Octavo Relato. Parte 3

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Cinco años, cinco años desde ese día y jamás nadie le había turbado sus sueños como esa noche. Los gritos incesantes y golpes a la puerta estaban resonando por toda la calle y el eco de la voz se acrecentaba más por el silencio de la noche.

Sabrina se levantó perezosamente mirando su reloj, marcando pasadas las 4:00 am. Maldijo a su interior pero tras un nuevo grito sus sentidos despertaron al total. Era su voz, se escuchaba ebria pero sabía que era su maldita voz. Se asomó por el pequeño balcón de su cuarto y cuando lo vio se puso algo nerviosa. Pero pronto ese nerviosismo se cambió por una ira que había estado reprimiendo por demasiado tiempo.

-¡Idiota desquiciado! ¡Dejs de golpear mi puerta como si quisieras tirarla! ¿Acaso no vez que ya es demasiado tarde y aquí la gente duerme a estas horas?

-Sabrina, querida, por favor baja, necesito hablar contigo. Tú no sabes que el tiempo pasó, las cosas han cambiado y mi corazón está sintiendo frio.

Una risa sonora dejo escapar la mujer y le grito nuevamente:

-Vil retazo de estúpido, mira el maldito reloj que tienes en tu muñeca, ¿es que no vez que ya pasan de las 4:00?

Este retrocedió un poco dejándose ser visto por las farolas de la calle para observar su reloj de muñeca. Entonces fue que lo miro más detenidamente y noto que no estaba tan ebrio como pensaba, aun debía tener raciocinio. Alexander soltó una maldición inentendible y volteo a ver a Sabrina.

-Cariño mío, déjame pasar, hace frio y yo quiero regresar contigo, volver a estar a tu lado.

-Ah mira, que sorpresa. ¿Pues qué cambió que ahora decides regresar?... oh no espera, ya se, se te quedaron en el bar de mala muerte al que te metiste las llaves de la casa de esa mujer.

-Por favor, no digas eso yo...

-¡Lárgate!, no eres ya bienvenido en esta casa. Lárgate o si no no responderé a lo que decida hacer. Duérmete en una callejuela o el parque. Te fuiste hace años sin más y ahora regresas como si eso no pasara. Lárgate y ya.

Sin darle momento a que respondiera se metió y cerró la puerta del balcón. Volvió a meterse entre sus sabanas esperando volver a conciliar el sueño y casi lo lograba pese al maremoto de pensamientos que le venían a la mente. Pero en eso los golpes en la puerta volvieron a hacerse sonar y el grito de su nombre la levanto nuevamente. Desesperada buscó algo en su cajón y se encaminó hacia la puerta no sin antes haber llamado a la policía. Eder, que estaba en su último año de carrera, también había sido despertado por los gritos:

-Sabrina, se me figuro la voz de él, ¿está aquí?

-Así, es, pero en este momento yo lo corro, tú no te apures.

Tomo las llaves del cuenco donde las depositaban y salió a encararlo de frente. Cuando el vio que había salido de su casa la trato de abrazar, pero ella en vez de corresponder le brindo dos bofetadas, tanto de ida como de vuelta.

-Te dije que no golpearas ya mi puerta. Estas no son horas y ya no estás en tu casa pendejo.

-Por favor, solo déjame decirte unas palabras, medio segundo, pero te lo ruego, escúchame.

Ella se acercó a su semblante y con voz retadora le reclamó:

-Ah, ahora si quieres hablar cerdo. Pero cuando yo lo pedí, cuando tuviste que hablar preferiste largarte en completo silencio con justificaciones tan absurdas como tu presencia en mi casa en estos momentos –y buscando algo en su bolsillo de la bata le arrojo una carta, esa carta que hace cinco años el mismo le había escrito-, y en esta puñetera carta me diste el adiós, ese adiós de un cobarde perfecto. Así que la que ahora no quiere hablar soy yo.

-Por favor, déjame entrar, quiero contarte el cómo me siento.

Otra carcajada se escuchó y le dijo:

-Por favor, ya no creo en tus cuentos. Vete, llamé a una patrulla y si no te vas ella te va a arrestar.

A lo lejos se empezó a escuchar una sirena de patrulla. Él se puso un poco nervioso y decidió irse. Pese a lo que había dicho se fue, se fue nuevamente en silencio y si mirar hacia atrás. Ella esperó a la patrulla, les dijo que ya se había ido quien la molestaba y entró nuevamente a su casa. Eder la esperaba y la abrazó. Por fin después de 5 años había podido desahogarse y se había sentido nuevamente libre.

Aun lo amaba, eso ella lo sabía... pero antes que a él, ella había aprendido a amarse a si misma sobre todo. Y sabía que tras ese suceso una nueva etapa en su vida estaba por empezar.

Relatos Amargos de un Café sin AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora