Capítulo 8

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Cuando Nevin llegó a casa para hablar con su padre, se encontró con sorpresas en las paredes del salón: fotos y fotos de Hitler pegadas en una gigante esbástica, y entonces buscó a Manfred por toda la casa sin alterarse para dialogar las cosas con calma.

Manfred Strauss era un hombre alto con el aspecto de un auténtico soldado de las SS con ese rostro que siempre parecía estar enfadado, su pelo estaba ya canoso y su barba ya la tenía crecida. Permanecía en la cama escuchando noticias sobre su gran líder en la radio mientras sonreía con malicia estando de acuerdo con las palabras de Hitler. Al ver a su hijo, le echó sin más, no quería hablar con nadie.

-No pienso irme sin hablar contigo.-dijo Nevin-

-Sé breve, no quiero hablar con nadie.

-¿No te parece que tu "líder" es el causante de tu nueva personalidad? Le has levantado la mano a madre, tú no eras así, ¿qué te ha pasado?

-Será que he cambiado.

-Ya veo, porque tu familia ahora te da igual. Te has convertido en un nazi más para él. Si de verdad te importamos piensa un poco en los demás y quita la esbástica. Sobre todo para respetar las opiniones de los que no piensan igual que tú.

-No pienso quitarla, es mi casa y haré lo que a mí me de la gana. Y que sepas Nevin, que todos los que no piensen igual que yo, son estúpidos.

-Pues entonces me considero el mayor estúpido de todos.

Nevin había comprendido que su padre estaba ciego, ya no había manera de echarlo atrás en sus ideas, estaba claro que del Manfred bueno y bondadoso ya no quedaba nada. Ahora queda de él, un Manfred odioso, antipático e inaguantable.

Al acabar de hablar con su padre, siendo prácticamente imposible de convencer, Nevin salió por la puerta de su casa en dirección a la feria para comprarse un helado y estar solo un rato, sin compañía de sus dos amigos Karl y Markus, que desde que el amor le había llegado a su vida, no tenía ganas de estar con nadie. Se detuvo en un puesto de helados y allí esperó a que los demás terminasen de hacer cola, cuando en ese momento, Eliana y sus amigas pasan por allí y sólo Kinor se da cuenta de que Nevin está allí, por lo que envía a su novia a un puesto un poco más alejado a comprar unos frutos secos. La chica no puso pegas, Kinor era su novio y tenían que hacerse favores mutuamente.

Mientras ella estaba lejos y sin saber de la presencia de Nevin, Kinor se aproximó a él despacio hasta ponerse a su lado mirándole de reojo atento a ver si se daba cuenta. Nevin giró la cabeza y enseguida lo reconoció, asíque miró hacia atrás para ver si veía a Eliana a lo lejos cuando Kinor le habla entre susurros.

-Si la buscas a ella, está comprando unos frutos secos.-dijo Kinor-

-Simplemente observaba.

-No, no simplemente observabas. La buscas para verla y hablar con ella porque te gusta.

En ese instante, ambas miradas chocan con odio compitiendo por un mismo objetivo. Kinor no estaba dispuesto a permitir que Nevin se la robara, y Nevin no estaba dispuesto a perderla.

-Y si así fuera, ¿qué?.-dijo Nevin desafiante-

-Nada, porque me quiere a mí.

-Pero quiere tu falsa imagen. No sé por qué andas protegiéndola cuando el primero que se va a ir con otra serás tú.

-¿Cómo te atreves? Si intentas pasarte con ella, te juro que la perderás como amiga.

-Eso es lo que a ti te gustaría, que nos dejáramos de hablar, pero escúchame bien: ni yo ni Eliana nos vamos a distanciar por ti.

-Eso ya lo veremos...

Kinor se apartó del lado de Nevin, y este ya por no darle un puñetazo en la cara, se fue del puesto de helados sin comprar nada.

Apareció Eliana nada más irse su amigo, dándole los frutos secos a su chico y dándole un beso en público sin importarle la gente. A las nueve de la noche, Eliana fue acompañada a la puerta de la barbería de Eden por Kinor, que sujetaba su mano con dulzura.

Cuando llegaron a la puerta, Eden todavía no había salido de trabajar por lo que la pareja aprovechó y se dio un fuerte abrazo seguido de un beso de una duración de diez segundos, juntaron después ambas narices moviéndolas de un lado hacia otro sonriendo y volvieron a abrazarse de nuevo.

-Te quiero.-dijo Kinor-

-Yo también pero...Tú solo vas a pasar aquí el verano y luego te irás, ¿qué será de nosotros?

-Soy capaz de venir todos los fines de semana para verte.

-¿De verdad?

-Por supuesto que sí.

Eliana quería cada vez más a ese chico, por las cosas que decía y porque era su primera relación, y en una pareja se debe dar todo lo bueno. Por una calle apareció Clara y al verlos abrazados sonrió pícaramente acercándose a ellos para interrumpir.

-Si os ve padre así en pleno aire libre y con la gente pasando de un sitio a otro, te va a caer una buena....-dijo Clara-

-Ya estamos...Pues cuando se abra la puerta nos dejaremos de abrazar.-dijo Eliana-

-Me pregunto cómo se lo estará tomando tu otro amiguito el de la feria.

Eliana fulminó a su hermana de nuevo con una mirada asesina mientras que Kinor sintió ganas de darle una cachetada a la niña por aguafiestas.

-Hazme un favor y cállate por una vez en tu vida.-dijo Eliana-

-Ya no puedes obligarme. Si te pasas conmigo, le diré a padre que andabas tonteando con tu novio en público.

-Eres malvada, ¿eh?.-preguntó Kinor-

-Soy rebelde, no como Eliana, que es una niña todavía.

-Mejor eso que ser como tú, que no sabes lo que significa la palabra responsabilidad.

-Ni tú la palabra madurez.

-¿Qué? Eso te lo tendría que decir yo a ti.

Kinor midió paz entre las dos antes de que salieran a bofetadas, porque Eliana ya se estaba cabreando. Eden entonces salió de la barbería, le echó la mano a Kinor y se llevó a sus dos hijas en el carro, donde allí, la hermana mayor repizcó con fuerza la pierna de Clara, y esta dio un chillido más exagerado de lo normal para llamar la atención.

-¡Eliana me ha pellizcado!.-se chivó ella-

Eden le llamó la atención a su hija mayor y entonces, con el ceño fruncido obedeció a su padre y calló para no alterarse más de lo que ya estaba. Por la noche después de cenar, subió a su habitación, y se asomó al balcón observando las luces de Berlín pensando en Kinor, en cómo sería un futuro entero a su lado y le gustó tanto, que sonreía como una tonta a la nada.

El paisaje que se observaba desde su ventana no era gran cosa, estaban en mitad de una pradera, y por la noche, gracias a las luces que Berlín transmitía más las luces del portal, se conseguía ver la verde hierba alta con sus rojas amapolas y las copas de los pinos con sus hojas sonando al ritmo del viento.

La brisa fresca le rozaba la piel y eso la hacía cerrar los ojos para sumergirse en su mundo subreal perfecto al lado de las personas que más amaba; como su familia, su novio y sus amigos, aunque esa fantasía desapareció por completo de su mente cuando sin querer, pensó en el régimen político de Adolf Hitler.

Los barracones de Auschwitz (Editorial Dreamers) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora