Capítulo 5

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Llegó a recogerme muy temprano por la mañana, bajé corriendo las escaleras y, sin despedirme de mi madre, que me miraba con molestia, salí y me interné en el vehículo. Me incliné hacia él y me dio un beso largo, que tuvimos que parar porque se nos estaba haciendo tarde. Aceleró, yo subí el volumen de la música y abrí la ventanilla.

No quería volver a clases, no deseaba enfrentarme a las chicas presumidas ni a los profesores, lo único bueno era que podría ver a Lissa. Aparcamos en el mismo lugar en el que solíamos hacerlo, descendimos del coche y colgué mi mochila como siempre. Me despedí con una sonrisita e hice el amago de caminar hacia mi facultad, pero un cuerpo se plantó a velocidad luz frenándome y haciéndome tropezar. Él me sostuvo y sonrió de lado. 

—¿A dónde crees que vas, luciérnaga? —cuestionó divertido. Entrecerré los ojos sin comprender qué era tan gracioso. Con su dedo índice quitó la mochila de mi hombro y se la colgó como yo lo había hecho, después alzó una ceja, esperando mis reclamos y que intentara arrebatarle mi bolso. Giré los ojos e inicié el trayecto, y Gerard se puso a mi lado; sentí su mano acunar lamía.

Lo miré de reojo: él sonreía con suficiencia, de verdad estaba orgulloso de estar conmigo, estaba completamente feliz, así que hice lo mismo: sonreí y alcé la cabeza, sin importarme los murmullos ni las palabras o las miradas delas chicas. Me concentré en su mano y pude hacerlo. Llegamos al edificio, pensé que me soltaría, pero no lo hizo. Vislumbré la cabellera rubia de Lissa, quien se encontraba mirándome con emoción desde nuestra banca. La palma libre de Gerard envolvió mi cintura.

Entonces, sin que lo predijera, juntó su boca con la mía y mi suelo tembló. Automáticamente todo mi alrededor se perdió en alguna parte de la dimensión, me olvidé de la gente que nos observaba con asombro, y todo porque su lengua acarició la mía y sus manos se fundieron en mi piel por encima de mi ropa. Me besaba como si quisiera decirme: «A la mierda la gente si esto se siente así de bueno». Se sentía más que bueno. Un gruñido me hizo recordar en dónde estábamos, así que con una sonrisa lo alejé lo suficiente como para que reaccionara; se quejó al sentir la lejanía de nuestros labios. 

—¿Qué haces? ¿No quieres besarme? —cuestionó con sorna, a lo que mordí mi labio inferior. Me estaba provocando, y vaya que lo consiguió, quería cerrarle la boca y que dejara de decir tonterías. 

Quité su mochila y la mía de su hombro, que cayeron ocasionando un sonido en el suelo, y me pegué a su cuerpo. Gerard me recibió gustoso y apretó todo lo que pudo. Escuché de fondo una serie de gritos para animarlo, no recuerdo muy bien porque volví a temblar. Lo besé como él minutos atrás había hecho, una de sus manos estrujó mi cabello e hizo mi cabeza hacia atrás para profundizar aún más.

—¿Cómo he podido vivir sin tus besos todo este tiempo? —preguntó con timbre ronco después de detener el beso—. No podría vivir sin ti, luciérnaga.

—Yo tampoco, Gee —dije en respuesta.

Así permanecimos un par de minutos hasta que, con un dejo de tristeza, dijo que debía irse o llegaría tarde.

—Suerte en tu primer día, cariño —emitió.

—Suerte para ti también —le deseé de vuelta. Me miró y ladeó la cabeza para estudiarme. Le iba a preguntar si pasaba algo, pero me enseñó su extensa sonrisa y besó la punta de mi nariz.

—Recuerda nuestra promesa —murmuró recobrando la alegría que se había esfumado por medio segundo. Lo solté, me guiñó un ojo con picardía. Lo vi partir con su mochila, la tenía desde la secundaria e insistía en seguir usándola a pesar de que estaba deshilachada de algunas partes. Así era él, también por ese motivo conservaba la vieja camioneta, algo sobre la suerte. Como tonta le sonreí a su espalda hasta que lo perdí de vista en un tumulto de estudiantes.

Di un respiro para girarme y encarar los rostros que habían sido testigos del encuentro. Las mujeres me miraban de arriba abajo con una mueca de incredulidad. Ubiqué a Lissa, que me miraba con la boca abierta y los ojos a punto de salirse de sus órbitas. Me dirigí hacia ella sin pensarlo. En cuanto llegué, se colgó de mi cuello y comenzó a saltar como infante frente a un parque de diversiones, lanzando grititos de emoción. Creo que parecíamos dos adolescentes emocionadas porque el chico que les gustaba las había saludado.

En mi caso era que el chico del que siempre había estado enamorada también estaba enamorado de mí. 

—¡Lo sabía! —exclamó en mi oído, haciendo que me echara hacia atrás. Me soltó y comenzó a abanicarse como señora del Renacimiento en una obra teatral—. Demasiada tensión sexual para un solo día, superaron mi dosis máxima

Le di un golpe juguetón en el hombro y le pedí que no hablara tan alto porque me sentía parte de un zoológico con toda esa atención puesta en mí. Nos sentamos en una banca de piedra, la que solíamos usar antes de que llegara la hora de entrar a la facultad, y me relató todo sobre el crucero al que había ido. Había conocido a un chico, la química los llevó a una habitación... Al día siguiente la ignoró. 

—Es la última vez que caigo, estoy cansada de todos —sentenció como si de verdad lo creyera. Siempre decía lo mismo.

Muchos muchachos se acercaban a Lissa para conquistarla: era una chica atractiva, inteligente y vivaz. Lo malo es que se ilusionaba con facilidad y acababa llorando y deprimida en su habitación, viendo capítulos repetidos de Vampire Diaries dos semanas después de que los conocía. Luego se acordaba de su primer exnovio, iba corriendo a sus brazos para que él la consolara y después la mandara a la mierda. Ella decía que estaba maldita, aseguraba que su mala suerte había empezado después de su relación con Mikey. Sí, Mikey había estado perdidamente enamorado de Lissa, o eso pensábamos.

En ocasiones la encontraba mirándolo con melancolía, después hacía como si nada. No necesitaba que me lo dijera porque a mí me pasaba lo mismo con Gerard. Recuerdo que solía acariciar su cabello cada vez que terminaba con alguien y se ponía a llorar por el ojiazul. Por lo regular, la consolaba con un enorme bote de helado de chocolate y juntas veíamos su serie favorita, debatiendo quién era el más apuesto de los hermanos Salvatore. 

Después de unos minutos me rogó saber sobre lo ocurrido en las vacaciones. Lo hice sin guardarme ningún detalle, era la única con la que podía hablar de esa manera. No me interrumpió, solo una vez para regañarme por haber tardado en revelar mis sentimientos; dijo que tendría que haberlo besado en ese baño y haberme olvidado de todo. Contesté que necesitaba seguridad y él me la dio unos días después. 

Las clases pasaron sin contratiempos. Sinceramente, no puse mucha atención, mi mente estaba en otro sitio: repasando los momentos en el campamento. ¡Demonios! Sus caricias eran lo mejor de todo, delineaba con tanto cariño que de solo imaginarlo me estremecía. Lo hacía como si yo fuera barro que necesitaba ser moldeado y él era el artesano que me estaba formando.

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora