4. Telaraña

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Más que sentarse se dejó caer en ese banco del parque, extendió los brazos a los lados y se reclinó para poder apoyar la cabeza en el respaldo y mirar las pequeñas nubes pasar. Era un día bastante despejado y el Sol pegaba con inusitada fuerza para estar dejando el otoño poco a poco, Wyatt agradecía que hubiera salido así el día después de Halloween, era mediodía, pero debería haber seguido durmiendo, sin embargo, se había despertado un momento y ya no se había sentido cómodo para seguir en su cama, pretendía ir al bar de Mama J cuando abriera en unas horas y dormir otro poco en el coche, pero el tiempo le había hecho cambiar de opinión. Tomó una bocanada de aire y la soltó. Pese al Sol el aire estaba jodidamente frío, tras unos minutos encendió un cigarrillo y se demoró más en prenderlo para calentarse los dedos que sobresalían de los mitones. Volvió a acomodarse tras la primera calada, fumó sin prisa, disfrutando de ese momento de paz, no pasaba mucha gente por allí, todos los niños debían estar sufriendo un empacho de dulces. El pensamiento le hizo sonreír con nostalgia por esos años felices. Los adolescentes y jóvenes estarían durmiendo la mona como él debería hacer también.

—Tenía que haberme tomado un café como ese —musitó para sí, señalando con el cigarrillo una nube que se lo parecía, tomó una calada y lo soltó en un pesado suspiro.

—Sin duda necesitas uno urgentemente —concordó una voz que conocía muy bien, y pronto tuvo el rostro de Audrey interponiéndose entre su mirada y las nubes—. Buenos días, pingo.

—¿Qué? ¿No fuiste a pedir caramelos anoche? —replicó él, sorprendido de encontrar a alguien allí.

—Por desgracia el disfraz de conejita Playboy se me manchó y tuve que quedarme en casa —contestó rodeando el banco y se sentó a su lado apoyando la guitarra que cargaba en el banco.

—¿Y ahora has salido a pedir monedas para uno nuevo? —inquirió girando la cabeza para mirarla.

Ella se encogió de hombros.

—Sólo no me apetecía estar en casa durante un rato —contestó y suspiró—. Llamó mi madre —agregó sonriendo sin humor. Habían pasado dos semanas desde la fiesta y aunque no habían vuelto a quedar fuera del instituto sí habían estado hablando.

El silencio se extendió, una llamada no le parecía la gran cosa, pero tal vez el contenido fuera malo y ante ese mutismo cuando ella había sido quien había sacado el tema quizás esperaba que él indagara.

—¿Y le dijiste que no te vale con el gorro, que quieres a ese bicho tatuado en todo el cuerpo? —dijo con humor. Desde que se había hecho patente el frío hacía unos días la chica llevaba un gorro de un dibujo japonés llamado Totoro.

—No, claro que no —rio negando con la cabeza—. Estaba pensando más bien en los susuwatari que vimos en donde Mama J. Pero no hablé de eso con ella, no —contestó y tomó una honda respiración—. Mis padres están separados desde que tenía diez años, ¿sabes? No es que fuera una separación traumática ni nada, se siguen soportando a pesar de las diferencias, pero como mi padre no dejaba de viajar de un lugar a otro el juez decidió que viviera con mi madre —le empezó a contar. No era una historia que le molestara contar, no era la única adolescente del planeta con padres divorciados, no, ni por asomo—. Hace dos años se volvió a casar, un tipo majo, Taker, o eso parecía el primer año, después la cosa se complicó y... me vine aquí. —Un largo suspiro escapó de sus labios y cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás—. A veces, cuando llama, intenta que cambie de idea, dice que todo cambiará y que yo sólo tengo que dejar esas aficiones tan raras y que mi pelo vuelva a ser de su lindo castaño para que la gente del colegio pijo al que iba me acepte.

—No te pega hacerte la normal, además de azul se te encuentra más fácil en las fiestas —dijo esbozando una sonrisa y le guiñó un ojo. No creía que debiera afectarle tanto, obviamente ya tenía edad para elegir estar con quien la dejara ser como era y colgar si su madre le daba mucho la tabarra.

Caramelo de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora