El Perfume Del Alcatraz

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El motor se apago y las luces tenues del tablero un segundo después, hicieron lo mismo.

Scott aún no quitaba las manos del volante. Pensaba. Tal vez en que había sido mala idea dejar que Arthur le acompañara. Tal vez, en que podría decir, pero su hermano menor se adelantó.

—No creo poder entrar.

Scott suspiró.

—Puedes esperar en los jardines del hospital o en el auto. —Contestó Scott sin mirar a su hermano. No estaba molesto. Solo, no era bueno en situaciones como esta.

Los momentos incómodos le pertenecían a Ian; el segundo de los hermanos Kirkland.

—Lo siento. —Se disculpo Arthur.
—La disculpa esta de más. —Toma. —Decía al momento de entregarle las llaves del coche. —Solo no me dejes aquí.

Soltó Scott de broma, sabiendo que Arthur no sabía manejar.

Arthur hizo un intento de sonrisa ante la mala broma y su hermano, segundos después, salió del auto.

El portazo del coche fue seguido por los pasos de Scott y Arthur le siguió con la mirada hasta que se perdió tras una hilera de coches estacionados cerca del edificio del hospital.

Al no ver mas a su hermano, Arthur se hundió mas sobre el asiento. Pensando primero en Francis y como debía de sentirse por su esposa.

<< Soy un cobarde>> Carraspeó y sus orejas gatunas se agazaparon sobre su cabeza. Tomo un poco de aire y notó que el coche apestaba a cigarrillo. <<Necesito aire fresco>>

Arthur salió del coche sin mirar el alto edificio que se figuraba al fondo. Y caminando al lado contrario al de su hermano, Arthur siguió la acera.

Sus orejas se levantaron alertas, escuchando el ruido del exterior. Mas allá, el trafico de la avenida, el clacxon de un hombre desesperado, sirenas, tal vez de una ambulancia, pasos deprisa y que Arthur no miró el rostro de quien había pasado a su lado. Dando vuelta a su izquierda, el ojiverde, hizo caso a Scott y se adentro a loa jardines del hospital.

Los caminos hacia el interior de estos, eran de adoquines rosados. El Césped tenía aroma a humedad y los arbustos que enmarcaban los costados eran altos y frondosos.

<<No sé porque vine. Si desde un principio sabía que podría pasar esto. No me gustan los hospitales...yo, no los soporto>>

Pensaba Arthur mientras seguía caminando adentrandose más, agitando la cola, molesto.

El panorama cambiaba. Los arbustos se habían vuelto escasos y en vez de estos, comenzaban a reinar alcatraces que crecían bajo la sombra de árboles de copa ancha. El aire era fresco y el aroma de las flores blancas y pistilo amarillo se concentró al rededor de una fuente.

Arthur no se había dado cuenta que el ruido de la cuidad se amortiguó por el capoteo del agua y el cantar de una melodia que no conocía.

Levantando mas las orejas, Arthur escucho un poco mas atento mientras sus pasos se volvieron cautelosos y silenciosos. Y de repente, quedándose congelado, Arthur reconoció aquella hermosa voz.

—¿Joan?

Cuestionó sin cuidado y la canción se detuvo. Arthur sintió un escalofrío en la nuca al darse cuenta de lo estúpido que había sido y antes de saltar a los arbustos para esconderse, un rostro pálido de cabello recogido y rubio como hebras de luz del sol, apareció frente a él.

Sus ojos zafiro se asombraron y luego, con cariño, Joan sonrió.

—Hola Arthur.

Los labios de Arthur se cerraron y mientras Joan se acercaba al avergonzado gato, este asintió.

Enamorado de un gato ariscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora