Capítulo 3

19 4 0
                                    

Se estaba comportando como un infante inmaduro, no era el hecho de que se pusiera a romper el arreglo por terquedad, era que me hacía sentir como si fuera capaz de engañarlo. ¡Por Dios! Llevaba toda mi vida enamorada de él. 

Malhumorada, esquivé a mi madre —escuché cómo refunfuñó por pasar a su lado corriendo— y me encerré en mi habitación dando un portazo que bien pudo haber roto las ventanas de la planta alta, pero en ese instante no me interesó eso, ni el grito de disgusto que mi padre lanzó. Me dejé caer en la cama como si fuera una montaña de hojas, las imaginé volando a mi alrededor, esparciéndose en el suelo y cubriéndome del mundo, dejándome escondida debajo de su olor a arce. 

Gee y yo solíamos hacerlo: juntábamos las hojas que caían en otoño, creábamos una especie de cama y luego nos lanzábamos juntos. Siempre terminábamos con la ropa manchada de tierra y los cabellos llenos de pedazos de hojas secas. Lo que más recordaba era lo que hacía mamá para regañarme después.

Sacudí la cabeza, no me gustaba recordar ciertas cosas que solo me lastimaban. Pensaba que tenía que perdonarla porque era mi madre, y me sentía mal por detestarla como lo hacía. Todo era parte de mi pésima autoestima y de que no me valoraba lo suficiente como para darme cuenta de que ella solo me hacía daño

Cuando me deshice de lo que tanto me quitaba la tranquilidad, recordé la manera tan drástica en la que Gerard había actuado: no me dio tiempo si quiera de hablar o decir algo, comenzó a descargar sus celos contra un montón de florecillas. Evoqué, en ese instante, la primera vez que Robin me había obsequiado algo: una caja gigantesca de chocolates. La había dejado en mi habitación, ingresé a mi cuarto de baño para asearme y, en cuanto salí, vislumbré mi caja de chocolates aplastada en manos de Gee. Le creí cuando me dijo que se había sentado encima sin ver. No sabía qué creer, probablemente también lo había hecho a propósito.

En lugar de enojarme, entré en un estado de euforia y comencé a reír con desenfreno, no me importó que mi padre entrara en mi recámara contrariado y se fuera de ahí con gesto divertido. Froté mi abdomen para calmarme ¿Cómo no me había dado cuenta de sus sentimientos? Escuché los pasos de mis padres, que se dirigían hacia su habitación, al fondo del pasillo, así que tuve que calmarme

No entendía por qué Robin me había mandado flores, no me gustaban las de esa clase —no era muy amante de cualquiera en general—, y eso solo fue un claro ejemplo de lo poco que me había conocido mientras habíamos salido. Y aunque era alguien a quien le gustaba jugar vencidas y eructar después de tomar refresco, le tomaba demasiada importancia a ese tipo de detalles. Lo que tenía bien claro es que debía aclarar ciertas cosas con él antes de que todo se me saliera de control, ya no me interesaba tenerlo en mi vida, no desde que me había dado cuenta de cómo era en el dichoso bar. Yo no era de las que confiaba dos veces, y él ya me había traicionado.

Vislumbré las estrellas del techo, que brillaban por la oscuridad, y escuché un golpe en mi ventana. Creí que era ocasionado por el viento, pero volví a escucharlo una segunda vez, de modo me enderecé dudosa y me encaminé ala fuente del sonido. Mordí mi labio cuando lo vislumbré debajo de mi ventanilla con un puñado de piedras en su mano. Me indicó que la abriera, así que lo hice, y con señas le pedí que guardara silencio, porque seguramente mis padres estaban durmiendo y no me apetecía discutir con ellos.

El ambiente me transportó a años atrás, cuando él escalaba la pared de alguna forma desconocida para mí. Cada vez que lo hacía me aterraba, pero él insistía y yo no era capaz de resistirme demasiado a sus ruegos. Jadeante llegó al destino y entre gemidos se coló a mi habitación. Parecía un anciano después de haber corrido más de un kilómetro. 

—Ya no soy tan joven como para hacer esto todos los días, tendrás que abrirme la puerta. —Suspiró y tronó el hueso de su cuello y el de sus nudillos y me miró aprehensivo—. Lo sé, me comporté como un niño, no pasará de nuevo. 

De su espalda sacó un girasol; él sí que sabía qué era lo que me gustaba, y eso me encandilaba de muchas formas.

—No puedo comprarte un arreglo enorme para reponerlo, pero sabes que si tuviera el dinero no solo te compraría uno, te daría miles —susurró y colocó la flor entre mi oreja y mi cabello. 

—Esto es muy romántico —apunté, y lo abracé sin pena. Sentí su sonrisa en la coronilla de mi cabeza y su pulso incontrolable en mi mejilla apoyada en su pecho. Olía a su perfume, un suave aroma que siempre me hacía vibrar y que podría reconocer en cualquier parte

Sus brazos me apretaron y su respiración cosquilleó en mi oreja, donde depositó tiernos besos que me transportaron a otro mundo. Suspiré porque tenía que liberar lo que sentía o explotaría, ya mis piernas amenazaban con quebrarse y mis pulmones parecían no reaccionar. Él continúo el recorrido por el largo de mi cuello, sentí la calidez de su lengua un par de ocasiones. Apartó con delicadeza el tirante de mi blusa y besó la piel de mi hombro desnudo. Era tan dulce y tan tierno conmigo, sus movimientos eran tan controlados y perfectos que no lo detuve, no estaba segura de si lo lograría. 

Sentí sus manos ascender por mi espina y escabullirse debajo de mi ropa, moldeó mi cintura y delineó la línea de mi ombligo. Subió y subió hasta que no fui capaz de razonar en absoluto por su manera de estrujarme y besarme, no conocía el universo que me estaba mostrando. Nuestras caderas encajaron. Miles de suspiros salieron de mi boca cuando sentí la fricción justo en ese punto especial, él, en cambio, gruñó y me erizó la piel

Sin embargo, cuando intentó desabrochar mi pantalón, sí que lo detuve con la poca cordura que me quedaba. Se echó hacia atrás y, con la mirada nublada, llevó sus manos a otro lado. 

—¿Lo arruiné? —preguntó con voz rasposa y electrizante. Sonreí de lado y negué con la cabeza. ¿En qué mundo sentir aquello sería arruinar algo? Medio un beso que me demostró lo mucho que quería estar de esa manera conmigo, pero no insistió ni mostró señal de enojo.

No era virgen, pero mis experiencias no habían sido las mejores, tenía miedo de decepcionar a Gerard, por eso lo detenía. Mi cabeza aún no estaba preparada, a pesar de que mi cuerpo rogaba fundirse con el suyo. Solo me besó con pasión, paseando su lengua por toda mi boca y mordiendo mi labio un par de veces, acercándome a él, aunque ya no había más espacio. Lo besé de vuelta igualando su ritmo. Más tarde me recosté sobre él, mientras acariciaba mi cabello y enredaba nuestras piernas con picardía

—Tengo miedo, Ally —me dijo en un murmuro que me hizo alzar la cabeza y  cuestionarlo con la mirada—. Están pasando cosas extrañas: primero tu madre con su actitud, luego Lindsey y, al final, Robin mandándote un jodido arreglo de más de doscientos dólares.

Yo también lo creía.

—Prométeme algo —pidió con urgencia, y alzó su palma abierta para que yo colocara la mía ahí. Lo hice sin dudarlo—. Promete que siempre vamos a creer en nosotros sin importar qué y cuan mala se vea la situación. Hablaremos y lo discutiremos. Promete que nunca te alejarás, luciérnaga.

El nudo en su garganta me mostró lo aterrado que estaba; no quería que se sintiera así.

—Te lo prometo —susurré mirando sus iris verdes.

—Nunca será lo mismo si tú me dejas, nada podría llenar el hueco y el vacío que dejarías. —Soltó y cerró los párpados impidiendo la visión de su mirada afligida.

Sellé mis palabras con un besito en sus labios y me adherí a su cuerpo. Le susurré que lo amaba y él hizo lo mismo. Quería creer que así permaneceríamos toda la vida y que nada sucedería, porque ya nos teníamos, al fin, el uno al otro. Después de tantos años merecíamos estar juntos y disfrutar de eso, pero como siempre me equivoqué, porque a veces el mundo no quiere girar a nuestro favor. 

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora