9 Invisibilidad

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Alex

Querido diario:

Un presidiario hojea ansiosamente un libro en su celda. El carcelero, intrigado, se acerca a él y le pregunta:

—¿Qué estás buscando?

El prisionero responde:

—Un pasaje que no encuentro.

Me han hecho volver a la escuela, y no ha sido nada agradable, porque todos los otros niños parecían estar al corriente de lo de mamá y han empezado a inventarse historias, diciendo que está chiflada y que yo intenté matarla, o que ella quiso matarme a mí antes de suicidarse. Cuando tía Bev me recoge en la puerta principal, los otros padres me miran y sonríen, aunque en realidad no paran de hablar y de decir cosas horribles sobre mamá.

Además, tampoco hablo con Ruen. Cuando me prometió algo especial por dejar que me estudiara, me puse contento, pero el otro día le pregunté por qué aún no me había dado lo que me prometió y él puso cara de haberlo olvidado todo.

Vale, ya sé que dije que se trataba de un secreto, pero ese algo especial era una casa nueva para mamá y para mí. Cuando nos hicimos amigos y me dijo que podría tener todo cuanto quisiera, pensé en pedirle una bici nueva. Recuerdo que mamá estaba en mi habitación, lo cual no es muy habitual, y Ruen era el Anciano; estaba de pie junto a mí, con las manos a la espalda, como de costumbre, y la cara arrugada como un pez. Me imaginaba la bici que quería, negra, con la palabra «Asesino» inscrita en uno de los lados, neumáticos muy grandes y el sillín plateado, en forma de calavera. Mamá estaba limpiando el alféizar de la ventana con un líquido que olía exactamente igual que Ruen.

—En este alféizar se podrían cultivar champiñones —dijo.

A pesar de que frotaba con tanta fuerza que tenía toda la camiseta empapada, aquella mugre negruzca no acababa de salir. Aunque no estaba lloviendo, los cristales de la ventana siempre parecían mojados.

—El ayuntamiento mete a gente como nosotros en sitios como éste y luego se olvida de ella —dijo mamá. Le vibraba la voz, porque se había arrodillado y movía hacia delante y hacia atrás el cepillo metálico, un ruido que yo no soportaba. Con la punta del dedo, hice un dibujo en el cristal empañado. Mamá se detuvo para recoger las gotas, presionando el paño contra la parte inferior de la pared—. A ver, no es que quiera el palacio de Buckingham; me conformaría con un sitio donde no corramos el peligro de morir fulminados por culpa de un cable eléctrico. —Se secó la frente con la palma de la mano—. Un castigo, eso es lo que es.—¿Por qué un castigo?

Con la mano, se metió uno de sus largos mechones de pelo de color rosa detrás de la oreja, salpicándose la punta con un poco de espuma; parecía una nube.

—Por no ser la ciudadana perfecta. Por vivir de las prestaciones sociales. Porque recuerdo a las instituciones cómo han fallado.

—¿Qué son las instituciones, mamá?

Asintió con la cabeza, mirándome.

—Exactamente.

Se inclinó para sumergir el cepillo metálico en el cubo, se secó el otro lado de la cara y otra nubecita de espuma se posó en la otra oreja. Traté de no echarme a reír.

—Eso me recuerda algo —dijo—. Anoche vi a Fatty Mattews hablando contigo en la tienda de la esquina.

Pensé en lo que acababa de decir. Ni siquiera sabía quién era Fatty Mattews. Fui a comprar leche, y un tipo alto, gordo y calvo se acercó a mí y empezó a hablar de la escuela.

—… me lo dices, ¿de acuerdo? —decía mi madre—. Porque aquellos polvos no son de talco. Ni aunque te ofrezca un montón de dinero.

Dije que sí con la cabeza y terminé el dibujo de la ventana. Unos minutos después, mamá se dio la vuelta y se quedó mirándolo, perpleja.

Mi amigo el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora