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HARPER



"Respira, cariño.
Sobreviviste una vez y volverás a hacerlo ."

MAXWELL DIAWUOH



La Royal Ballet School se encontraba en la cuarenta y seis con Floral Street. Se trataba de las mejores escuelas de ballet clásico de Londres. Conseguir un puesto de hecho fue un sueño hecho realidad, ya que no aceptaban a cualquiera para formar a la próxima generación de bailarines, sobre todo a alguien tan joven como yo, pero como Madame Zolà solía decir, había nacido con un don que no se podía desperdiciar.

Madame Zolà, una mujer entrada en los cincuenta años estaba en el salón en el que debía impartir mi clase de esta tarde con las petit rats.

—Hola —la saludé con una sonrisa exhausta al haber tenido que correr para llegar a la hora.

—¡Señorita Harper! —exclamaron las pequeñas corriendo hacía mí para envolverme en un gran abrazo grupal que me hizo reír al ser consciente de cuanto me habían echado de menos.

Yo también las había echado en falta, eran mis pequeñas ballerinas y a todas las quería por igual aun sabiendo quien tenía el potencial para convertir este arte en su pan de cada día y para quien solo sería un pasatiempo de infancia.

—¿Qué tal habéis estado, mis niñas? —inquirí mientras le colocaba a Violet un dorado mechón detrás de la oreja; siempre se le escapaba del moño.

—¡La hemos echado de menos, señorita Harper! —exclamaron al unísono.

—Yo también os he echado de menos, pero eso no significa que no vaya a meteros caña por ser el primer día —les advertí a la vez que les guiñaba el ojo.

En cuanto las pequeñas comenzaron a ponerse las puntas y arreglarse los moños, aproveché para acercarme a Gloria, más conocida como Madame Zolà.

Esta me recibió con un abrazo y me besó en la mejilla.

—¿Cómo te encuentras? ¿Qué tal está el pequeño? —me preguntó con emoción. Tenía un leve resquicio de acento francés a pesar de haberse pasado más de veinte años en esta ciudad.

—Yo estoy genial: al cien por cien —le respondí. Me mordí el labio inferior al pensar en Cayden y mi sonrisa se volvió más plena—. Cayden cada día está más grande: no para de crecer —comenté.

—Eso pasa con los niños, que crecen demasiado rápido —dijo con una sonrisa llena de nostalgia.

Sí, crecían a pasos agigantados y solo con hablar sobre él provocaba que lo echara en falta, pero estaba en buenas manos con Carson.

—¿Y usted como ha estado? —le pregunté con cortesía.

Madame Zolà se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa torcida. 

—También estoy bien, cada día con más dolores —bromeó.

Sí, ser primera bailarina durante más de treinta años dejaba secuelas físicas que a la larga te pasaban factura.

Nuestra conversación se vio interrumpida cuando una muchacha de piel morena y cabello rizado ensortijado apareció por el umbral de las puertas con la mirada perdida en el estudio.

—Madame —llamó a Gloria con vocecilla tímida.

Madame Zolà se giró y le hizo un ademán con la mano a la chica. Parecía tener más o menos mi edad y un porte de bailarina de la vieja escuela: alta, piernas muy delgadas y casi todo ángulos planos en su anatomía.

BEAUTIFUL LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora