14 Nieblas en la mente

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Anya

Ayer fui a ver a Cindy para hacerle unas cuantas preguntas sobre la vida familiar de Alex y sobre su padre. Normalmente, un padre es la primera visita obligada cuando se trata de detectar alguna anomalía (comportamiento retraído, cualquier síntoma de que un niño oiga voces o tenga alucinaciones, un repentino alejamiento de la escuela y los amigos), pero, por desgracia, la depresión de Cindy, ha creado un velo que oculta cualquier problema que no la afecte a ella directamente. Un historial de abusos, ya fuera mientras era una niña o ya una adulta, ha sido agravado por su fracasada relación con el padre de Alex. Desde entonces, los repetidos intentos de suicidio han sido su forma de enfrentarse al problema. Sus «pulseras», como ella las llama, o las numerosas marcas blancas en sus muñecas, producto de sus episodios de autolesiones, no son fáciles de ocultar. Ella cree que Alex está en tratamiento para afrontar sus intentos de suicidio, lo cual, en parte, es cierto.

En cuanto al tratamiento de Cindy, me alegra saber que está a cargo de la doctora Trudy Messenger, una de las psiquiatras con más experiencia y, me atrevería a decir, más simpáticas de todo el Reino Unido. Es famosa por conseguir que sus pacientes se sientan como seres humanos después de una primera visita. Tras años considerándose a sí mismos unos marginados, rechazados y vilipendiados por un montón de gente que no entendía su enfermedad mental, esos pacientes experimentan una especie de regreso al hogar en la consulta de Trudy. Ha conseguido que Cindy esté ocupada todos los días con una serie de actividades, la mayoría de ellas artísticas y artesanales, y cuando llego, está terminando un precioso bordado de un perrito blanco.

—Es para Alex —me dice, con una tímida sonrisa—. Es Guau. Quiere muchísimo a ese perro. Esos dos son uña y carne. Sé que a los niños no les gustan los bordados, pero puede que esta vez haga una excepción.

Dedico unos minutos a hablar de las instalaciones del hospital antes de comentarle con delicadeza que estoy preocupada por la salud mental de Alex. Ella parece desconcertada.

—Alex ya ha visto a varios terapeutas —dice—. Pero nunca se han mostrado realmente preocupados por él. Y también ha hablado con Michael. Y tampoco puede esperarse que un niño que vive en el barrio donde vive esté siempre más feliz que unas pascuas. Eso es culpa mía.

—No creo que Alex esté deprimido —digo.

—Entonces ¿a qué se refiere?

Le digo que estoy estudiando otras posibilidades. La tranquilizo, diciéndole que soy optimista y que pienso que puede curarse, pero que quiero asegurarme de que recibe la atención adecuada.

—Me gustaría que me hablara del padre de Alex —digo, en voz baja, recordando de pronto la charla con Karen Holland y los dibujos de Alex esparcidos por su mesa.

Su rostro se ensombrece.

—¿Por qué quiere que le hable del padre de Alex?Mi tono de voz es dulce.

—La relación de un niño con su padre es importante para forjar su identidad y encontrar su lugar en el mundo.

Cindy suelta el hilo y la aguja y cruza sus delgados brazos con fuerza.

—Nunca le he dicho a nadie quién es el verdadero padre de Alex. Bueno, excepto a mi madre.

—No quiero un nombre —digo, con mucha delicadeza—. ¿Diría usted que era un buen padre? Mira por la ventana. Con una mano se aprieta la muñeca de la otra, dibujando un círculo a su alrededor con el índice y el pulgar.

—Visitaba a Alex de vez en cuando. Puede que algunos días al mes. A veces se quedaba con nosotros una semana. Luego no lo veíamos en dos meses. —Alza los ojos—. Le puse Alex por él.

Mi amigo el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora