Capítulo 7

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Mi nuevo lugar de trabajo era con los mejores escritores y dibujantes de DC Cómics. Era difícil entrar en la organización por la competencia, pero, afortunadamente, había conseguido un lugar gracias a mis buenas calificaciones y las recomendaciones de mis profesores.

Al obtener un lugar en el sitio, calificaban mi desempeño durante la estadía y podía ganarme la oportunidad de pertenecer a ellos cuando me graduara para así emprender e ir fortificando mi carrera, de modo que, aunque moría por mandar todo al infierno e ir con Ally, tuve que aguantarlas ganas y estacionar en el lugar designado para mí. 

Cuando entré pude percibir el aura un tanto tensa... Había un dueño de todo aquel imperio: el señor Edd Cloud, un viejo canoso muy amigable y cálido que lo único que buscaba era el bien de su empresa, sus trabajadores y sus clientes. 

Me acerqué a uno de mis compañeros, que se movía nervioso junto a un bebedero de metal, para hacerle algunas preguntas. Lo que recibí de respuesta no fue nada alentador: el viejo Cloud había fallecido el día anterior por una sobredosis, sus hijos no tardaron ni veinticuatro horas en adueñarse de su trabajo, así que en ese preciso momento estaban haciendo la transferencia de bienes al nuevo dueño, que seguramente nos mandaría a la mierda a todos para instalar a otros perfiles que fueran más de su agrado. 

Era doloroso hasta cierto punto que nuestro jefe muriera, no voy a mentir, dolía. Recordé el primer día de trabajo y lo nervioso que me encontraba, él llegó y apretó mi hombro como si fuera parte de mi familia; me dijo que todos en la vida alguna vez pasábamos por esa sensación, pero que si nuestro carácter y determinación nos permitían continuar y demostrar lo que valíamos, entonces habíamos nacido para ser artistas. 

Suspiré porque mi deseo de trabajar más horas para poder darle una sorpresa a Ally no se vería realizado y acabaría despedido al final del día o de la semana. No podíamos hacer nada, porque nos darían nuevas instrucciones, así que todos estábamos a la espera de lo que pasaría. Unos parados con cara preocupada, otros bromeando o platicando como si nuestro futuro no fuera a verse arruinado en segundos. Yo me mantuve con los ojos clavados en mis tennis negros. 

Pasados un par de minutos, las puertas se abrieron y comenzaron a salir los hijos del fallecido Cloud. Lo que vi después me dejó casi sin aire, quería desaparecer y mudarme de estado: ahí, saliendo de la oficina, estaban Bruno Ballato y, detrás de él, su hija Lindsey.

Maldije mil veces. ¿Por qué precisamente él era el comprador del imperio Cloud? Ya me lo imaginaba cambiando el nombre de la empresa y todo lo demás; me daban arcadas solo de pensarlo. Lo conocía a pesar de que nunca había entablado mucha conversación durante mi noviazgo con Lindsey: hacía todo lo que su nena caprichosa pedía, era increíble la manera que tenía su hija de manipularlo, como si fuera su marioneta. 

Ella alzó la vista y paseó su mirada por todo el vestíbulo, nuestros ojos se encontraron a medio camino y esbozó una sonrisita de satisfacción que no pude entender. No regresé el gesto, claro está. Me saludó como si fuéramos los amigos de toda la vida, por lo que los que me rodeaban me miraron con asombro; yo también estaba asombrado, y un poco pasmado. ¿Cómo demonios podía ignorarla si era la hija de mi nuevo jefe? Aun así lo hice, dejé de mirarla e hice como si no hubiera visto nada. 

Ballato nos dio la bienvenida a su empresa, iba a haber recorte de personal y ya tenían a los posibles candidatos que quedarían fuera, pero harían entrevistas a todos de todas formas. Cambiarían el nombre, de modo que oficialmente estábamos sin empleo porque la empresa era otra. No estaba seguro de si me moverían o no, tampoco de querer quedarme y ver a Lindsey yendo y viniendo a cualquier hora del día. Podía asegurar que Ally tampoco se lo tomaría muy bien. 

Mi distracción no me permitió huir, y en cuestión de segundos la pelinegra ya estaba a mi lado hablando de que tendría una oficina y que sería bueno que fuéramos a almorzar juntos alguna vez. 

—Lo siento, yo almuerzo con mi novia —le contesté lo más tajante que pude, pero sin llegar a ser grosero. Me costaba demasiado mantenerme cerca. Lindsey asintió como si de verdad entendiera lo que decía. 

Cuando la conocí en mi adolescencia no me había gustado nada de ella, era una chica de trato fácil con la que podía acostarme en ocasiones, el tipo de mujer que me hacía olvidar durante unos segundos que estaba enamorado de mi mejor amiga. Sin embargo, ella estaba enamorada de mí y le dije que formalizaríamos si dejaba a Ally en paz. 

Recordaba cómo habíamos terminado y la fuerte bofetada que había recibido aquel día, me la merecía: decir el nombre de alguien mientras tienes sexo con otra no es nada lindo. Terminamos en ese mismo instante mientras nos poníamos la ropa. Días después intentó que regresáramos, pero me negué porque deseaba luchar por la chica que amaba. Lindsey lloró y suplicó, pero la rechacé recalcando que estaba enamorado de Allison. Ella se fue a estudiar al extranjero después de eso, no sin antes recalcar que odiaba a mi luciérnaga.

—Entiendo, Gerard, quizá algún día podamos, no sé... —ronroneaba mandándome miradas lascivas, y apretó mi antebrazo con coquetería. Ya me sabía sus juegos, así que me zafé de su agarre y dejé de verla para prestarle atención a un compañero que aflojaba el nudo de su corbata—. Tranquilo, es broma.

Y lanzó una risita para después batir su cabello e irse bamboleando las caderas. Como no había nada que hacer ese día, todos partimos hacia nuestras casas. Manejé hacia la suya porque ya no aguantaba más, necesitaba sostenerla y quería creer que ya era demasiado tarde como para entrar al igual que un fugitivo, me hacía sentir travieso. 

Estacioné la camioneta cuadras atrás para que no identificaran el ruido que hacía el motor y troté. Me colé entre nuestros jardines y alcé la barbilla para ubicar su ventana. La ventanilla estaba abierta y la luz apagada, pero un destello amarillo me indicó que se encontraba despierta. Con dificultad inicié la travesía para sorprenderla, me resbalé un par de ocasiones, pero pude mantener el equilibrio hasta que llegué al filo de su ventana y suspiré con alivio. Asomé la cabeza y la vislumbré ahí, tendida boca abajo en su cama, moviendo sus piernas de atrás hacia adelante, con los auriculares puestos. Miraba un libro con el ceño fruncido. De pronto sus ojos se alzaron y se clavaron en los míos, casi me caí por el temblor que dieron mis rodillas.

Se quitó los audífonos y caminó hacia mí, tal vez para ayudarme. Llevaba un short corto para dormir que me dejó la boca seca.

—¿Estás loco? Vas a matarte, cielo —musitó con angustia, y tomó mis brazos para ayudarme a subir. No obstante, en lo único en lo que podía pensar era en que le comería los labios muy despacio porque me había llamado «cielo». ¡Era su cielo! ¡Ella era mi jodida galaxia! 

Poco a poco adentré mi cuerpo en su habitación y caí de bruces en la alfombra del suelo, haciendo que ella riera. Mi corazón se calentó. Vislumbré sus pies descalzos y sus pantorrillas, que me invitaban a saborear su piel; toda ella lo hacía. La tomé desprevenida y planté un beso en el dorso de su pie, ella se calló de golpe. Me encantaban sus piernas largas, eran infinitas, y sabía que podía perderme horas recorriéndolas. Quería hacerlo, pero no sabía si era demasiado. 

—¿Qué se supone que haces? —preguntó divertida. Me levanté de un salto y me pegué a su boca como tantas ganas tenía. 

Se asombró de mi necesidad, pero duró poco y, pronto, me correspondió con la misma entrega. La conduje hasta que topó en el filo de la cama, caí encima suyo. No aguanté más, acaricié sus piernas, sus muslos. Pasado un rato, nos acostamos ya listos para dormir, la abracé por la cintura y me adherí sin dejar espacios. 

—Estás muy callado, ¿Pasó algo? —preguntó. Deposité un beso en su sien.

—No, cariño, son tus labios los que me dejan atolondrado —dije como respuesta. Debí haberle dicho la verdad, que el padre de Lindsey había comprado la empresa y que ella me coqueteaba sin razón, pero no lo hice porque creí que le haría más daño. Era lo último que deseaba, que se martirizara por la presencia de la persona que la había lastimado.

La observé dormir y acaricié su perfil sin saber que estaba cometiendo el primer error: ocultarle la verdad.

Happy Together (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora