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CARSON



"He estado viendo belleza en la gente que se hace llamar fea y maldad en los rostros más angelicales."

CONNY CERNIK




El intenso pitido del despertador provocó que soltara un gruñido entre dientes. Estiré el brazo aun con la cara hundida en la almohada para apagarlo. No obstante, algún coherente pensamiento se evaporó al fijarme en la hora que era, mejor dicho, lo tarde que iba a llegar a clase..., de nuevo.

Podía escuchar la voz de Erin repitiéndome que era un vago, y tenía razón, no tenía porque engañarme.

—Joder —gruñí sacando las piernas de la cama mientras me frotaba los ojos.

Pillé lo primero que encontré en el armario; como siempre, parecía un cuervo. Encima el puñetero jersey me picaba, pero ya no tenía tiempo de cambiarme. Me puse la cazadora de cuero, me colgué la mochila al hombro, me pasé los dedos por el cabello para darle un poco de orden y cogí el casco y las llaves de la moto: llegaría más rápido.

No había rastro de Himura por el apartamento, así que supuse que seguía durmiendo o se había ido a correr; siempre haciendo lo que le salía de las pelotas...








El camino de ida a la universidad transcurrió en un borrón, ni siquiera había medido la velocidad a la que conducía, pero no podía permitirme llegar tarde.

Con el nacimiento de Cayden y los días que Harper había tenido que estar en el hospital me había perdido muchísimas clases, así que por muy bueno que fuera, no podía darme el lujo de perder ninguna más.

Aparqué en el primer sitio que pesqué libre y tarde casi diez minutos en llegar al aula que me tocaba. Estaba abriendo la puerta medio refunfuñando cuando me di cuenta de que la clase ya había dado comienzo.

Iba a dirigirme al primer asiento disponible..., hasta la voz del profesor en el estrado me detuvo en seco.

—Disculpe —dijo en mi dirección, haciendo que le clavara una mirada hastiada—. Ha llegado casi veinticinco minutos tarde: no puede pasar —agregó mirando el reloj en su muñeca de forma petulante.

—¿Qué? —lancé con incredulidad. Mi cabreo comenzó a maximizarse, haciendo apretar los puños para que no se percatara del temblor de mis manos.

Definitivamente, hoy me había levantado con el pie izquierdo.

—Lo que ha escuchado, señor...

—Diedrichs.

Por sistema, ignoré los susurros que comenzaron a generarse a mi alrededor al decir mi apellido. La prensa se había cebado con mi familia y Cayden, eso sin contar que me había ganado una reputación por ser de los mejores jugadores de póker clandestinos en las fiestas de fraternidad.

El hombre, —que podría ser mi abuelo—, se subió las gafas de pasta y me sonrió de la forma más falsa en la que me habían sonreído en mi vida, fingiendo que lamentaba mi expulsión cuando el muy desgraciado la estaba disfrutando.

—Por favor, retírese —dictaminó mientras terminaba de recorrer los centímetros que lo separaban de mí—. Y la próxima vez acuéstese temprano, que ya somos mayorcitos para saber lo que hay que hacer.

Tensé los labios y tomé una profunda exhalación por la nariz.

—Pero... —antes de que pudiera terminar la frase alguien chocó contra mi espalda, haciéndome trastabillar hacia delante—. ¿Qué demonios...?

BEAUTIFUL LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora