8 La caza del demonio

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Anya

Ayer tuve la oportunidad de conocer a Jojo Kennings y de ver un ensayo de la adaptación de Hamlet que se va a estrenar en la Grand Opera House dentro de un par de semanas. Alex parecía sentirse a gusto, aunque tal vez un poco cohibido. Lo vi sonriéndome satisfecho en un par de ocasiones, cuando Jojo aplaudía sus esfuerzos. Debo admitir que no entraba en la Grand Opera House desde hacía muchos años; aún recuerdo cuando cerraron sus puertas y programaron la demolición de ese hermoso edificio en pleno apogeo del conflicto irlandés. Jojo también se acordaba.

—Es una de las razones por las que insistí tanto en sacar adelante este proyecto —dijo, durante el breve recorrido que hicimos por el auditorio y el escenario.

Un adolescente estaba tratando de cambiar uno de los focos que había en el techo, y aunque Jojo me aseguró que estaba preparado y equipado para estar colgado precariamente a diez metros del suelo, los sonidos metálicos me impulsaron a mirar repetidamente hacia arriba.

Seguí a Jojo por las pequeñas y estrechas escaleras que conducían desde el anfiteatro hasta el escenario. Una niña con una larga peluca de color rosa y vestida con un chándal (Jojo me dijo que era Bonnie y que interpretaba a Ofelia) vino corriendo hacia Jojo y le preguntó si tenía suelto para la máquina expendedora. Jojo suspiró y hurgó a fondo en el bolsillo de su enorme chaqueta.

—Toma —le dijo a Bonnie, que arrugó la nariz mientras sonreía—. Pero ojo con decírselo a los demás.

—¿Le da dinero a los chicos? —pregunté, cuando Bonnie ya no podía oírnos.

Jojo lanzó un dramático suspiro.

—No puedo evitarlo: se sienten más como parte de mi familia que del reparto. —Se detuvo y alzó los ojos para contemplar el techo decorado—. Ninguno de esos niños sabe nada de lo sucedido antes del pacto de Stormon, y su vida familiar suele ser tan movida que el mundo exterior les parece algo ajeno e insignificante. Han perdido el contacto con su herencia.

Intuí que su interés por dirigir aquel proyecto se debía a algo más que la herencia…, por ejemplo, la sensación de poder que se experimenta cuando se regalan sueños.

—¿Qué me dice de Alex? —le pregunté—. ¿Por qué lo eligió para esta obra?

—El talento es algo que cuesta definir con palabras —dijo, agachándose para recoger un micrófono tirado en el suelo—. Pero Alex tiene un don. Sabe cómo penetrar en el interior del alma humana, aunque no creo que él sea consciente de ello.

—¿En qué sentido?

Jojo le quitó el polvo al micrófono.

—A pesar de su corta edad, Alex tiene la capacidad de percibir lo angelical y lo diabólico del ser humano. Es capaz de ver el bien y el mal y comprende muchas más cosas que cualquier niño de diez años. —Hizo una pausa—. Aunque ahora creo ver un poco más claro el motivo.—¿Cómo se integró en el grupo? ¿Hubo alguna pelea? ¿Algún arrebato?

Jojo me miró con complicidad.

—Durante las dos primeras semanas contamos con un equipo de asistentes sociales. Supongo que ya conoce a Michael.

—Por supuesto.

—Suele venir para controlar a Alex y asegurarse de que todo marcha bien. Y los padres siempre son bien recibidos. —Miró a un grupo de hombres y mujeres que estaban sentados en la parte alta del auditorio—. La madre de Alex no ha venido nunca. Y, respondiendo a su pregunta, Alex ha sido el más afable y tranquilo de todos. Evidentemente, me alarmé muchísimo al encontrar a su madre en ese estado. Ni siquiera sabía que el niño tenía un problema hasta que… —Bajó los ojos—. Hasta que recibí su correo electrónico.

Mi amigo el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora