Capítulo 6

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Era la décima vez que veía el reloj en la pared, tamborileé mis dedos en el banco y volví a corroborar que no me estuviera equivocando. El licenciado explicaba algo sobre leyes mercantiles, pero no podía distinguir el sonido de su voz, era un eco lejano. Veinte minutos faltaban para verla de nuevo y poder abrazarla. Solo podía pensar en eso y en su olor. Ella comenzaba a hacerme adicto y no podía controlar eso. Cada vez la deseaba más y más. Moría por sentirla toda.

En cuanto nos fue permitido abandonar el aula, lo hice, y caminé dando zancadas para ir en su búsqueda. La vi justo cuando estaba saliendo, iba al lado de Lissa, platicando algo y riendo. Me quitó el aliento. La rubia alzó su barbilla para señalarme y Allison se giró y me enfocó con sus ojos miel, esos que parecían endulzarme la existencia. Se despidió de su amiga y corrió hacia a mí. Todo se evaporó cuando se lanzó a mis brazos.

—Te extrañé —dijo cerca de mi oído, haciendo que mi piel se erizara. Moría porque me dijera algo como «mi amor» o «cariño» y no solo «Gee», pero esperaría un poco más y, si no, se lo sacaría a suspiros.

Caminamos juntos a la camioneta, encendió la radio y comenzó a mover la cabeza al ritmo de la música. Al llegar a su casa la acompañé; no me iría hasta recibir lo que tanto quería

—¡Te trajeron algo, Ally! ¡Lo dejé en tu habitación! —gritó su madre desde la cocina.

Una vez adentro casi hago combustión de la rabia. Respiré profundo y exhalé para calmarme y recordarme que ella estaba conmigo y no con ese bastardo que lo único que hacía era meterse entre nosotros. Aún no comprobaba si era un regalo de Robin, pero estaba más que seguro que sí. Y en efecto: Ally se acercó, tomó la tarjeta del ramo de rosas rojas e hizo una mueca de disgusto, luego me miró y me la tendió. Agarré su brazo y la atraje hacia mí. Todo eso me ponía muy ansioso. Su nariz se refugió en mi pecho, rodeó mi cintura con sus brazos. 

—Quiero matarlo —murmuré con la mandíbula contraída—. Quiere recuperarte.

—Puede quedarse esperando porque yo estoy muy cómoda aquí —respondió. De alguna forma, saber que ella nunca lo había querido me reconfortó, pero, de cualquier manera, no me agradaba que le mandara regalos todo el tiempo.

De soslayo clavé la vista en el ramo; pediría un aumento, eso es lo que haría, y le compraría una jodida florería. Me destrozaba no poderle comprar un regalo así de grande. Sí, mis padres me habían dado la casa, pero yo debía mantenerla y pagar mis gastos, y eso me quitaba casi todo el capital. Me sentía en desventaja en ese sentido, era el segundo arreglo floral que le daba y, si lo hacía una tercera vez, no tendría cabeza para controlarme. Lo buscaría y dejaría su cuerpo inservible.

Se despegó de mí y tomó el objeto de mi angustia entre sus manos para depositarlo en el bote de basura junto con la nota. Luego se dejó envolver por mis brazos, tal parecía que era la pieza que me complementaba

—No era necesario, cariño —susurré. 

—No, pero no las quería de todas formas —contestó, y besó mi comisura. Sabía que lo estaba haciendo para evitar mi molestia—. Por cierto, en el campamento nos compré algo y no te lo he dado. 

Se dirigió hacia su mesita de noche y abrió el cajón, obtuvo algo de ahí y luego regresó a mi lado. Estiró el brazo y me dejó ver lo que llevaba en la palma. Un dije casi idéntico al que me había dado de pequeños era lo que me estaba entregando, de la misma forma. Lo abrió para dejarme ver nuestras dos fotos, pero de nosotros ya mayores.

Lo tomé como si fuera un tesoro valioso y la miré, y ella me mostró el suyo, que colgaba de su cuello. Hice lo mismo que había hecho hacía años: me lo coloqué encima del que ya traía. 

Seguramente entraría en cólera si se enteraba que, en realidad, su cadena no se había perdido como creía, sino que la tenía yo. Nos despedimos entre besos y alientos mezclados y prometí que iría en la noche para dormir a su lado, como lo había estado haciendo todas esas semanas.

Me acompañó hasta mi coche y me deseó suerte. Antes de arrancar el motor pude ver a su madre parada frente a una ventana en la parte superior de la casa, con los ojos clavados en nosotros, mirándonos casi de manera fantasmal. Me pregunté si le molestaba el ruido de la camioneta; lo dudaba, porque desde siempre la había tenido y ella nunca había hecho ningún comentario. Pensé que quizá nos había descubierto durmiendo juntos, pero lo creía poco probable. Luego recordé que había dado la noticia del regalo en la recámara de Ally con mucha alegría; apreté el volante hasta que mis nudillos se volvieron blancos.

¿Quería que su hija regresara con ese bastardo que la utilizó? ¿Por qué querría algo así? No es que yo fuera el mejor partido, porque a decir verdad era todo lo opuesto, pero había crecido a su lado como si hubiera sido mi tía. Me quedaba en su casa, siempre comía o cenaba con ellos, nunca habíamos tenido una mala relación como para que se negara a nuestro noviazgo. Además, sabía a la perfección lo mucho que amaba a su hija y que habría dado mi vida o cualquier cosa por su bienestar, siempre era ella lo primordial para mí. 

Estaba en una encrucijada mental porque no sabía qué pensar y no tenía modo de averiguar qué era lo que sucedía en la cabeza de esa mujer. Si mi madre supiera algo, me lo hubiera dicho, y no era así. Después de un rato de torturarme pensando que nos separaría, llegué a la conclusión de que eran ideas mías y que estaba paranoico. Creí que estaba alucinando, así que deseché mis nervios.

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora