4

1.3K 105 344
                                    

HARPER


"El gran arte de la vida es la sensación de
sentir que existimos, incluso
en el dolor."

LORD BYRON




¿Sabéis cuál era el placer de comer palomitas hasta que los labios te dolían a causa del exceso de sal? Yo no, no tenía ni la menor idea, de hecho, antes no me gustaban, lo que me había llevado a deducir que mi antojo de palomitas era culpa de Cayden; no podía ver una película si no era con enorme bol del que a veces Percy intentaba robarme, recibiendo un gruñido por mi parte.

Y eso era precisamente lo que estaba haciendo, usando mi panza para sostener el bol mientras veía Call Me by Your Name en Netflix para calmar la ansiedad que me producía los papales sobre la mesa del salón.

No quería pensar en ellos, pero debía hacerlo, sobre todo cuando se trataba del patrimonio de Cayden.

Había aceptado y firmado la herencia que Abraham había dejado para Cayden, porque era para él, sus cuidados y su educación. Sin embargo, Carson me había dejado todo a mí, no a nuestro hijo.

Comprendía que confiaba en que no tocaría un euro hasta que Cayden fuera mayor, pero seguía sin verlo bien para ninguno de los dos. Además, ¿por qué estaba pensando en testamentos a estas alturas de la vida?

A decir verdad, era muy Carsoniano, pero no dejábamos de tener dieciocho años, sin importar que estábamos a punto de convertirnos en padres.

Desvié la mirada hacia el bol de palomitas casi vacío: me las había acabado en los primeros veinte minutos de película.

—Por tu culpa me estoy convirtiendo en una zampabollos —lo acusé señalándolo con el índice.

A cambio, recibí una patadita que agitó un poco el bol, haciéndome reír al sentir como se revolvía dentro de mí; el condenado pateaba con fuerza casi desde el quinto mes. Seguro que disfrutaba fastidiándome, igualito a su padre, al que le gustaba molestarme más de la cuenta...

«Qué Dios me amparé para soportar a dos Diedrichs.»

A pesar de mis quejas, había terminado por convertirse en mi mejor amigo: me podía pasar horas hablándole de cualquier tontería. Había llorado con él, le leía mis libros favoritos o le cantaba. Le cantaba muchísimo, ya que era lo único que parecía calmarlo cuando se ponía revoltoso.

Alcé la vista en cuanto la tía Ethel se acercó secándose las manos con un paño de cocina. Llevaba el cabello recogido en un moño despeinado, una camiseta blanca tres tallas más grande y unos pantalones estilo jogging que la hacían parecer una profesora bohemia.

Me sonrió con dulzura al escucharme hablar con Cayden. Parecía una chiflada, así me hacía sentir Percy cuando me miraba con los ojos muy abiertos y las cejas un poco alzadas.

Sin embargo, Ethel parecía comprender mi entusiasmo como quien había experimentado la misma emoción.

—Y bueno, ¿qué quiere la princesa para comer? —me preguntó adoptando el bromista tono del chef de la Casa Real en los programas que veíamos por culpa del aburrimiento.

Fingí agudizar el oído y me acerqué un poco a mi barriga, como si fuera a susurrarme la respuesta. Después, cerrando un ojo y haciendo una mueca con los labios la miré.

—Cayden me dice que quiere macarrones con queso —respondí.

Ethel puso los ojos en blanco y soltó una risa, mirándome con condescendencia.

BEAUTIFUL LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora