Capítulo 4

16 4 0
                                    

A la mañana siguiente él salió por la ventana y luego tocó la puerta para entrar en la casa como una persona normal. Ingresó con una amplia sonrisa y fue directo a abrazarme y a depositar un beso en mis labios. Mis padres veían, y sí, me inquietó la seriedad que llevaba mi madre en el rostro. No entendía cuál era su problema.

Los días comenzaron a pasar uno tras otro, las vacaciones junto a él no eran tan aburridas. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en el departamento con Gee, hacíamos cualquier cosa: podíamos pasar una tarde entera mirando películas y después juzgándolas como si fuéramos expertos en cine, aunque no supiéramos nada en realidad. Me daba palomitas en su boca y entre risas se las arrebataba, no dejaba que me apartara porque comenzaba a besarme y, de alguna forma, terminaba encima de mí en el sofá. 

Otras ocasiones nos hacíamos compañía mientras cantábamos y escribíamos. Le conté sobre mis verdaderos deseos: yo había querido estudiar música y no una licenciatura en letras, pero mi madre me había matriculado en eso. Me animó a seguir cantando y componiendo canciones.

Cada noche entraba a mi recámara a escondidas y se metía debajo de las sábanas, después rodeaba mi cintura y me pegaba a él, mientras me susurraba al oído que me amaba una y otra vez. Había otras veces en las que la pasión nos ganaba y terminábamos envueltos en una sesión de besos y caricias.

Salimos juntos a muchas partes, aunque fuera un sencillo parque a la vuelta de la casa. También era divertido compartir un helado de chocolate, sentados en algún columpio y charlando de cosas sin sentido. Yo nunca me aburría a su lado, siempre hallaba la manera de hacerme reír, de hacerme olvidar todo lo que no fuera él.

En mi casa era el mismo problema que había tenido siempre: mi madre revoloteaba a mi alrededor insistiendo en que era un hombre con pechos y que necesitaba arreglarme o, de lo contrario, Gerard se terminaría aburriendo de salir con alguien que se vestía igual que él. Entonces Gerard saltaba y se le plantaba con el rostro furioso y le decía que él me amaba con esa ropa, que no intentara cambiarme o me llevaría de regreso al departamento.

Los verdaderos problemas sucedían cuando no estaban él o mi padre: Helen se acercaba como una planta carnívora que intentaba seducir a supresa y me hablaba con las palabras cariñosas que solo utilizaba cuando quería manipularme y hacer explotar mi cabeza. Y me recordaba todo lo que había ocurrido cuando apenas había sido una chiquilla que empezaba a presentar los cambios de la adolescencia. No titubeaba en describirme ese lugar o a las personas que solían estar en él, pero supe controlar mi angustia; creo que eso solo hizo que se enfureciera más.

Comencé a tener pesadillas de nuevo, imaginaba todo, era como si lo estuviera viviendo otra vez, y me aterraba. Me daba asco y sudaba, y con las migajas de mis sueños aún transitando en mi cabeza corría a vomitar al baño. Gee sostenía mi cabello y luego limpiaba mi boca con un pedazo de papel, me daba palmaditas en la espalda y me vislumbraba con aprehensión. Veía en sus ojos las múltiples preguntas que no musitaba, todo aquello alguna vez lo vivimos. Después se acurrucaba junto a mí y me arrullaba toda la noche.

Me preguntó demasiadas veces qué era lo que me atormentaba, pero le suplicaba que parara y lo dejara a un lado; no deseaba revivir más lo que estaba tan vivo en mi mente y mi cuerpo. Lissa andaba de viaje fuera de la ciudad con sus padres en algún crucero, así que solo charlábamos de vez en cuando por teléfono o mensajes de texto. Le conté todo lo que había ocurrido en el campamento, recuerdo que lanzó un grito de emoción y no paró de hacer preguntas hasta que la convencí de que ya no había más por contar. 

Mi padre comenzó a presentar una serie de molestias: le dolía el pecho al caminar, se mareaba demasiado fácil e, incluso, lo llegué a ver pálido sin motivo aparente. Me preocupé, a pesar de que mamá decía que seguramente era por falta de sueño, y papá creía lo mismo. No obstante, llegué a la conclusión de que era mejor asegurarse de su salud. Se hizo unos estudios, le recetaron un cambio drástico de dieta y unas pastillas para prevenir infartos. Obviamente, me puse como loca, porque mi padre siempre había sido un hombre sano, no entendía por qué de pronto se estaba enfermando, así, de lanada. Él me prometió que todo estaría bien; le creí, porque nunca me mentía. Él era otro de los soles de mi oscuridad. 

Gerard iba todos los días a mi casa y le preparábamos una de las tantas recetas que le había recomendado el doctor. Por él intentaba fingir que todo estaba bien. A veces lo encontraba mirándome fijamente y con el ceño fruncido, así que me acercaba y acariciaba su entrecejo con los dedos, le sonreía y le contaba cualquier cosa para que las malas ideas se dispersaran. A veces funcionaba, otras no. 

No estaba tranquila en casa, solo permanecía en el sitio por papá. En ocasiones me encontraba sentada en mi cama y ella se detenía en el umbral de mi habitación y me observaba sin moverse. Mamá se mantenía ahí casi sin pestañear, a pesar de que le enviaba miradas amenazadoras; era como si estuviera en otro mundo. Luego simplemente se iba y todo volvía a ser calma para mi organismo. 

Robin me buscó un par de veces, no lo recibí en ninguna ocasión, pero un día él y Gee coincidieron. Gerard lo tomó de la camisa y lo zarandeó como si fuera a penas una pluma para él, le advirtió que me dejara en paz, que yo ya estaba con alguien y que no permitiría que se metiera entre los dos. Me asusté un poco cuando Robin soltó una carcajada burlona. Gerard se enfureció y le propinó un puñetazo en el pómulo.

El rubio dejó de ir a mi casa, pero no detuvo la corriente de mensajes de texto, los cuales ignoraba. Lindsey no volvió a aparecerse y Gee me prometió que no había sabido nada de ella después de aquel incidente. Debería de haber estado feliz de que se alejara, pero algo en mi pecho me decía que no me confiara del todo. Empezaba a entender el temor que Gee tenía, pero me dije que era normal porque era una relación nueva y había muchos sentimientos involucrados; era obvio que me sintiera de ese modo. 

El tiempo pasó con una rapidez sorprendente y, con él, la relación entre Gerard y yo crecía y se fortalecía cada segundo más. Aunque al principio nuestros cuerpos fueron los que gobernaron, pasadas unas semanas él empezó a hablar de un futuro juntos. Me preguntó qué planes tenía y me contó lo que él deseaba. Nos reímos al darnos cuenta de que éramos muy opuestos en nuestras metas: yo deseaba terminar la carrera y seguir estudiando, él quería publicar sus cómics y tener una familia conmigo.

—Es demasiado pronto —le dije. Gerard lanzó una carcajada y me sentó sobre su regazo, para después estabilizarme con sus brazos. 

—Ya lo sé, no estoy diciendo que tendremos bebés ahora, aunque no me importaría empezar a elaborarlos en este instante, luciérnaga —ronroneó en mi oído, a lo que me estremecí. Sentí el sonrojo invadir mis mejillas, así que intenté ocultarme, pero como siempre el me descubrió y cubrió mi rostro con besos.

Luego acarició mi mejilla y me susurró que se acomodaría a lo que yo quisiera. Y entonces todo se salió de control, se nos resbaló de las manos, entre los dedos.

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora