25 Cambio de cromos

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Alex

Querido diario:

Nuestra casa nueva ya no existe. Ya no existe ya no existe ya no existe ya no existe ya no existe ya no existe ya no existe.

Michael se presentó en el Hogar MacNeice para decírmelo. Me dijo que lo sentía mucho y ha soltado un montón de tacos. Me contó que ese supuesto amigo suyo había dejado su trabajo y que la persona que lo había sustituido vio que aún no nos habíamos mudado y nos borró a mamá y a mí de «la lista», porque no le parecía justo que hubiera gente esperando una casa mientras ambos estábamos en el hospital. Yo simplemente asentía con la cabeza mientras él iba de un lado a otro de la habitación, con los puños apretados. Cuando dejó de pasearse, salí corriendo hacia el baño y vomité.

Michael dijo que haría cualquier cosa para que tuviéramos una casa como ésa.

—Pero a mí me gustaba ésa —le dije.

Él respiró profundamente y se arrodilló para mirarme a los ojos. Sus rodillas emitieron un fuerte crujido.

—Ya sé que te gustaba esa casa, Alex —dijo—. Lo que ocurre es que el ayuntamiento ha decidido que… —Cerró el puño y lo apretó contra los labios. Me pregunté si tenía intención de darse un puñetazo—. Actualmente están construyendo un montón de casas en Belfast. Un montón de casas tan bonitas como ésa. —Michael se inclinó hacia delante y al ver sus ojos verdes me sentí un poco mejor, porque me decían que podía confiar en él—. Te lo prometo, Alex. Me ocuparé de que os trasladéis a una casa mejor.

—Pero a mamá también le gustaba ésa —dije.

Era consciente de que Michael ya lo sabía, pero lo que le gustaba a mamá era mucho más importante que lo que me gustaba a mí. Por un instante tuve la sensación de que no podía respirar y me asusté, porque sabía que mamá se pondría mal. Michael se levantó y dijo algo más, pero no lo oí, porque estaba pensando en mamá sentada en el columpio del parque, a mi lado. Fue hace mucho tiempo y ambos nos columpiábamos cada vez más alto. Lo que me importaba no era elevarme cada vez más, sino oírla reír.

Cuando Michael se fue, salí de la habitación y recorrí el largo pasillo blanco. Los demás niños y niñas del hospital estaban en el comedor, porque era la hora del almuerzo. Era un jueves, y eso significaba que había carne asada con tostadas y cebolla. Pero me daba igual. Tenía el estómago revuelto; había vomitado. Fui corriendo a los servicios, me encerré en el retrete y me senté en la taza.

Antes de ver a Ruen vi una sombra oscura en el suelo. Di un brinco, porque pensé que se trataba de una serpiente. La vi reptando por las baldosas blancas del suelo y luego pareció quedarse flotando en el aire hasta pegarse a mi jersey.

—¿Dónde estás? —dije.Aunque no podía verlo, sabía que estaba en alguna parte.

Ruen apareció junto a la papelera bajo la forma del Niño Fantasma. Me miraba extrañado, como si se preguntara cómo sabía que estaba allí. En las manos tenía la pala y la pelota de ping-pong, pero en lugar de golpearla cruzó los brazos y me miró con el ceño fruncido.

—¿Quién es Braze? —pregunté.

La última vez que lo había visto estaba también ese otro demonio y Ruen dijo que era un médico residente.

—Cállate —dijo.

Levantó una pierna y me dio un empujón en el estómago, haciéndome caer al suelo.

—¿Qué haces? —grité.

Sin pérdida de tiempo, apretó su rostro contra el mío y dijo:

—Si no te sientas y te quedas quieto haré que tu corazón se pare y morirás.

Mi amigo el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora