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Esto era increíble...

—Usted...
—Encantado de conocerte, Arella Barnes. – toma mi mano y deposita un beso en ella. – ¿Le ofrezco algo de beber?
—Yo...
—Sígame. – sonrió e hizo una seña hacia los hombres que se encontraban en este lugar.

Dos hombres se posicionaron a mis costados, escoltándome hacia otra habitación que constaba con dos simples sillones y una mesa en el centro, el lugar estaba adornado de libros y tantas plantas.

Había vida aquí.

—Toma asiento, Arella. – dijo sentándose en uno de los sillones.

Miré a uno de los hombres, el cual asintió y me senté frente a Azael.

—Bien, Arella. – sonrió y tomó una taza que se encontraba en la pequeña mesa. – Cuéntame, ¿cómo vas en la escuela?
—¿Es enserio? – reí.
—¿Dije algo malo? – miró a los hombres y luego a mí.
—Me trajeron sin mi permiso al pueblo de ángeles y reino de arcángeles y... ¿me pregunta sobre mi vida escolar?
—Vaya, la humana Arella es de fuerte carácter. – sonrió. – Me agradas.
—¿Qué es lo que quiere? – me recargué en el respaldo del sillón. – ¿Por qué a mí?
—Tu eres la elegida, querida Arella. – sonrió. – No puedes contra tu destino.
—¿Elegida? – tragué saliva. – ¿A qué se refiere?
—Eres aquella mortal que causó la maldición de los caídos.
—Debe ser una broma.
—No lo es. – dio un sorbo a su bebida. – Toma tu té, se enfriará.
—No vine a tomar el té con el rey. – recargué mis codos en mis piernas. – ¿Por qué yo?
—Estuviste condenada desde tu nacimiento, Arella. – sonrió. – Deberías agradecerle a Alexander... o. – miró a sus hombres y rio. – Quizá no.
—¿Alexander? ¿Él que tiene que ver en esto?
—Él está enamorado de ti.
—¿Enamorado de mí? – sentí mi corazón palpitar tan rápido.

Sentí que mis mejillas se enrojecían cada vez más y el nerviosismo se apoderaba de mí...

¿Alexander enamorado de mí?

Esto debía ser un sueño.

—Pero... parece que tú también lo estás. – dejó la taza en la mesa. – Lástima que su decisión te condenó a la muerte.
—¿Disculpa? – lo miré.
—Pronto sabrás. – sonrió y se levantó. – Esto le pertenecía a él. – tocó una espada.
—¿Una espada? – miré el filo de esta.
—Era un guerrero. – me miró. – Un príncipe.
—Era el príncipe de este reino...
—Así es, Arella. – sonrió. – Eres tan inteligente.
—Pero... al enviarlo a la Tierra se quedaron sin príncipe.
—Es un riesgo que decidí tomar. – caminó por la habitación. – Yo soy un ser inmortal, pero eso no quiere decir que no me haya ganado enemigos. – me miró. – Muchos enemigos.
—Háblame sobre ustedes. – lo miré. – Los arcángeles.
—Con mucho gusto. – sonrió. – Nosotros los arcángeles durante siglos hemos atribuido a los siete mundos.
—¿Siete mundos? – me enderecé en mi asiento. – ¿Quiere decir que existen siete reinos?
—Así es, Arella. – sonrió. – Se nos conoce como los mensajeros de Dios, pero eso es mentira, somos guerreros que defendemos nuestros derechos inmortales. – camina por el salón. – Eso de que somos buenos, es mentira, somos una abominación, una creación sagrada que tiene objetivos, y uno de ellos es hacer sufrir a quien consideramos un peligro.
—Y yo soy ese peligro...
—Tu realmente no estuviste consciente de la maldición. – me mira. – Eras una bebé tan solo, alguien que no pensaba ni hablaba. – sonrió. – Tuve la oportunidad de tenerte en mis brazos una vez.
—Usted...
—Yo te salve de ese accidente, Arella. – sonrió. – Yo era tu arcángel protector.
—¿Eso es posible?
—No. – se agacha frente a mí. – Pero tus padres lo pidieron.
—¿Conoció a mis padres?
—No exactamente. – tomó mis manos. – Ellos antes de morir, pidieron rescatar a su pequeña hija. – quitó un mechón de cabello de mi rostro. – Ellos creían en nosotros, es por eso que puedes ver esto, es por eso que puedo tocar tu rostro.
—¿Son una fantasía?
—No para los creyentes. – sonrió. – Existe gente que no cree en los ángeles y ellos son los que están más solos en el mundo.
—Pero yo...
—Tu tuviste una segunda oportunidad. – se levantó. – Pero Alexander se enamoró, vio un futuro junto a ti y lo arruinó todo, nuestras metas, nuestro futuro se arruinó gracias a ese sentimiento de estúpidos humanos. – golpeó con fuerza la pared y esta se rompió un poco, haciendo que me sobresalte. – Lo siento... – se acomodó su ropa. – Mis planes se hundieron. – volteó hacia mí. – Pero un sacrificio podrá volver a la normalidad a todo el reino. – sonrió
—¿Un sacrificio?
—Así es, Arella. – volvió a tomar mis manos.
—Tu eres la salvación, nuestra esperanza.
—No. – solté sus manos. – No lo soy. – me puse de pie.
—Es tu deber como mortal sacrificarte por nosotros los inmortales.

[COMPLETA] ✓ ARCÁNGEL: La Maldición de los Caídos I [SAGA: ARCÁNGEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora