Capítulo 13

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—No siempre sucedía lo mismo —susurré con la respiración entre cortada y la voz temblorosa—. Había veces que mi madre entraba y veía todo. Ella también hacía cosas en casa: me daba cachetadas o jalaba mi cabello, le gustaba dejarme debajo del chorro de agua helada por horas, sobre todo recordarme cada segundo todo lo que podían hacerme si no me portaba bien.—No podía dejar de llorar ni de sorber por la nariz, tampoco podía dejar de hablar, era como si mi cuerpo necesitara sacarlo—. Luego llegaba a casa y estabas esperándome en las escaleras para ir a jugar. Me enojaba saber que yo estaba sufriendo un castigo y tú solo pensabas en pelotas y helados. No hacías más que preguntarme qué me pasaba una y otra vez, y yo sentía que te odiaba por recordármelo, y te gritaba que me dejaras, pero entonces corras para alcanzarme, me abrazabas hasta que me calmaba y besabas mi cabeza hasta que dejaba de llorar y te abrazaba de vuelta. 

Guardé silencio, mis palabras casi hacían eco en el rincón de la casa del árbol, donde nos encontrábamos él y yo, donde había confesado la peor parte de mi existencia y donde me había escondido muchas veces de ella. Alcé la cabeza para mirarlo y me di cuenta de sus ojos cristalizados y de su respiración agitada. 

—Quería odiarte, necesitaba odiar a alguien, pero cuando me refugiaba en tus brazos todo era diferente. Sentía que podía vencer todo, que era fuerte y sentía paz, pronto me sentía estúpida por haber pensado que te odiaba. Eras ese pequeño destello en mi oscuridad y solo quería estar contigo porque no había otro momento más feliz que el que compartía contigo. Cuando estabas no pensaba en nada más, me hacías reír, me hacías olvidar todo. Luego llegaba la noche, donde me la pasaba sollozando en mi almohada mientras pensaba en que quería que amaneciera para que me hicieras olvidar de nuevo. Me decías luciérnaga, lo sigues haciendo, y yo me reía porque la única luz eras tú. Tú eras, eres y seguirás siendo ese brillo que no permitió que mi vida se opacara, como la luz de una luciérnaga. 

Le relaté a Gerard todo, mientras mi cabeza descansaba en su pecho y mis ojos dolían de tanto llorar, mis pulmones de absorber aire y mis dedos deapretar su camisa. Sus brazos me envolvieron y me apretaron con demasiada fuerza, no me interrumpió ni tampoco dijo nada cuando acabé. Su silencio era mejor que cualquier cosa. Una gota de agua cayó en mi cuero cabelludo, así que alcé la vista una vez más. Estaba llorando con dolor en sus facciones. 

—No llores, Gee —pedí. Sus párpados se abrieron revelando una mirada torturada que me heló la sangre y me secó la boca. Examinó mi rostro y depositó besitos en mi frente. Se dedicó a limpiar el agua salada que resbalaba por mis pómulos, yo hice lo mismo

—Voy a matarla —gruñó con los dientes apretados e hizo el amago de pararse, pero no lo dejé, enrollé mis brazos a su alrededor. 

—No me dejes —supliqué. Como si mis palabras fueran órdenes, dejó que me acurrucara. 

—Si yo... Si hubiera... No tenía idea... No imaginé esto. —No podía formar oraciones coherentes y lo entendía, yo tampoco lo habría creído si no lo hubiera vivido. Me tranquilicé y cerré mis párpados sintiéndolos pesados—. Te amo, cariño, te amo tanto. 

Me hacía feliz que no sintiera lástima o cambiara sus actitudes conmigo. Sus brazos me aferraron como si yo fuera lo que lo mantenía estable. 

—Tus ojos siempre me enamoraron, siempre me llenaban de valor, me hacían sentir que era importante. Había veces que volteabas tu rostro y veía algo, por un segundo la chispa se iba y tu rostro se volvía triste, y yo solo quería que regresara la luz y te hacía reír. Entonces volvía a brillar como foquito de Navidad, y yo podía sonreír y sentirme valiente e importante de nuevo. Solo eso me importaba, que tú me miraras así, no deseaba ser valiente e importante sin ti. No quiero que vuelvas a estar así, luciérnaga, y no pienso permitir que te quedes en este lugar, ¿entiendes? —Tomó aire y volvió a hablar con determinación—. ¿No quieres vivir conmigo? Bien, pero no vivirás aquí tampoco. Puedo rentarte algún departamento, lo que tú quieras, no estarás con esa enferma ni un minuto más, así tenga que llevarte a rastras. 

Asentí sin ganas de discutir. 

—Debiste de habérmelo dicho antes, luciérnaga. Yo te habría ayudado, habría estado a tu lado, habría asesinado a ese maldito infeliz —susurró en un gruñido. Clavé mi vista en una madera y negué sacudiendo la cabeza.

—Éramos pequeños, ¿Qué habríamos hecho? Tenía miedo, me daba vergüenza, odiaba mi cuerpo, y aún lo hago. —Un sollozo se escapó de mi boca. Gerard tomó entre sus manos mi rostro e hizo a un lado el cabello rebelde que se pegaba debido a los rastros de lágrimas en mis mejillas 

—Estás a salvo ahora, cariño. No voy a permitir que nada malo te pase, lucharé contigo, haré que te ames como yo lo hago. —Guardó silencio, después continuó—: tu padre debe saberlo ya mismo. 

—P-papá está enfermo —logré decir con voz entrecortada. Él no sabía nada y corría riesgos al padecer del corazón, saber algo así le afectaría sobremanera. No quería ser la culpable y no soportaría que le pasara algo, jamás me lo perdonaría. Él y Gerard eran todo para mí, lo único que me quedaba. 

Gerard se desinfló al entender mi punto. Me costó trabajo convencerlo de que guardara silencio y no fuera corriendoa reclamarle a mi madre. Lo notaba enojado y melancólico, pero en ningún momento me soltó. 

Sin saber que así sería, había encontrado la cura que alejaba esos malos momentos, su presencia los evaporada. No me despedí de Helen, llamé a mi padre y, después de una plática sobretomar precauciones si Gerard y yo íbamos a tener una «relación más seria», nos fuimos. Ni siquiera empaqué, lo único que quería era desaparecer de ese lugar. Alejarme.

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⏰ Última actualización: Apr 28, 2023 ⏰

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Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora