21. Manzana

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Vio que unas canchas más allá los niños terminaban con su clase de baloncesto y con unas canastas más él se despidió de sus amigos para recoger a su hijo y volver a casa. Ese deporte se le había resistido sólo un poco al principio por aquello de botar el balón mientras avanzaba, pero moverse por la pista y lanzar le resultaba sencillo. Llevar la pelota en la mano en vez de con el palo de lacrosse daba mucha más estabilidad tras los primeros intentos. Y volver a jugar en equipo, aunque fueran uno pequeño, era refrescante para el alma, le encantaba y lo había echado de menos.

Tony lo vio esperándole en la puerta de la cancha, se despidió de sus compañeros agitando la mano y como siempre corrió hasta él, ante lo que el hombre lo alzó en un abrazo.

—¿Has encestado muchas?

—He conseguido dos triples y cinco canastas —informó orgulloso—. ¿Tú has ganado?

—Eres un crack. Y claro que hemos ganado, ¿por quién nos tomas? Con diez puntos de diferencia —contestó Wyatt sonriendo mientras le abrochaba el abrigo tras dejarlo en el suelo.

Tony rio divertido.

—La última vez perdisteis de ocho puntos, papi —le recordó.

—Eso fue porque Sean estaba un poco resfriado —se excusó, y le ofreció la mano para marcharse. Aún no le daba por esas cosas de no querer ir de la mano, así que tenía que aprovechar.

El niño volvió a reír, dejándose guiar mientras cargaba su pequeña bolsa de deporte igual a la de su padre, pero más pequeña con orgullo.

—¿Vendrá Audrey a cenar? Dijo que la próxima vez vendría con un bizcocho y una peli de Iron man.

—No, hoy no. Me dijo que el viernes, pasado mañana, por si se hace un poco tarde que no te duermas en el pupitre —contestó Wyatt con una sonrisa al recordar sus largas siestas en las mesas del colegio, a pesar de todo.

—Vaaale, ¿pero le puedes decir que traiga también el siguiente cómic de Flash? Ya me acabé el que me dejó y no lo rompí ni manché.

Wyatt rio por esa concreción.

—Luego la llamamos y se lo dices —aceptó llegando al portal de la casa. Abrió la puerta y le pasó las llaves, al niño siempre le gustaba revisar el buzón por si sus abuelos le habían mandado algo.

Tony corrió hasta allí y abrió saltando de alegría al encontrar un pequeño paquete en el interior.

—¡Hay un paquete! Pero no pone la dirección de los abuelos... —murmuró lo último extrañado y lo agitó un poco—. Suena a ro...

Que no tenía esa dirección ya le había llamado la atención, por lo que se había acercado a ver de qué se trataba, si no era de sus abuelos podía ser un extravío o algo para él, pero cuando empezaba a agitarlo notó que de hecho no tenía ninguna, eso no podía ser bueno y ya había empezado a quitárselo de las manos cuando el paquete estalló, antes de captar qué era lo que saltaba apartó a Tony protegiéndolo con su cuerpo, aunque no pudo evitar gritar cuando miles de cristales se clavaron en su brazo izquierdo y costado, los más diminutos llegaron hasta su oreja. Apretó los dientes, podía contener el dolor, aquello no era nada comparado con su pasado, y estrechó contra sí a Tony con el abrazo sano, retrasando el horror porque no había modo de que no viera aquello y la sangre.

—¿Estás bien, Tony?

El niño asintió asustado.

—¿Qué ha sido eso, papi? ¿Te ha hecho daño? —preguntó levantando un poco la mirada con los ojos abnegados de lágrimas.

—Un poquito —admitió. Sentía la sangre bajar por su cuello desde la oreja, en el costado había traspasado totalmente las capas de ropa y la sentía humedecerse, tenía que pensar rápido, decidir dónde dejar a Tony mientras él estuviera en el hospital, y también tenía que descubrir quién había mandado aquello que podía haber dañado tanto a quien más amaba—. Sube a casa de la señora Johnson, ¿vale, pequeño héroe? Sean vendrá ahora, seguro que aún sigue en la cancha y se quedará contigo, yo volveré pronto porque me tienen que curar ese poquito, ¿de acuerdo, Tony?

Tony sorbió las lágrimas con la nariz y asintió.

—¿Vas a ponerte bien, papi? ¿Vendrás a dormir conmigo?

—Te lo prometo, hijo —contestó Wyatt y con esfuerzo lo soltó pensando que ojalá fuera más entrada la noche y así no tendría que verlo—. Vamos, sube.

El niño lo hizo corriendo, manteniéndose fuerte como su papá necesitaba que fuera, Wyatt escuchó a la vecina del segundo piso abrir la puerta y cerrar, y se permitió soltar un quejido cuando se giró hacia el paquete ya marcando el número de emergencias. Cuando acabó esa llamada marcó el número de su amigo y recogió el envoltorio que había contenido ese muelle que al agitar el paquete había hecho saltar los cristales.

—¡Ey, tío! ¿Se te ha olvidado algo? —escuchó que decía Sean, pero Wyatt tardó en responder al observar el mensaje que contenía el fondo de ese paquete: "Aléjate, ella sólo puede ser mía y sufrirás por ir contra el destino"—. ¿Wyatt?

—¿Estás cerca? —reaccionó hablando con voz muerta.

—Sí, aquí seguimos. ¿Qué ocurre?

—¿Puedes quedarte con Tony unas horas? Está con la loca de los gatos del segundo, tengo que ir al hospital.

—¡¿Qué?! Voy para allá. ¿Qué diablos ha pasado?

—Un paquete sorpresa... yo... ya te contaré luego. Gracias —dijo y colgó sin más.

Cuando la ambulancia y la policía llegó aún estaba en shock y pensaron que se debería al daño, pero no, sólo podía pensar en que Tony podría estar ciego o algo peor porque Audrey tenía alguna clase de fanático tras ella, su hijo podría estar herido porque él estaba con alguien inadecuado. ¿Ella sabía de la existencia de ese loco? Probablemente. Sin embargo, no lo había mencionado, después de un mes desde que la incluyó en su mundo. En ese momento le costó asimilar que podría haberlos puesto en ese peligro y sin la menor advertencia. Esa relación podía ser como una manzana envenenada.

Continuará...

Caramelo de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora