Capítulo 69

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Eliana se quedó muda unos segundos sin saber qué poder hacer.

-Te buscaba a ti, y como no estabas se ha llevado a Clara.-dijo Jael-

Sin duda alguna, salió del barracón hacia la enfermería en busca de su hermana antes de que la utilizara como a una cobaya más. De camino, muchos soldados preguntaban su destino y ella contestaba que el doctor Josef la necesitaba con urgencia en la enfermería, por lo que la dejaban pasar. Una vez junto a la puerta, sin pensárselo dos veces, entró sin llamar y él la recibió con una malévola sonrisa.

-Sabía que vendrías. Vienes justo a tiempo para echarme una mano con tu hermana.-dijo él-

-¿Por qué a ella?. Tú me buscabas a mí.

El doctor se acercó a ella de malas maneras y Eliana asustada dio un par de pasos atrás.

-Odio que me hagan esperar, ¿se puede saber dónde te habías metido?. Además tu hermana iba a ocupar tu lugar pero he cambiado de opinión y como ya estás aquí ya no hay marcha atrás.

Josef se acercó a la camilla, que estaba oculta tras unas blancas cortinas y con maldad las retiró para que Eliana pudiera contemplar cómo su hermana estaba inmóvil tumbada en ella, moviendo solo los ojos de un lado a otro.

-Trae aquella bandeja.-le ordenó él-

Eliana miró donde el dedo le indicaba y vio encima de la bandeja, una inyección tan grande como la que le pusieron a la última niña, y que por lo que se rumoreaba, murió a los pocos días. Lentamente se dirigió hacia ella y la cogió con miedo, no quería llevársela. De camino, sus piernas sufrieron un terrible calambre a causa de los nervios y la bandeja fue desparramada por el suelo. Menguele miró los destrozos que había causado y se acercó a Eliana, que la agarró fuerte del pelo.

-¿Te das cuenta de lo que has hecho, inútil?. Ya me van quedando pocas inyecciones como la que tú acabas de romper.

La estampó contra el suelo y salió fuera, momento que aprovechó para acercarse a su hermana, pero la pobre adolescente no podía hablar ni llorar de todas las sustancias químicas que llevaba dentro del cuerpo. Eliana le dio la mano llorando, temiendo que no la volviera a ver más y entonces Menguele entró junto a Heller.

-No te preocupes Clara, esto no es el final, te lo prometo.-dijo Eliana mientras Heller la cogía de un brazo, separando así, ambas manos de las hermanas.

-¡Qué tierna escena familiar!. Sin duda me repugnan y me divierten estas cosas al mismo tiempo, ¿y sabes por qué?. Porque hablas de esperanza, cuando aquí y para todos vosotros no existe. Yo, con un simple pinchazo puedo acabar con la vida de tu hermana si así lo deseo y poner fin a esa esperanza que tú, con tanto entusiasmo hablas.

-Entonces, ¿por qué todavía no me has matado?.

-Puede que llegue tu momento. Llévatela a la sala de las defenestraciones. Si vive, tráemela, sino, ni te molestes. Si muere, que su cuerpo sea llevado a los hornos y que se fugue en humo por la chimenea. Buena suerte, Eliana.

La joven se quedó de piedra cuando dijo su nombre, ¿cómo es posible que lo supiera?. Aunque allí en Auschwitz, digamos que era conocida por ser la mujer más astuta tras haber engañado a tantos soldados. Heller se la llevó a un edificio que Eliana sólo había visto de vista cuando entró por primera vez al campo. Dentro de él se oían gritos y llantos femeninos y fuertes golpes como si alguien estuviera cayendo por algún sitio, pues de eso se trataban las defenestraciones. Cuando Eliana llegó a su sitio correspondiente, se encontró una fila llena de mujeres que iban cayendo por una de las ventanas a unos ocho metros de altura, y abajo, había un anotador que apuntaba si esa mujer había muerto o qué se había fracturado. Entre los soldados que se ocupaban de empujarlas, se encontraba Egbert, que sonrió al verla llegar y pidió a Heller que se marchara para quedarse él con Eliana.

-¿Ves eso?.-preguntó Egbert-

Eliana no logró entender la pregunta.

-Tu final. Cuando llegues hasta esa ventana yo mismo me ocuparé de empujarte lo más fuerte que me sea posible para no tener que verte por aquí nunca más.-dijo él-

-Así pues, déjame decirte mis últimas palabras.

Los dos se miraron a los ojos.

-¿Después de todo me quieres dedicar unas palabras?. ¡Qué tierno...!

Eliana le sonrió malévola.

-Desde el día que te conocí te he tenido asco. Cada momento que te encontraba por la calle me daban ganas de escupirte en la cara o de cogerte del cuello y ahogarte hasta donde llegaran mis fuerzas. Y podría haberlo hecho, pero ¿sabes una cosa?. Que yo no me parezco a ti y me odiaría si así fuera...Yo tengo en cuenta los sentimientos de la gente, yo no he matado a sangre fría salvo en dos ocasiones. Una; a un chico en los trenes, y otra; a un soldado cuando estaba a punto de descubrirme en aquella biblioteca donde ayudábamos a ocultar a las personas. Sí, aquel que cayó por la ventana. Y sí, yo golpeé a Nevin para salir de allí.-dijo mintiendo en lo último-

A Egbert se le borró la sonrisa y la cogió con fuerza del cabello.

-¿Así que fuiste tú?. ¿Tú eras la infiltrada?.-preguntó él-

-Así es, ¿de qué te sorprendes?.

-Te voy a matar, si no es ahora será después.

Llegaron justo al borde de la ventana, ya le tocaba a Eliana.

-Adelante.-dijo ella-

Egbert la arrimó un poco más y con fuerza y sin parpadear, la empujó al vacío, por suerte, Eliana simplemente se rompió el brazo izquierdo y Egbert se maldijo asimismo. El anotador se acercó a la chica y apuntó que se había roto el brazo, ordenando que la amontonaran para quemarla viva, pero Heller pidió permiso para llevarla ante el doctor por orden suya y así fue. Heller la cogió en brazos y la llevó ante Menguele mientras ella se quejaba de dolor por su brazo. Cuando la vio, no pudo creerse que hubiera sido una de las pocas supervivientes que salían con vida de aquellas horrorosas defenestraciones. Ordenó al soldado que la colocara en la misma camilla en la que Clara había estado minutos antes y se marchara para que pudiera hacer su trabajo. Nada más tumbarla, Eliana notó el olor de su hermana en las sábanas y se atrevió a preguntar por ella a pesar de su dolor, pero él, cruelmente le contestó:

-Cállate, ella no está aquí, así que olvídate.

Eliana guardó "silencio", no volvió a preguntar por su hermana, pero aún así no se la quitaba de la cabeza, sin dejar de pensar si estaba viva o muerta.

Los barracones de Auschwitz (Editorial Dreamers) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora