Murió de amor

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Morir de amor.

El aroma de la comida preparada por Arthur debería de estar hundiendo la cocina. Aromas salados como el del jamón con relleno que fue un desastre la primera vez que intento cocinarlo o, dulce, como el de los panecillos o pastelitos que al hornearse despedían el aroma de la vainilla y mantequilla; pero nada de eso sucedía.

La cocina estaba limpia y los manteles sin usar. Algo había pasado y Francis no había aparecido esa mañana. Era muy extraño que llegara tarde.

—Creo que mejor le digo a Alfred que hoy no tendrá que venir. —Pensó con la idea de que Francis tal vez estaba enfermo.

Arthur caminó al pasillo tomando la bocina del viejo reloj blanco, pero antes que Arthur marcara el número de Alfred, un par de golpeteos se escucharon en la puerta y el rechinido de sus bisagras, le dieron a entender que alguien había llegado. Asomando la cabeza vio como un despreocupado Alfred llegaba con una pequeña sonrisa.

<< ¿Qué todo el día sonríe de esa forma?>> Pensó Arthur mirando al despreocupado Alfred.

—¡Arthur! ¿Me esperabas? —Preguntó agrandando su sonrisa y siendo pillado Arthur, disimuló su vergüenza.

—No. No es eso. Es solo que Francis aún no está aquí y, eso es un poco raro. Incluso tu llegaste antes que él. —Respondió Arthur recuperando la compostura. —Estaba por llamarle.

—Uh. Bueno, tienes razón en que es raro. Siempre llega antes que yo.

—Si —Suspiró Arthur. —Le llamare.

Mientras el sonido de espera se escuchaba al fondo, Alfred se acercó a Arthur.

— ¿No contesta?

Preguntó el rubio y Arthur hizo una mueca. Insistió una segunda vez y por fin alguien habló del otro lado.

"—¿Arthur?...oh si, lo siento, las clases"

—¿Estas bien? No es que me preocupe por ti. Es solo que eres mi maestro —Dijo Arthur deprisa, sonrosándose un poco, porque Alfred no dejaba de mirarlo.

"— Je, claro. Soy tu maestro. No te preocupes, no te quedaras sin maestro. Pero, tendrás que apañártelas sin mí, unos días. —Decía Francis y Arthur lo sintió raro. De una animo extraño. —Lo siento. Entonces, nos vemos luego."

—Espe-

Francis colgó antes de que Arthur pudiera decir algo más.

—¿Qué paso?

—Me dejo colgado ¿Qué demonios le pasa a esa idiota rana? —Preguntó Arthur entre preocupado y molesto porque Francis no solía, para nada, ser de esa forma. Ser el tipo misterioso no le quedaba —Me dio la impresión que...algo sucedía...

—Tal vez solo se siente mal del estomagó, de vez en cuando probaba tu comida. Digo, no creo que sea de estomagó fuerte como yo.

Dijo Alfred sin mal intención.

—Si, tienes ra-¿Qué demonios quieres decir con eso?

—¿Eh?

—¡No solo digas eso! ¡Pareces idiota! —Dijo Arthur exaltado y avergonzado por culpa de Alfred y esa mirada de cachorro inocente.

—Bueno, que te parece si hacemos galletas para Francis. Si está enfermo, tal vez lo podamos animar con eso.

—¿Galletas? ¿Nosotros?

—Si. -Contestó Alfred y con un movimiento inesperado, tomó la mano de Arthur y a este, se le erizaron todos los pelos de las orejas y su cola gatuna, mientras Al, sin enterarse de su reacción, lo arrastró a la cocina mientras su cola de cabellos largos se agitaba alegre.

Enamorado de un gato ariscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora