21 El infierno

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Alex

Querido diario:

¿Cómo llamarías a un niño con orejas de soplillo, nariz torcida y sin mandíbula?

Ogro.

El lunes empecé a ir a la escuela nueva. Es una mierda, como este chiste. El Hogar MacNeice es como un internado en el que debo quedarme a dormir, y aunque mi nueva habitación es más grande que la que tengo en casa, no me gusta. Está toda pintada de blanco; las ventanas no se abren, y alguien dijo que si tratas de colgarte de las puertas, se caen. Así pues, paso corriendo por delante de todas las puertas, no sea que vayan a caerse, y los otros niños se ríen de mí.

El dormitorio de la casa nueva será guay, o sea que, de momento, supongo que está bien. Aquí, la mayoría de los profesores no son demasiado simpáticos, pero hay una maestra que me cae bien. Es la señorita Kells, y aunque huele a tienda de segunda mano, parece agradable. Es mi tutora, y me visita durante una hora todos los días en mi habitación, después de clase. Si tengo algún problema, debo hablar con ella, y hablamos de muchas cosas: de matemáticas, de los lápices 2B y de Hamlet. En cada clase sólo hay diez alumnos, y eso es guay, porque se está tranquilo y nadie se burla de mí. Sin embargo, no hablamos entre nosotros, y algunos de los otros niños son unos psicópatas. Hay una niña que es un año mayor que yo y dice que estamos en un zoo, que hay un tigre en la mesa del profesor, y cosas por el estilo. Ayer me dijo que no podía sentarme en la silla que estaba detrás de ella porque había una jirafa. Miré a Ruen para asegurarme de que no había ninguna jirafa, y él puso los ojos en blanco y bostezó.

Me alegra que Ruen esté conmigo, porque echo de menos muchas cosas, y no sólo a mamá. Echo de menos despertarme en plena noche y ver a Guau durmiendo junto a mi cabeza. Echo de menos las tostadas con cebolla. Echo de menos el grifo que no para de gotear durante toda la noche y que parece el latido de un corazón. Echo de menos a tía Bev, a Jojo y la Opera House. Echo de menos la forma en que mamá mueve la uñas del dedo gordo del pie sobre el taburete mientras se toma un té y ve Coronation Street. Echo de menos a mamá incluso cuando está triste. Echo de menos nuestra casa, aunque aquí no haya cristales rotos y todo esté limpio y caldeado.

Le pregunté a Ruen si mamá y yo íbamos a quedarnos sin la casa nueva, teniendo en cuenta que tía Bev ha vuelto a su casa y no parece que mamá vaya a abandonar pronto el hospital, y él me dijo que ahora todo dependía de Anya, ya que había sido ella quien me había metido aquí. Me dijo que, aunque él podía ayudarme a escapar, yo no tenía ningún sitio adonde ir. Por un momento, pensé: «¿Por qué no vuelvo a casa y tú cuidas de mí?», pero entonces recordé que Ruen es un demonio y no puede hacer cosas normales, como cocinar y limpiar. Y es una lástima.

Pero estoy emocionadísimo por mi padre, me muero de curiosidad. ¿Qué se debe sentir cuando te liberan del infierno? ¿Será realmente feliz? ¿Estará agradecido? ¿Estará en el cielo o en otra parte? Nosé nada del más allá, y cuando le pregunto a Ruen no le apetece mucho hablar de ello, sobre todo del cielo. Dice que está «demasiado conceptualizado e idealizado» y que el infierno se «juzga peyorativamente» y que tiene «mala prensa». Cada vez que le pregunto por la muerte me mira como si yo fuera estúpido.

—Es el final, mi querido muchacho —dice, chasqueando la lengua—. El cuerpo no existe. Y tampoco la tarta de chocolate. Tiene algunas ventajas, pero depende de dónde acabes.

Y entonces le pregunto dónde podría «acabar» yo y empieza a hablar de la «idealización» del cielo y la «denigración» del infierno.

Sin embargo, esta noche quiero preguntarle por mi padre. Nunca he sabido muy bien cómo o por qué murió. No asistí a su funeral y mamá nunca me ha llevado a ver su tumba, y tampoco hay fotos suyas en casa. Dijo que no pensaba hablar con nadie de él. Sólo sé su nombre, porque también es el mío: Alex. Cuando pienso si mi padre será feliz por haber salido del infierno, me viene un recuerdo de mamá, papá y yo cenando. Estábamos sentados a la mesa del salón y mamá sirvió unos bollos de pan en un plato. Mi padre cogió dos, pinchó uno con el tenedor y otro con el cuchillo y empezó a moverlos hacia arriba y hacia abajo, como si fueran dos pies bailando. Recuerdo que la luz del sol era muy intensa y que iluminaba el contorno de su cara y las arrugas de la comisura de sus ojos mientras se reía. Recuerdo que mamá le daba golpecitos con un trapo de cocina, riéndose y diciéndole que parara. En aquella época solía reírse mucho.

Mi amigo el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora