El hipogrifo

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Capítulo 5

A Andrea le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Andrea y Harry caminaban a su lado, charlando sobre lo que Hagrid planeaba, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido.

Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Andrea creía saber de qué hablaban. Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar, cubierto con su abrigo de piel de topo, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.

—¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos —. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!

Durante un desagradable instante, Andrea temió que Hagrid los condujera al bosque; Andrea había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

—¿Qué? —dijo Hagrid.

—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.

—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado. Andrea se adelantó y le arrebató el libro a Malfoy mirándole con desagrado.

—Lo único que tienes que hacer es tratarlo bien... —le explicó con frialdad acariciándolo el lomo del libro como su hermano le había explicado y abriéndolo de par en par.

La clase la imitó. Malfoy miraba a Andrea con sus ojos grises y por un momento le pareció ver una pizca de curiosidad en ellos.

—Aunque dudo que sepas hacerlo—murmuró Andrea devolviéndole el libro.

—Muy bien Andrea, solo tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente volviendo a hacer la misma cara de asco que de costumbre—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?

—Yo... yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid dubitativo.

—¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!

—Cierra la boca Malfoy—le susurró Andrea con rabia.

Hagrid se había quedado algo triste y Andrea solo quería que su primera clase fuera un éxito.

—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tenéis los libros y... y... ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento...

Andrea Bletchley y el prisionero de Azkaban ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora