pero lo escuchó. Se giró y se acercó de nuevo a la carne que estaba horneando, comenzó a picarla con palillos y a revisar si estaba cocida. 

—Yo no puedo creer que seas mi hija —contestó, y me lanzó una mirada despectiva para después continuar haciendo la comida e ignorarme por completo. Lo peor de todo es que lo decía con tranquilidad, de verdad lo sentía. No puedo explicar mis sentimientos, en realidad no me dolía su rechazo. Después de haber vivido un infierno, las personas se acostumbraban hasta que llegaba al punto de que ya no dolía más. Ya nada me dolía porque ya había sentido todos los dolores posibles y, entonces, mi corazón formó una pared para protegerse del exterior.


Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora