El caldero chorreante

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Capítulo 2

Harry la explico enseguida todo lo que le había ocurrido durante el verano. Desde cómo había hinchado a su tía y había huido de la horrible casa de sus tíos. Le describió a Andrea el perro que había visto antes de montarse en el autobús noctambulo. Este le había traído hasta aquí donde lo había recibido el mismo ministro de magia. A raíz de eso Andrea le habló de la carta que había encontrado donde hablaban sobre él. También le contó sobre sus vacaciones en Italia y sobre todo se desahogó cuando le contó como su padre las había terminado repentinamente.

Andrea se acostumbró poco a poco a la rutina de Harry.

Desayunaban por las mañanas en el Caldero Chorreante a veces junto al hermano de Andrea, donde disfrutaban viendo y comentando a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo. Esa les dio mucho de qué hablar...

Después del desayuno, Andrea y Harry salían al patio de atrás, sacaban la varita mágica, golpeaban el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaban esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagón.

Pasaban aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban»).

Harry le explicó que llevaba todo el varano haciendo los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; por suerte ahora podía sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos junto a Andrea y a veces, con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Andrea y a Harry, cada media hora, un helado de crema y caramelo.

Después de llenar el monedero con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de sus cámaras acorazadas en Gringotts, Andrea necesitó mucho dominio para no gastárselo todo enseguida. Harry parecía tener más problemas con ello y se recordaba que todavía tenía que ahorrar dinero para cinco años más en Hogwarts, para no caer en la tentación de comprarse un juego de gobstones de oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto). También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía.

Pero lo que más a prueba puso su decisión y la de Andrea apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana después de llegar Andrea al Caldero Chorreante.

Deseosos de enterarse de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, Andrea y Harry se abrieron paso para entrar, apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vieron, en un expositor, la escoba más impresionante que Andrea había visto en su vida.

—Acaba de salir... prototipo... —le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.

—Es la escoba más rápida del mundo, ¿a qué sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que ellos, que iba colgado del brazo de su padre.

Andrea Bletchley y el prisionero de Azkaban ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora